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Despolitización en Chile: El dato menos leído, pero más preocupante de la CEP

Por: Simón Ramírez | Publicado: 13.06.2019
Despolitización en Chile: El dato menos leído, pero más preocupante de la CEP CEP |
El dato de la encuesta CEP más preocupante: la profunda despolitización del país. Allí se pregunta por la frecuencia con la que se realizan ciertas actividades que reflejan la importancia que le dan las personas a la política. Todas ellas muestran un bajísimo interés por parte de la ciudadanía en los temas políticos y un involucramiento prácticamente inexistente en actividades políticas.

La publicación de la encuesta CEP remeció la discusión pública por la baja aprobación del gobierno. Sin embargo, la presentación de la encuesta mostró otro set de datos (lámina 15, puede verse aquí) que, siendo mucho más preocupante, pasará completamente desapercibido: la profunda despolitización del país.

Allí se pregunta por la frecuencia con la que se realizan ciertas actividades que reflejan la importancia que le dan las personas a la política. Todas ellas muestran un bajísimo interés por parte de la ciudadanía en los temas políticos y un involucramiento prácticamente inexistente en actividades políticas.

La persistencia de estos datos muestra el error de diagnóstico en el que cayeron algunos cuando, luego de un par de años de movilización, plantearon que estábamos viviendo tiempos de politización o auguraron el derrumbe del modelo. Estas perspectivas, eufóricas por una coyuntura ciertamente novedosa e importante, no fueron capaces de percibir la profundidad de los mecanismos estructurales de despolitización que por entonces y tras bambalinas siguieron operando porque no fueron disueltos.

En definitiva, lo que muestra este gráfico es que la situación de despolitización actual sigue siendo profunda y es una tarea fundamental de cualquier proyecto político transformador comprender realmente este fenómeno, que expresa principalmente el éxito del proyecto de sociedad neoliberal que fue implementado en Chile.

Los pensadores neoliberales nunca han tenido mucha diplomacia para expresar su rechazo a la política y la deliberación pública, la despolitización social siempre ha sido algo explícitamente buscado. Por ello también sus credenciales democráticas siempre han sido muy bajas y su cercanía a los regímenes dictatoriales bastante claras. Hayek, por ejemplo, hablará de la necesidad de “derrocar la política” y en una de sus visitas a Chile durante la dictadura dijo a El Mercurio, “mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”. En nuestro país, Jaime Guzmán, despreciará la democracia planteando que lo fundamental es someterse al “sufragio universal de los siglos”.

En esa línea, de lo que se trata el neoliberalismo es de organizar y coordinar la sociedad mediante los órdenes espontáneos. Es decir, en cada ámbito relevante de la sociedad la coordinación debe darse mediante la articulación de los planes individuales en un régimen de mercado y competencia. Sólo así, plantean, se garantizaría no sólo el resultado más eficiente en términos sociales, sino que además el resultado éticamente más adecuado, en la medida que todos los resultados serían fruto de decisiones individuales y racionales por parte de los individuos. Esto, contrariamente a lo que se piensa, no implica la reducción de la actividad del Estado, sino que su fortalecimiento (hay que crear estos órdenes espontáneos y garantizar su funcionamiento), pero sí implica la aniquilación de la política y la deliberación.

Así, el gran enemigo de este orden espontáneo, es decir del régimen de mercado, es la democracia. Para Hayek esta siempre puede volverse ilimitada y con ello totalitaria. ¿Por qué? Básicamente porque desde su concepción ultra individualista es lisa y llanamente imposible la existencia de una voluntad general. Toda referencia a algo como aquello es únicamente, en realidad, la expresión de intereses particulares generalizados, que tendrían por consecuencia el aplastar los planes individuales de las personas. Así, entonces, la propuesta neoliberal abogará por un constante arrinconamiento de la política, no sólo reduciendo los ámbitos de la sociedad en donde esta se torna relevante, sino que además transformándola -en los lugares donde sigue existiendo- en una política no deliberativa, sino que tecnocrática, de expertos. Los catastróficos resultados sociales en términos de desigualdad no serían problemáticos y los principales responsables no serían más que los individuos y sus decisiones. Nada de solidaridad -porque es intervención-, ni mucho menos justicia social (un término ambiguo y que solo expresaría pretensiones totalitarias).

El gran ensayo del neoliberalismo en el mundo fue nuestro país y el éxito de esto, de implantar el neoliberalismo como modelo de sociedad, se constata en parte con datos como los entregados por la encuesta CEP sobre los niveles de despolitización de nuestra sociedad.

