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Opinión

La Cancillería chilena y la ceguera sobre Palestina

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 05.07.2019
La Cancillería chilena y la ceguera sobre Palestina piñera visita israel | Fotografía de Agencia Uno
El punto central que quisiera poner en cuestión es éste: ¿es realista para el contexto del conflicto que aquí presenciamos, una política que intente resguardar los “equilibrios”?

La reciente visita del presente Piñera a Palestina puso en juego un asunto sobre el cual no se ha prestado demasiada importancia, pero que constituye el pivote de toda la fallida visita. “Fallida” no en el sentido de que no se hayan terminado por firmar los acuerdos con las respectivas autoridades, sino en cuanto fue una visita que generó más de una airada reacción, sobre todo, de parte de las autoridades israelíes quienes consideraron que la visita piñerista a la explanada de Al Aqsa con el ministro palestino constituía un atentado a su soberanía. Es cierto que Israel reclama el territorio de Jerusalén Oriental como suyo, siendo consecuente con su respectivo proyecto colonial, a pesar que todas las resoluciones de la ONU le niegan ese derecho. Pero, igualmente clave, me parece, es que a partir de este “incidente” podemos analizar la “ilusión” que opera como premisa de la Cancillería en el instante en que se desarrolla la visita: el equilibrio.

Piñera visita, tanto a la parte israelí como a la parte palestina, y se congracia, hasta cierto punto, con una y otra parte e insiste en que su visita tiene el objetivo de mantener el equilibrio. A contrapelo de la política trumpista y bolsonarista, que llevaron a cabo el cambio de embajada desde Tel Aviv hacia Jerusalem Oriental trasgrediendo a todo el derecho internacional,  la política de Chile se mantuvo en terreno del “equilibrio”, visitando a palestinos e israelíes y manteniendo la embajada de Chile en Tel-Aviv. No podía desdecirse Piñera de la resolución adoptada por su cancillería bajo su primer mandato, donde el reconocimiento al Estado palestino fue motivado sobre todo por la decisión del Brasil liderado, en ese entonces, por Lula. Pero tampoco podía arriesgar la crítica de la comunidad palestina de Chile que, como se sabe, es la más grande fuera del mundo árabe.

Sin embargo, el punto central que quisiera poner en cuestión es éste: ¿es realista para el contexto del conflicto que aquí presenciamos, una política que intente resguardar los “equilibrios”? Veamos el asunto con un poco más de detención: el conflicto llamado “Palestino”, que en realidad habría que calificar de “colonial-israelí”, no está estructurado de ninguna manera en función de un equilibrio de fuerzas. No se trata de una guerra continua entre dos Estados medianamente equivalentes, sino de una colonización. Es precisamente el término “colonización” el que aparece invisibilizado, sino prohibido, en el léxico político contemporáneo.

La razón de ello tiene que ver con que la colonización en Palestina se ha perpetuado en el seno de un mundo de corte postcolonial: Palestina es el último reducto colonial de un mundo que, desde la Sudáfrica de Mandela en adelante, dice haber dejado atrás todos los procesos de colonización. El término “colonización” funciona hoy como un término extemporáneo al interior del léxico diplomático, un convidado de piedra que, se lo pretende recordar sólo como algo del pasado pero jamás como un problema que pervive y condiciona nuestro presente. Por eso, resulta clave subrayar que cuando hablamos de “colonización” en Palestina no estamos refiriéndonos a las diferentes formas que asumió el colonialismo, sea en su forma hispana, portuguesa, francesa o británica. En todas estas formas, el colonialismo actuaba brutalmente, pero con un sentido de inclusión: se trataba que las poblaciones nativas terminaran incluidas en el imaginario metropolitano, porque no sólo existía una diferencia entre metrópolis y colonias, sino además, porque pervivía un proyecto civilizatorio de parte de la potencia colonial.

Israel carece de proyecto civilizatorio y no pretende “incluir” a la población palestina a su imaginario, sino más bien, expulsarla, ocuparla, segregarla. En suma: aniquilarla, como ha quedado demostrado en la nueva “solución final” propuesta por la administración Trump a Netanyahu. La colonización israelí en Palestina tiene un solo objetivo: destruir cualquier posibilidad que los palestinos puedan concebirse como un pueblo. Destruir toda forma política palestina. Así, la colonización sionista en Palestina opera al revés que las formas coloniales anteriores: no intenta “incluir”, sino “excluir”, no pretende “civilizar” sino sólo “expulsar”. Como alguna vez, indicó el intelectual palestino Elias Sanbar:  se trata de producir a Palestina como una tierra vacía. Gesto propiamente moderno, ligado a toda empresa de exterminio, en el que se tiene como objetivo permanente la producción del vacío: una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra –dice el relato sionista.

