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Opinión

Celebrar el orgullo

Por: Patricio Contreras Moreno | Publicado: 30.06.2019
Celebrar el orgullo levy |
La inclusión que nos ofreció la sociedad chilena tiene como consecuencia ponernos por sobre otras minorías en la escala social, como las personas trans, travestis, migrantes, y otros marginados que han luchado históricamente dentro de nuestro colectivo. La nueva lucha LGBT+, liderada por hombres de buen estatus en Chile, impregna al movimiento de un sentido de orgullo blanco, clasista y binario. Intrínsecamente homonacionalista.

Fuimos más de 100 mil personas las que marchamos por la Alameda el sábado pasado, conmemorando anticipadamente el Día Internacional del Orgullo LGBT+, cuya fecha oficial fue el viernes 28 de junio. Sin embargo, cada año que pasa, me voy desilusionado más y más de la dirección que va tomando esta marcha, dejando de lado motivaciones que solían ser vitales para el movimiento y reemplazandolas por otras más banales, acompañadas de una atmósfera de conformismo y consumismo.

La marcha comenzó como cualquier otra, siendo liderada por el carro de los organizadores que, a través de discursos y cánticos, entregaron un típico sentido republicano a la nueva instancia. Pero, al igual que los otros carros, éste iba repleto de personas que tomaron la bandera del arcoíris como oportunidad para apropiarse de una lucha que no les es propia, proyectando una imagen progresista para las masas de Instagram con el hashtag #pinkwashing oculto entre líneas.

Los otros carros fueron más atrevidos y dejaron la lucha y los discursos de lado, dando protagonismo a las luces, la música y la parafernalia, excusados en la idea de “visibilidad” LGBT+. Aunque el foco no era necesariamente un manifiesto del colectivo, sino que gigantografías de famosas marcas nacionales e internacionales.

En el evento, estuvo presente una empresa de transporte que justamente atraviesa por la discusión de una ley en su nombre, haciendo que el anglicismo “lobby” rondara por nuestras cabezas. También transitó una famosa marca de licor que ha realizado marketing dirigido a nuestra comunidad desde hace años, pero que en esta instancia le pagó a rostros televisivos heterosexuales como Ariel Levy para “marchar” sobre su camión, demostrándonos que, efectivamente, su acercamiento a nosotros es sólo una estrategia de marketing.

Después de ver este espectáculo quise volver atrás y recordar la motivación original de la marcha: el orgullo.

Cada año, caminando entre cuadras y cuadras de gente que celebra con banderas, atuendos y maquillaje, comprendo que la visibilidad y el sentido de pertenencia dentro de una comunidad son importantes. Comprendo que, en ese momento, la Alameda se convierte un lugar seguro para todes, al menos por unas horas. Sin embargo, a medida que han pasado los años y el movimiento se va normalizado gracias a la labor de las fundaciones organizadoras, aquella esencia que nos hacía especiales, y que me llenaba de orgullo, ha ido desapareciendo.

En las última dos décadas ha ocurrido una asimilación por parte de la sociedad, de aquello que antes era concebido como extraño, inaceptable, como una contracultura. Antes nos decían “raros” y ahora nos consideran una moda. Esta sociedad se abrió para nosotros bajo sus propias reglas, despojándonos de nuestra unicidad y abriendo un camino para que las grandes corporaciones se infiltraran dentro de nuestra comunidad y comenzaran a envenenarla desde adentro.

Con esto, recuerdo a la teórica queer inglesa, Jasbir Puar, y su análisis sobre el “homonacionalismo” en “Ensamblajes terroristas: el homonacionalismo en tiempos queer”, de 2007. En el texto, ella explica cómo los discursos actuales del movimiento LGBT+ van de la mano con una adhesión al capitalismo y otras normas económicas y morales que le son propias al ciudadano común. El poner como bandera de lucha al matrimonio igualitario deja entrever este fenómeno: Buscamos dejar de lado nuestra otredad para convertirnos en miembros activos de la sociedad, tanto institucional como moralmente. Buscamos acceder también a mayores beneficios económicos, mayor aceptación y, así, nuestra lucha se convierte en una lucha por tener más derechos y privilegios que otras, otros y otres.

La inclusión que nos ofreció la sociedad chilena tiene como consecuencia ponernos por sobre otras minorías en la escala social, como las personas trans, travestis, migrantes, y otros marginados que han luchado históricamente dentro de nuestro colectivo. La nueva lucha LGBT+, liderada por hombres de buen estatus en Chile, impregna al movimiento de un sentido de orgullo blanco, clasista y binario. Intrínsecamente homonacionalista.

Recuerdo que celebrar el orgullo en aquellos momentos donde se luchaba por conseguir derechos esenciales para todas, todos y todes tenía más mucho sentido. Hoy en día, sin embargo, el orgullo viene inserto en la etiqueta de un producto al que sólo pueden acceder aquellos que tienen dinero para comprarlo. Hoy, el consumismo y esta falsa idea de aceptación parecen más importantes que proteger a aquellas personas que siguen siendo marginadas y violentadas por la sociedad, debido a su orientación sexual, género o expresión de éste.

Hasta que no se reforme la ley que sólo nos ampara después de ser golpeados o asesinados, entonces no puedo celebrar el orgullo. Mientras se sigan permitiendo los discursos de odio hacia nuestra comunidad por parte de iglesias y partidos políticos, yo no puedo celebrar el orgullo. Mientras siga existiendo la homofobia institucional, aquella que nos borra de las políticas y los textos escolares, entonces no puedo celebrar el orgullo. Mientras las cosas no cambien fuera de las esferas sociales privilegiadas, entonces, las personas como yo preferirán marchar y no celebrar, conmemorando ese sentido rebelde que nos recuerda a las primeras manifestaciones en Stonewall lideradas por mujeres trans negras, hace exactamente 50 años.

El sábado pasado se dejó un espacio en medio de la marcha para conmemorar a quienes ya no están, pero eso no es suficiente. Hoy en día nos siguen matando, y, si no levantamos nuestras voces ahora y dejamos de lado el conformismo, ese espacio se hará cada año más y más grande.

Patricio Contreras Moreno