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Respuesta a la columna de Vicente Gutiérrez: «¿Cómo no sospechar de un carnaval lleno de transnacionales?

Por: core | Publicado: 21.06.2019
Respuesta a la columna de Vicente Gutiérrez: «¿Cómo no sospechar de un carnaval lleno de transnacionales? orgullo lgbti |
Cuando vemos a marcas teñidas por el color del arcoíris y sabemos que, al otro lado del mundo, se precariza niñxs, mujeres y abusan de las supuestas bondades que les otorga un sistema tan desigual como el capitalista. ¿Qué protesta hay en ese espacio colmado por publicidad? Nadie pide que quiten el pop, pero desplazar una sospecha frente a un escenario colmado de publicidad, al menos en mi caso, hacen que me sienta ajeno a esa celebración.

Estimada Directora:

Escribo la presente columna en respuesta a la publicada el día de hoy, 21 de junio del 2019 en este mismo medio, El Desconcierto, titulada It’s political, ¡bitch!: Si los maricones no bailamos ¿quién lo hará? Del periodista Vicente Gutiérrez.

El texto presentado por Gutiérrez peca de muchas cosas, y una de ellas es el desconocimiento. Las críticas que se han enarbolado hacia el pride no apuntan al contexto de fiesta, sino que busca posicionar los conflictos que nos genera, para quienes nos enunciamos desde una mirada disidente, el accionar de las ONGs gays. Nadie busca construir una moral victoriana dónde sea excluyente la celebración o la alegría en contextos reivindicativos, y plantear una lectura –como la desarrollada por el autor de la columna en cuestión-, es pecar en el simplismo. Las críticas que se desarrollan apuntan a varias situaciones mucho más complejas que el poder o no poder bailar, y se deslizan hacia cómo el neoliberalismo, en su constante poder de auto-transformación, ha absorbido nuestra sexualidad como una realidad multicolor brandeable bajo la cual se pueden obtener réditos económicos y publicitarios.

Desde hace años que se viene realizando una marcha de quienes no nos sentimos representadxs por las organizaciones homosexuales y cómo éstas han construido un relato político orientado en la obtención del matrimonio igualitario como aspiración final de las demandas de la comunidad. En el contexto actual, la Marcha Disidente por la Memoria no busca erigirse como un movimiento marcado por la pena, sino como un espacio de conmemoración por una sociedad que aún nos violenta, que aún nos asesina y que ha cometido atrocidades tan grandes como el caso de lesbicidio –que aún no tiene culpables- de Nicole Saavedra.  

No hay que olvidar que la rabia movilizó los disturbios en aquel bar neoyorkino tan lejano en Estados Unidos. Los deseos de ser escuchados hicieron que los Maracos del 73 se tomaran el espacio público por asalto, o incluso, hace no mucho tiempo atrás, al extinto MOVILH histórico haya sido parte de una de las primeras marchas por los Derechos Humanos, en los frágiles años de la transición democrática para reclamar un espacio, que supuestamente nos brindaría esta alegría democrática venidera.

¿Cómo no sospechar de un carnaval lleno de transnacionales? Cuando vemos a marcas teñidas por el color del arcoíris y sabemos que, al otro lado del mundo, se precariza niñxs, mujeres y abusan de las supuestas bondades que les otorga un sistema tan desigual como el capitalista. ¿Qué protesta hay en ese espacio colmado por publicidad? Nadie pide que quiten el pop, pero desplazar una sospecha frente a un escenario colmado de publicidad, al menos en mi caso, hacen que me sienta ajeno a esa celebración.

No creo que alguien pueda negar que en la felicidad exista un germen político, pero ¿quién dice que no se puede celebrar?, sospecharía de cualquier movimiento que busque normar conductas, y la caracterización presentada por el columnista hacia quienes criticamos los imaginarios que proyecta el Pride Fest distan mucho de la propuesta política que hay tras una marcha disidente. El llamado de atención, que hace años se repite en las calles de por parte de nuestras amigas colas, tortas y trans al declarar que hay mucha fiesta, y poca protesta apunta a cómo se ha empleado estos contextos únicos de masividad no-heterosexual como espacios carentes de reivindicaciones políticas y construidos desde uno de los brazos del siempre modificable capitalismo global.

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