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Opinión

Los consensos anti-“punitivistas”

Por: Victoria Aldunate Morales | Publicado: 09.07.2019
Los consensos anti-“punitivistas” la puntada 3 |
Los debates sobre ser o no “punitivistas” parecen haberse inaugurado con la funa por redes sociales a un militante de Pan y Rosas México y luego la denuncia de las feministas comunitarias antipatriarcales de Bolivia por femicidio frustrado, a la feminista -otrora anarquista y autónoma, hoy institucional- Julieta Paredes Carvajal. Vinieron más denuncias a militantes y ahí aprovecharon gobiernos y partidos políticos, -los mismos que por siglos han sido trincheras reformistas y civilizadas de la masculinidad-, para declararse «feministas”.

El consenso suele ser el poder que unos grupos dominantes imponen sobre el resto: su moral y la obligatoriedad de una cierta adecuación social de quienes no estamos en sus grupos, mientras para ellos está el “libre albedrío”.

Conocemos de “consensos” en $hile, el “concertacionista” de la postdictadura que primero aplastó la autodefensa contra la Dictadura y luego aniquiló con su avance neoliberal, la posibilidad de restituir la vida como hacía al menos dos siglos lo venían imaginando movimientos populares. No sabemos a dónde íbamos a ir a parar en los años 80 entre ollas comunes, (h)arpilleras y el derecho a la rebelión de los pueblos, pero sabemos dónde estamos hoy terminando la segunda década del nuevo siglo: Altos mandos militares y de Carabineros enriquecidos, agentes de la DINA-CNI activos que siguen aplicando los métodos represivos de la Dictadura, ahora especialmente focalizados en Wallmapu contra la gente mapuche en resistencia, pero también contra cualquiera que descubra sus fraudes… Y nosotras, en todo el territorio, tenemos su consenso de leyes de femicidio que nos representan cuando ya hemos sido asesinadas + sus leyes VIF en los límites de la pulcra moral de la “familia bien constituida”.

La víctima perfecta no es “punitivista” y el buen feminismo, ciudadano, justo lo que No somos cuando funamos agresores.

Voces institucionales -de partidos políticos- y académicas, hablan desde un feminismo latinoamericano congelando escraches a agresores machistas, el feminismo se vacía de mujeres, de separatismo y de acción directa, y da acceso a militantes; ya no es subversión, es un feminismo sociólogico-psicologista de explicaciones técnicas de lo injustificable y optimista adaptación al mundo patriarcal.

Nuevos siglos y “Cambalache”…

En los años 80 y 90, una campaña de las instituciones de género latinoamericanas dirigida a mujeres que estaban viviendo violencia en pareja, fue: “¡Mujer no llores, habla!”. Así, como si fuese una orden. Sonaba complaciente con la racionalidad, incauta negando que las “profesionales” también vivieran violencia, invitaba a hablar correctamente su idioma y a acudir a sus oficinas… las víctimas imperfectas se negaban a ir a sus oficinas… Unas décadas antes, la víctima del nacismo y apátrida Hanna Arendt, denunciaba que la más formidable forma de dominio (ahora) es un complejo sistema de oficinas en donde no cabe hacer responsables a los hombres, hace imposible la identificación de responsabilidades y del enemigo… (“Sobre la violencia” 1969). Esto, con o sin la Arendt, lo hemos vivenciado por generaciones.

En el nuevo siglo, se nos propone esta jerga de “las violencias” que coloca la violencia patriarcal como situaciones inconexas, que fragmenta el fenómeno político y le resta responsabilidad sistemática. Niega la memoria, desconectándola del sentido histórico que tuvo nombrar Violencia contra las Mujeres y las Niñas, indicando un origen estructural contra las humanas y demás seres vivientes (humanos y de otras especies) feminizados-subyugados por el colonizador. Tengo pruebas de esto y no son estudios, sino modestos volantes, afiches, columnas, desde la autonomía en la calle y sin permiso.

