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Parte II: Interés por la política, politización y participación

Por: Cesar Guzman-Concha | Publicado: 24.06.2019
Parte II: Interés por la política, politización y participación marchas | Foto: Agencia Uno
El fenómeno que está detrás de las cifras sobre interés en política de la encuesta CEP es este divorcio progresivo entre élites y ciudadanía, entre sociedad y sistema político. Interpretar este divorcio como simple ausencia de interés es un error. La sociedad (los diversos grupos que la componen) tiene ideas fuertes sobre cómo debería ser gobernado el país. El punto es que, como he intentado mostrar en estas columnas, las personas tienden a desconfiar de una definición de política que la asimila a debates insustanciales sobre quién se hace con qué cargo, y que raramente parece alinearse con sus propios intereses y preocupaciones.

Ahora bien, ¿es Chile un país con bajos niveles de politización? Una aproximación posible a esta cuestión es combinar datos disponibles sobre las varias dimensiones que puede tomar lo político para la ciudadanía. Si miramos al interés y a la participación política en perspectiva comparada, podemos hacernos una idea más precisa del estado de la politización en Chile.

Estudios de opinión internacionales, como la Encuesta Mundial de Valores (WVS) confirman, en parte, la visión que nos ofrece la CEP. Según datos del último ciclo del WVS (2010-2014), y comparando Chile con una muestra arbitraria de países (figura 1), se observa que Chile registra el menor porcentaje de personas que dice estar “muy interesados” y “algo interesados” en política (5.5%). Sin embargo, hay más personas en Uruguay y Brasil que dicen no tener “ningún interés” por la política, y más argentinos que chilenos dicen estar “no muy interesados” en ella. A pesar de estas diferencias, si se considera al interés, Chile no es tan distinto de Brasil, Argentina o Uruguay. Como se ve en la figura 1, los porcentajes de Chile para cada categoría de respuesta se acercan más a los de nuestros vecinos sudamericanos que a los de los otros tres países incluidos a efectos de esta comparación.

 

La participación política también incluye formas no institucionales, como asistir a manifestaciones, firmar peticiones o salir a la calle para apoyar una causa. Como lo indica la tabla 2, los chilenos declaran haber participado en manifestaciones pacíficas por encima que brasileños, argentinos y uruguayos. En efecto, el 23% de personas que afirma haber asistido a alguna manifestación es el más alto de la serie comparativa, por encima de Suecia. Pero también, el porcentaje de chilenos que afirma que nunca iría a  manifestaciones es el segundo más alto, solo por debajo del porcentaje de uruguayos que afirman lo mismo. A diferencia de los datos sobre interés, aquí se aprecia mayor variación entre países, resultando más difícil identificar un patrón. Llama la atención el contraste entre Chile y Sudáfrica: si en Chile se constata un bajo interés en política y una mayor participación en protestas pacíficas, en Sudáfrica se observa lo contrario, es decir, alto interés en política con menor participación en protestas pacíficas.

Por último, Chile se sitúa a la cabeza de los países con baja participación en elecciones. El 46.7% de participación registrado en las elecciones de 2017 solo fue superado por Venezuela (45.7%) y Haití (18.1%) en nuestro continente, según los datos del Institute for Democracy and Electoral Assistance. A nivel global, Chile se sitúa dentro del grupo de 30 países (de un total de 198) en que menos del 50% del padrón se presenta a votar. En nuestro vecindario, uruguayos, argentinos y brasileños acuden a las urnas en porcentajes que superan el 75% del electorado, y Bolivia registra un significativo incremento de la población votante desde principios del siglo.

Estos datos demuestran que la participación y el interés por la política son fenómenos complejos, multidimensionales, difícilmente reducibles a un solo componente. El interés y la participación electoral en Chile son bajos, pero como otros estudios han corroborado, durante la última década se han popularizado las formas no institucionales de participación. La cuestión aquí parece ser aquel tema largamente analizado en la sociología chilena al menos desde la década de los 1980s, sobre las relaciones entre lo social y lo político. A partir de la transición a la democracia, la caída de la participación electoral, la desafección con los partidos políticos, y las crisis recientes en varias instituciones públicas (corrupción, sobornos, tráfico de influencias), de las que no escapan ni las policías ni las iglesias, consolidan la percepción de un divorcio entre sociedad y sistema político. Las preferencias de los ciudadanos no se reflejan del mismo modo en las elites políticas y económicas, como lo ponía en evidencia el ya mencionado informe del PNUD de 2015 (ver la pag. 213 del citado informe para mayor detalle). El fenómeno que está detrás de las cifras sobre interés en política de la encuesta CEP es este divorcio progresivo entre élites y ciudadanía, entre sociedad y sistema político. Interpretar este divorcio como simple ausencia de interés es un error. La sociedad (los diversos grupos que la componen) tiene ideas fuertes sobre cómo debería ser gobernado el país. El punto es que, como he intentado mostrar en estas columnas, las personas tienden a desconfiar de una definición de política que la asimila a debates insustanciales sobre quién se hace con qué cargo, y que raramente parece alinearse con sus propios intereses y preocupaciones.

Cesar Guzman-Concha