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Opinión

Crisis en Chacalluta: el peligro de tener a un especulador de Presidente

Por: Francisco Mendez | Publicado: 01.07.2019
Crisis en Chacalluta: el peligro de tener a un especulador de Presidente venezuela | Foto: Agencia Uno
Como nada es permanente en la personalidad de Piñera, el discurso en contra del chavismo, debido especialmente al estruendoso fracaso de un viaje a Cúcuta para hacer entrar la llamada “ayuda humanitaria”, desde Colombia a Venezuela, se fue atenuando. De pronto ya no era tan fundamental ese país para construir un relato político. La oposición venezolana estaba mostrando se nula pericia política, intentando una “transición pacífica” y un levantamiento militar al mismo tiempo, por lo que era importante salir de un terreno en el que ya no convenía estar demasiado involucrado.

Desde que asumió este gobierno, los discursos grandilocuentes  se volvieron a tomar La Moneda. Los integrantes de la nueva administración de Sebastián Piñera, venían a arreglar una catástrofe inventada en sus cabezas; querían salvarnos de una crisis que solo ellos y los medios afines a sus ideas veían, encargándose de decirnos que estábamos más mal de lo que nosotros percibíamos que estaban nuestras vidas, y que por eso había que hacer “las cosas bien”.

Piñera, en cada ocasión que tuvo para hacerlo, convirtió al gobierno de Michelle Bachelet en algo así como el gran ejemplo de lo que es la mediocridad, repitiendo que el problema no estaba en sus ideas, sino que las reformas estaban mal hechas.  ¿Qué era lo que realmente encontraron mal hecho? Nunca lo supimos, porque la estrategia de Chile Vamos era no profundizar, no tocar los antagonismos ideológicos, sobre todo en conversaciones tan fundamentales como la educacional y la constitucional, para así hablar desde un cierto “tecnicismo” y “sentido común” que, como siempre sucede, entrañaba la perpetuación de lo mismo que se quería cambiar.

Pero no solo en lo mencionado Piñera quería mostrar una cierta superioridad. En el caso de Venezuela, el mandatario jugó todas sus fichas para no solo instalar la idea de que él venía a representar una derecha diferente, que condenaba las violaciones a los derechos humanos en todas partes del mundo; también, lógicamente, lo hizo para competir una vez más con Bachelet, que se había convertido en alta comisionada de la ONU, y tratar de obtener en este, su segundo mandato, un protagonismo internacional que lo catapultara como estadista y líder de la región, dejando atrás su pasado de especulador.

Para cumplir con sus caprichos, esta administración convirtió lo que sucede en el país sudamericano en un tema fundamental en cada discurso que daban el jefe de Estado y la vocera de gobierno. Ellos eran los buenos, los héroes, los que miraban con ojo crítico lo que sucede bajo el régimen de Nicolás Maduro, aunque, al mismo tiempo, le llamaran “diversidad” al pinochetismo que algunos en sus filas declaraban adherir, como si se tratara de lucir una medalla digna de lucir, refugiándose en la manoseada “libertad de expresión”. Eso no importaba. Lo que se provocó en torno a esas declaraciones, decían, solo era producto de esa mala fe que una oposición inexistente, y curiosamente poderosa según el relato oficialista, demostraba día a día para opacar los “tiempos mejores”.

Como nada es permanente en la personalidad de Piñera, el discurso en contra del chavismo, debido especialmente al estruendoso fracaso de un viaje a Cúcuta para hacer entrar la llamada “ayuda humanitaria”, desde Colombia a Venezuela, se fue atenuando. De pronto ya no era tan fundamental ese país para construir un relato político. La oposición venezolana estaba mostrando se nula pericia política, intentando una “transición pacífica” y un levantamiento militar al mismo tiempo, por lo que era importante salir de un terreno en el que ya no convenía estar demasiado involucrado.

Por esto es que hay hoy un grupo de venezolanos queriendo entrar por el complejo fronterizo Chacalluta a Chile sin poder hacerlo. De un día para otro, como buen apostador, Piñera se olvidó de lo que no le dio réditos. Debido a un fracaso personal, incumplió lo prometido  pomposamente, cuando le resultaba lucrativo, y está sacrificando vidas en las fronteras del país, recordándonos que nunca podrá ser estadista quien gobierna según las lógicas el mercado.

Y es que, aunque la majadería liberal intente plantearlo, la discusión política no se agota en “dictaduras versus democracia”. Las democracias también cometen atrocidades, pero, a diferencia de los regímenes evidentemente autoritarios, lo hacen de manera menos visible, refugiándose en su legitimidad para así fundamentar iniciativas macabras, más aún cuando quien gobierna todavía no entiende en qué consiste su trabajo más allá de sus intereses personales. Y cuando la institucionalidad no impide que pueda cumplir con esos intereses.

Por lo tanto, cabría concluir que, a diferencia de lo que dice el lugar común, casi tan peligroso como tener a un dictador empecinado en retener el poder, lo es que haya un especulador que administre un país y sus fronteras de acuerdo a lo que dicen sus índices de popularidad.

Francisco Mendez