Preguntas feministas

Los debates sobre ser o no “punitivistas” parecen haberse inaugurado con la funa por redes sociales a un militante de Pan y Rosas México y luego la denuncia de las feministas comunitarias antipatriarcales de Bolivia por femicidio frustrado, a la feminista -otrora anarquista y autónoma, hoy institucional- Julieta Paredes Carvajal. Vinieron más denuncias a militantes y ahí aprovecharon gobiernos y partidos políticos, -los mismos que por siglos han sido trincheras reformistas y civilizadas de la masculinidad-, para declararse «feministas”. Consecuentemente con la defensa de los militantes, comenzó a decirse que las feministas que funan o denuncian públicamente, estaban produciendo “linchamientos” y sorprendentemente se planteó que a los violadores de dd.hh. sí, pero a estos, no…

Un torturador, un Pinochet, un Videla, no nos importan nada, podemos odiarlos, pero cuando se trata de alguien del movimiento o de nuestra pareja, nos asalta una confusión enorme, es verdad… En mi experiencia un torturador de las dictaduras es un completo desconocido, mientras el agresor machista suele ser un conocido, alguien a quien incluso llegamos a querer. No es un enemigo, pero es un cínico, una manipuladora que no acepta su responsabilidad y con ello vuelve a agredir. Alguien que se esconde tras el hecho de que es «revolucionario» y dice que “por eso” lo persiguen, o se parapeta en que es mujer, y por ello, aunque haya actuado de manera abiertamente patriarcal, no se considera machista… No mido intenciones ni lo que originó sus acciones – no lo sé o creo que lo sé porque lo explican, pero eso no lo cambia-, sólo constato las acciones que produjeron su daño… ¿Y nuevamente –ahora hasta voces feministas- nos piden silencio y prudencia, esas virtudes femeninas? ¿Deberíamos sufrir hasta que el Estado nos defienda? ¿Es mejor salirnos de la organización que movilizarnos? ¿El acceso a formas de autodefensa es otro privilegio masculino? ¿Por qué no puede ser confrontado un agresor y sí un torturador acreditado? ¿La defensa de la tierra y el territorio no incluye la defensa del cuerpo autónomo de cada humana (de cada ser)?… Se alega que se produce la muerte social de un amigo denunciado, y se conmueven por él, sin embargo, cuando –entre pasillos-  nos categorizan de “locas despechadas”, “envidiosas”, “traidoras de derecha” porque denunciamos al dirigente de izquierdas, cuando prefieren ignorarnos en sus pegas, financiamientos, organizaciones, foros, libros y referencias, no les conmueve…

Es, infiero, lo que pasó con el periódico feminista Puntada con Hilo[1] en papel de los 90, por denunciar a la Concertación de Partidos Por la Democracia y su continuismo de la Dictadura: nos negaron, nunca más nos financiaron (no entrábamos en los nuevos lineamientos).

La Violencia Patriarcal

Violencia es un fenómeno relacional que involucra a cuerpos verdaderos. Hablar de  Violencia a secas, es ambiguo ya que su significado concreto se establece por procesos políticos. La heterosexualidad obligatoria es un proceso político, pre capitalista, capitalista, postcapitalista, socialista y postsocialista. Las definiciones de violencia varían según quien habla y quien difunde sus prescripciones e investigaciones. A menudo, los estudios colocan especial énfasis en contabilizar a las víctimas y escaso interés en revelar quienes son los victimarios. Pero la inmensa preponderancia de los crímenes y las transgresiones masculinas, es una realidad aplastante.

Es más, el discurso comunicacional actual dice que “pueden sufrir violencia – de igual forma- hombres o mujeres”. Lo que no dicen es que si desagregas las edades (no solo su genitalidad), en chile, en el año 2015 por ejemplo, de 517 violaciones denunciadas, 99 víctimas son niños (“varones”) de menos de 14 años, y 418, niñas. En las edades que siguen, desde 15 hasta 44 años, las jóvenas y mujeres víctimas, se multiplican bruscamente, hay 12 veces más mujeres violadas (con denuncia) que hombres, y las estadísticas son similares en lo que llaman Violencia Intrafamiliar[2]. Nadie contabiliza al parecer cuántas de las víctimas que los estudios llaman “hombres” se autodefinen homosexuales, gay, maricón, trans, intersexual, travesti, género fluido, cuántos son migrantes, mapuche, aymaras, ancianos… ¿Por qué no quieren preguntarse cuántas víctimas interpretadas “hombres” fueron agredidas para despojarles de su poder masculino por otros masculinos, por racismo? ¿Por qué no dicen en sus estudios y discursos, lo que todas vemos, que los niños, varones, en la valoración patriarcal (masculina) son aún no hombres, sus proyectos de masculinidad…? ¿Y cuántos de esos niños son pobres, sin hogar, institucionalizados, migrantes, mapuche, aymaras…?

