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Opinión

El dispositivo “crecimiento”

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 18.06.2019
No importa tanto si existe o no la “clase media”. Mas bien, importa la eficacia discursiva en la que, en un contexto de destrucción de toda forma de soberanía nacional, de desaparición de toda trama cultural compartida, dicho sintagma pretende brindar el imaginario de un cuerpo común donde, ilusoriamente, parecen no existir  ricos ni pobres sino sólo gente de “esfuerzo”.

La proclamada “segunda transición” proyectada por el presidente Piñera desde su triunfo electoral se sostiene sobre el discurso del “crecimiento”.  Curiosa imagen con la que Piñera parece identificarse: el ex –presidente Aylwin.  De hecho, en la cuenta pública recientemente pronunciada, la figura del ex –presidente apareció al principio, marcando –o pretendiendo marcar- el ritmo del discurso que venía: así como Aylwin representó el paso de la dictadura a la democracia, Piñera intenta erigirse como aquél que representa el paso de un país en “vías de desarrollo” a un país plenamente “desarrollado”.

Si Aylwin usó el término de “reconciliación” para articular una política transicional de corte cupular que diera gobernabilidad a la nueva fase del capitalismo neoliberal, Piñera usa la noción económica de “crecimiento” para profundizar dicha fase y enmendar los vacíos que aún mantenía la primera. Se trata de erigir un nuevo pacto oligárquico e impedir que las fisuras del primero, cimentado jurídicamente en la Constitución de 1980 y económicamente en el modo de producción flexible propio del neoliberalismo, pueda abrir paso a la protesta social y la impugnación radical del modelo.

La diferencia sustantiva entre uno y otra “transición” es que el término “reconciliación” usado por Aylwin pretendía marcar el fin del conflicto entre civiles y militares, cuando la noción de “crecimiento” pronunciado por Piñera intenta diseminar la diferencia entre ricos y pobres. “Todos somos chilenos”, tanto “civiles como militares” –decía Aylwin en un Estadio Nacional lleno; “clase media protegida” dirá este gobierno, intentando apelar a la última figura que reclama una cierta universalidad, mientras de facto, toda “clase media” es desgarrada por las nuevas condiciones del capitalismo neoliberal.

No importa tanto si existe o no la “clase media”. Mas bien, importa la eficacia discursiva en la que, en un contexto de destrucción de toda forma de soberanía nacional, de desaparición de toda trama cultural compartida, dicho sintagma pretende brindar el imaginario de un cuerpo común donde, ilusoriamente, parecen no existir  ricos ni pobres sino sólo gente de “esfuerzo”.

El “crecimiento” porta la ilusión de un “para todos” convirtiéndose en la puerta hacia el paraíso, en la antesala al preciado Edén. Por eso, de la misma manera en que todos habrían hecho un esfuerzo por reconciliarse con sus torturadores durante la “primera transición”, ahora todos deberían hacer un esfuerzo por trabajar y recibir así el maná del crecimiento.  Justamente, el término “crecimiento” tiene una ventaja: parece llevar consigo un aura misteriosa que hace que por sí mismo resuelva todas las contradicciones que implícitamente reconoce.

Su carácter misterioso muestra que, en rigor, “crecimiento” no es otra cosa que un verdadero dispositivo de obediencia cuyo objetivo central es mantener una verdadera guerra contra los pobrescomo acaba de indicar la filósofa Alejandra Castillo. Sea de baja o alta intensidad, dicha guerra produce los males contra los que dice combatir, consolidando el triunfo a la oligarquía financiera que hoy día arrasa con el planeta.

El misterio del término “crecimiento” no es otra cosa que la violencia de su facticidad o, lo que es igual, que su misterio es que carece de todo misterio, porque no es más que un dispositivo de obediencia, un conjunto de técnicas muy precisas de poder orientadas al control de los cuerpos. Una gobernanza que dice reformar todo, para no cambiar nada.

¿Verdaderamente lo que este gobierno ha llevado a cabo pueden calificarse de “reformas”? Al contrario: lejos de toda reforma, este gobierno –como los precedentes- no ha hecho mas que consolidar la única “forma” sobre la que gira toda la política chilena: la forma neoliberal. Con ello, el discurso del “crecimiento” pretende ofrecer la unidad, el corpus nacional que no existe porque produce la ilusión de que no existen ni ricos ni pobres sino sólo la ilusoria “clase media”.

Con ello, el dispositivo del “crecimiento”, al controlar los cuerpos, puede despolitizar brutalmente al conflicto de clases que el propio gobierno, en su “guerra contra los pobres” no ha dejado de promover: ¿o acaso la política de Aula Segura se ha aplicado en los colegios de la cota mil? ¿O en las comunas mas ricas del país existen otros Camilos Catrillancas?

El término “crecimiento” marca el vacío de la “segunda transición”. Como la primera que no transitó a nada más que a la consolidación de los grandes poderes fácticos nutridos gracias a la dictadura, la segunda ilusiona con una nueva conciliación en la que el país sea uno sólo (sin ricos ni pobres, sólo con “clase media”), pero con la garantía de que la oligarquía financiera siga arrasando al país.

El ideario moral de Aylwin se consuma en el ideario económico de Piñera, el proceso transitológico de Aylwin que mantuvo impune a los militares, se consuma en el proceso transitológico de Piñera que mantiene impune a los empresarios. Sino, ¿cómo explicamos el uso permanente de Piñera de la imagen de Aylwin y de la “nostalgia” empresarial a los gobiernos de la Concertación calificándoles como los “más exitosos”, tal como recientemente los calificó el propio Alfonso Swett, presidente de la CPC, en un programa de la TV?

En esto consiste la “segunda transición”: en un consenso intra-oligarquía consistente en que el empresariado –vía el Estado- ejerza su guerra permanente contra los pobres. Porque esta guerra no es más que una modalidad precisa de la guerra civil planetaria que hoy se desenvuelve en la única técnica de gobierno. Se gobierna la catástrofe, precisamente porque gobernar es ya producir la catástrofe que luego se declara combatir. O es que cuando Piñera dice querer “combatir la pobreza” ¿no deberíamos notar que la “pobreza” no existe como algo que está naturalmente dado, sino como  una realidad que las misma políticas que él pretende implementar no han dejado de producir?

El peor error de cualquier política de izquierdas hoy sería aceptar la necesidad del “crecimiento”. ¿Sería importante volver a insistir que hoy “crecimiento” y “desarrollo” se anteponen? Aceptar la necesidad del “crecimiento” implica colgarse de un “falso mito” y regirse por un pulso ajeno en el que las fuerzas del capital terminarán triunfando.

En una de las últimas conferencias de Marta Harnecker dio en Chile, decía que hay algo que ninguna política de izquierdas debería olvidar: la democracia. Justamente el “crecimiento” va en desmedro de la democracia, porque precariza la vida de múltiples actores, destruye derechos laborales, civiles y humanos, viola sistemáticamente los espacios ganados y aceita al dispositivo sacrificial como dinámica “misteriosa” del capital en la que, todos los días, los “muchos” terminan lanzados a la muerte.

Democracia debe implicar algo más que un régimen técnico-procedimental y significar la apropiación común de los modos de producción. Y ¿si en tal apropiación tuviera lugar un “uso” que prescinda de toda referencia a un “bien”, en el que ya no hubiera riqueza que alcanzar? Si el comunismo es la potencia democrática por excelencia es porque en él el paradigma de la riqueza ha sido depuesto, porque su violencia se interpone a la guerra civil planetaria a la que la “segunda transición” nos quiere conducir.

Rodrigo Karmy Bolton