La instalación del neoliberalismo en Chile no tiene que ver únicamente con la implementación de un conjunto de políticas económicas, como la liberalización, la apertura comercial, la financiarización, en pocas palabras, lo que Boeninger a principio de los 90 llamaba “la obra de la dictadura” que había que mantener. El neoliberalismo es más que eso. Se expresa a nivel social principalmente a partir de lo que fueron las reformas sociales de los años 80 (AFP, Isapres, educación, trabajo) que terminaron dando forma a la sociedad chilena. actual En el fondo, de lo que se trata es de la instalación de una determinada racionalidad, una forma de comprender la vida social inspirada en los principios que mencionábamos anteriormente.

El resultado de esto es que en todas las áreas sociales relevantes la coordinación social se entregó al régimen de mercado, inspirados en este paradigma del orden espontáneo. O sea, el Estado se retira de la coordinación y la provisión de los servicios, cuya tarea se la entrega a los agentes privados, y cuyo mecanismo de distribución será básicamente la competencia y el mercado. Hay que destacar que esto ocurre prácticamente en todos los servicios sociales y que esto ha permanecido literalmente invariable desde sus principios en dictadura hasta nuestros días. Entendamos la radicalidad de esta situación: han sido prácticamente 40 años viviendo de este modo, generaciones enteras que se han socializado en base a estos principios sin siquiera conocer la posibilidad de organizar de un modo distinto el orden social.

¿Qué tiene que ver esto con la política? Bueno, el funcionamiento del orden anterior requiere que los individuos se comporten de determinada manera y que así colaboren con su mantención y reproducción. De partida, requiere que los individuos no demanden deliberación en estos ámbitos sino que se comporten como actores de mercado.  Al ser el único mecanismo posible, el paso de las décadas ha implicado la obligatoriedad para todos y todas de desenvolvernos como individuos-empresa y no como individuos-ciudadano (el caso de las AFP es lo más evidente, de lo que se trata es de capitalizarnos, la comprensión de la educación como formación de capital humano -que sería una definición de lo que somos- es otro buen ejemplo).

Por lo tanto, la política queda desterrada en todos estos ámbitos. Cuando esta situación es generalizada, y la sociedad se ha organizado así durante décadas la política sencillamente empieza a desaparecer: el ordenamiento de mercado parece natural y y ni siquiera lo notamos. La política, finalmente, queda reducida a los pasillos del congreso y La Moneda, tecnocratizándose, y transformándose en algo alejado y complejo para los individuos, lo que, como muy agudamente han destacado Kathya Araujo y Danilo Martuccelli, produce una verdadera “crisis de inteligibilidad”. O sea, la política no sólo es casi inexistente, sino que además allí donde existe, no se comprende.

El informe del PNUD Tiempos de Politización (2015) indicaba que se podía hablar de politización porque lo que pasaba es que respecto de “la” política (la institucional) los ciudadanos se encontraban distantes, pero respecto de “lo” político (el ámbito de lo deliberativo) había una mayor preocupación. Sin embargo, datos como los que emanan de la encuesta CEP muestran una situación diferente que reafirma la radicalidad de la despolitización. Básicamente de lo que se trata es que lo que se ha generado, al excluir lo político-deliberativo de la vida cotidiana, es una homologación entre “lo” político y “la” política, o una reducción del primero a la segunda. El que prácticamente nadie intente convencer a otro de sus ideas políticas quiere decir que sencillamente en nuestro país no hay debate. Hay que preguntarse ahí cuán profundo fue el daño y cuan funcional terminó siendo la “política de los acuerdos/consensos” con la consolidación del neoliberalismo, que, siendo el orgullo de la política en los años ‘90, terminó aportando a la destrucción de la comunidad política misma, la que no se sostiene nunca en la hegemonía del consenso, sino que precisamente en su contrario, en la deliberación, el debate y la administración del conflicto.

En definitiva, el cuadro es preocupante. En un concierto internacional de auge de los populismos neofascistas (apoyados por los mismos conglomerados neoliberales), justamente una sociedad carente de comunidad política es la mejor cancha para desplegar su juego. Pero, incluso más cotidianamente nos preguntamos cómo puede ser posible que los dueños de Penta sólo estén en clases de ética después del daño que le hicieron a Chile -¡y más encima se quejen!-, o cómo puede ser que el Estado esté pagando al día de hoy 3,59 billones de pesos -con más del 25% de sobreprecio- a los bancos por concepto del CAE, o que las AFP tengan en promedio utilidades del ¡100%!, mientras la mayoría de los pensionados tienen pensiones de miseria. Todo esto tiene que ver precisamente con la destrucción de la comunidad política y el destierro de ella que requiere el proyecto de sociedad neoliberal para su funcionamiento. Cuando esto ocurre, cuando la política y la deliberación dejan de ser el mecanismo de organización de la sociedad, sólo una cosa pasa: los poderes fácticos se imponen.

Simón Ramírez