Del análisis de 46 casos de asesinato o intento de asesinato por motivos descritos como “pasionales” en la prensa chilena entre febrero de 1987 y marzo de 1992, reporté que en 41 casos el agresor es un hombre y en 5 casos una asesina; en 33 casos de 41, la víctima fue una mujer –esposa, conviviente o novia- y en 8 casos, otro hombre (La Nación domingo 6 de marzo de 1992, victoria aldunate morales, “Matar por amor”)[3].

La masculinidad mata. Los hombres mueren más en crímenes: se matan entre sí. Y nosotras profusamente, somos violentadas por ellos. Resulta perturbador que uno de los genocidios de la Historia patriarcal pueda ser cometido de manera aplastante solo por la masculinidad que han construido, pero perturbación no es confusión.

 La identificación con quién…

Adrienne Rich revela la identificación con lo masculino de las mujeres e incluso de lesbianas, como la configuración de los propios vínculos sociales, políticos e intelectuales con hombres, haciendo propios los valores del colonizador, participando activamente en el proceso de la propia colonización, colocando a los hombres por encima de las mujeres en cuanto a credibilidad, categoría e importancia, y afirma que la identificación con lo masculino ha sido una poderosa fuente de racismo entre las mujeres blancas (Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, 1980).

Mi abuela, sin ser feminista ni haber leído a la Rich, las llamaba “pantaloneras”, decía que son mujeres a las que les gustan “demasiado” los pantalones de los hombres, que siempre les encuentran la razón a ellos. Con los años de feminismo, interpreto su dicho: Se trata de acceder al poder de ellos, ejerciéndolo sobre otras mujeres y/o estando cerca de hombres que pudieran reconocerlas (aunque no lo hagan, es una fantasía posible). Intuyo una cierta forma de “poder arribista” en no querer nombrarse víctima, pero sí la que “ayuda”, parece mesiánico, desconectado, masculinizado, y no cambia ni borra la vivencia política del patriarcado.

No identificarnos con las víctimas es odiarlas y entonces odiarnos. Mucha misoginia.

La reparación y restauración propias no pasan por una comprensión estática del dolor, la biografía colectiva, las vivencias. Ser víctima es un proceso político que no nos buscamos, en el que opusimos la resistencia que pudimos en la situación que estábamos, y no es todo lo que somos, hay más profundidad en cada ser viviente. Igualmente, el Patriarcado no es solo una operación ideológica, es daño concreto y movimiento de readaptación a nuevos cambalaches, nuevo siglo, nuevos lenguajes, acciones novedosas, el mismo control de otras maneras.

Los partidos y otras instituciones que gobiernan con el Estado comparten valores patriarcales y liberales, su enfoque de derecho ciudadano individual no protege, sus leyes maquilladas de género + su “seguridad ciudadana” sí es punitivista, no nosotras. Hemos denunciado para hacernos justicia, tal vez sea urgente debatir qué es lo éticamente político para nosotras, y así no nos sigan definiendo y prescribiendo desde lo experto e inapelable.

[1]@lapuntadaconhilo

[2] Estadísticas Oficiales de Delitos de Mayor Connotación Social (DMCS), Violencia Intrafamiliar (VIF), Subsecretaría de Prevención del Delito, Ministerio del Interior y Seguridad Pública.

http://www.seguridadpublica.gov.cl/media/2016/08/03_VICTIMAS_Violaciones_2005_2015.xlsx

[3] victoria aldunate morales, “Matar por amor. La otra cara de la pasión”, La Nación domingo 6 de marzo de 1992 (en papel).

Victoria Aldunate Morales