Esta idea se complementa con otra: que el conflicto tendría una naturaleza “religiosa”. Como tal, no podría resolverse en término políticos. En otros términos, siempre ha habido pugna y seguirá habiéndola por la eternidad. El mito sionista vertebra este discurso, naturalizándolo y mostrándolo irresoluble a “causa de los árabes”. Pero, dicho relato se impone al precio de olvidar el carácter “colonial” y, por tanto histórico-político que tiene este conflicto: Gran Bretaña-EEUU-Israel conforman una tríada colonial que explica el actual estado de cosas. Sólo la pereza del pensamiento crítico y el descanso que nos provee la ideología dominante puede seguir sosteniendo que este conflicto asume un carácter “religioso” o que se trata de dos fuerzas equivalentes frente a las cuales habría que mantener el ilusorio “equilibrio”.

La fórmula “dos Estados” ha sido desde siempre la propuesta de la ONU. Desde que ésta planteó el plan de bipartición (que las fuerzas israelíes no respetaron) la ONU y los países que se pliegan a dicha fórmula, no ha dejado de insistir en ella. Pero ésta ha sido también, y desde el principio, una fórmula propiamente colonial que no escuchó jamás al movimiento nacional palestino ya vigente desde principios del siglo XX. Pero es más: la fórmula “dos Estados” que, eventualmente, podría ser transable en el mercado de las relaciones internacionales, hoy no goza de buena salud: la profundidad de la colonización sionista en Palestina ha vuelto imposible su eventual implementación.

¿Por qué? Simplemente porque los territorios palestinos han quedado desconectados entre sí, horadados en una miríada de agujeros controlados por múltiples checkpoints israelíes así como también colonizados por la imparable política de construcción de asentamientos subsidiados por el Estado sionista. La solución “dos Estados” que, al menos en el momento de su promulgación (29 de noviembre de 1947) en la Resolución 181 no parecía del todo inviable, aunque sí rechazable por parte de los movimientos nacionales árabes pues no se consideró su posición, terminó por convertirse en una fórmula inútil y vacía políticamente porque, de facto, los palestinos no gozan de territorios, ni de soberanía mínima que les permita administrar sus propios asuntos. O, si se quiere: gozan de una autonomía vigilada por el control sionista y los capitales europeos y estadounidenses que financian a su endeble y frágil Autoridad.

La estrategia de la cancillería chilena apostó por la conservación de los “equilibrios”. Pero justamente, por lo que no hay en Palestina. En la medida que el conflicto palestino asume un carácter colonial no puede haber equilibrio alguno que no sea una ilusión. Colonialismo implica un desequilibrio estructural de las fuerzas en las que existe un colono y un colonizado, un opresor y un oprimido, un amo y un esclavo. Como tal, la apuesta de la cancillería chilena debía salir mal. Porque su premisa estaba –y ha estado permanentemente, más allá de los diferentes gobiernos-  enteramente equivocada: quiso construir la “ilusión” de que existe un equilibrio en la zona, que visitar autoridades palestinas e israelíes por igual tiene un carácter equivalente, porque supuestamente serían “dos Estados” que, sin embargo, en los hechos, no existen.

Como un verdadero Mr. Magoo de la política, el presidente Piñera ya nos tiene habituado a que cada salida fuera del país trae un desastre que su vocera intentará subsanar. Pero lo que cuenta es que aquí sólo pervive Israel como Estado soberano y colonial. Palestina es un Estado reconocido internacional y jurídicamente (cuestión decisiva por cierto), pero no instituido de facto en el territorio sino bajo escasos lugares que con el bloqueo, el asedio, la arbitrariedad permanente de los colonos y la construcción última del muro de segregación, resulta imposible de sostener.

En los hechos no hay Estado palestino, sino una profundización de la colonización sionista sobre un incansable pueblo que desde hace más de 70 años no ha hecho otra cosa que resistir al poder sionista. Esta es la razón por la que la OLP ha tenido como objetivo permanente la creación de Estado laico y democrático o que intelectuales como Edward Said hayan optado en su momento por la creación de un Estado binacional.

Quizás, deberíamos ir más allá de esa figura y, además de rechazar de plano el acuerdo del siglo propuesto por la administración Trump, podamos pensar en un Estado plurinacional que, desprendido de toda “etnicidad” (ante todo, de aquella que marca al Estado como “judío) ofrezca algo de justicia a la pluralidad que ha habitado esa tierra por miles de años.

Rodrigo Karmy Bolton