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Opinión

Frei y Lagos: Arquitectos de la hacienda neoliberal

Por: Mauro Salazar Jaque | Publicado: 22.07.2019
Frei y Lagos: Arquitectos de la hacienda neoliberal presidentes |
En suma, bajo una verdadera «metodología de las privatizaciones», aquello que se desplegó a fines del Gobierno de Frei Ruiz-Tagle quedó sancionado bajo la gestión de Lagos Escobar que para efectos criollos operó como el «Menem Chileno» ofertando la institucionalidad, jurisprudencia y la cuota de voluntad que estos procesos requerían. En un certero análisis Ricardo French-Davis (2002) ha sostenido que «Durante los años 90′ los gobiernos de la Concertación impulsaron reformas a la reformas, con el objetivo de introducirles pragmatismo».

Las declaraciones de Eugenio Tironi en los últimos días no pueden pasar inadvertidas. De un lado, y dado el núcleo traumático de sus dichos, nos habla como hijo renegado de una izquierda que no quiere cargar con sus Padres. A Tironi, el parricida, no le interesa preservar la sonrisa inmaculada de sus muertos, y prefiere pasar las exequias a los «vencedores». De otro, es un Padre depredador dispuesto a abandonar a sus hijos indeseables ahorrándose toda reflexión por el por-venir. De este modo, Tironi formaliza ante los tiempos un paso bastardo: de los vencidos a los vencedores. Pues bien, veamos la raíz de nuestro proceso político.

La transición chilena a la democracia fue un ciclo «intensamente refundacional» que apeló a una retórica ominosa dados los desvaríos ideológicos del universo concertacionista. A poco andar, un prematuro «progresismo liberalizante» se sirvió de una «tecnología de los acuerdos» para domesticar la irrupción de un eventual «sujeto deliberativo» -discursos vitriólicos o subjetividades indóciles- cuyos efectos podían erosionar el dispositivo institucional (Constitución de 1980) y generar un retroceso devastador que nos llevaría hasta el acantilado. Con todo, en los últimos meses se ha escuchado una fervorosa nostalgia epocal por retomar un clima transicional, centrado en acuerdos nacionales y pactos de gobernabilidad, restituyendo un tiempo político que no siempre ha sido reconocido como una experiencia vigorosa dentro del péndulo social-demócrata. Ergo, para comprender cabalmente esta añoranza elitaria habría que revisitar el enigmático despliegue de bienes y servicios y las retóricas prudenciales de aquel paisaje político perdido al norte del por-venir.

Fue en aquellos años de realismo político (década del 90′) donde un sector hegemónico de la coalición del arco-iris, veía en tal proceso no sólo la posibilidad de derogar las «voces disidentes» (la infaltable oficina de Marcelo Shilling), sino una coyuntura venturosa para acelerar un conjunto de reformas propias de una «refundación neoliberal» que se consumó en plena democracia semi-representativa y que no tiene precedentes de acumulación infinita respecto a las transformaciones institucionales implementadas a fines de los años 70′. Y es que la «neoliberalización de los protagonistas de turno» (Lazzara, 2o003) aún implica una relación ubicua con la «épica del orden» invocando -de cuando en vez- sus credenciales democráticas en materia de justicia social, patronazgo estatal y favoritismo fiscal. Más allá de tamañas ambiguedades, esta trama de sucesos no se puede imputar a un enfoque conspirativo, sino a las múltiples posiciones que el progresismo elitario fue cincelando.

En ese sentido el mundo concertacionista administró el binomio miedo-consensos bajo distintas coyunturas y lo adaptó a su fragilidad apostrófica para exacerbar un «principio prudencial». En buenas cuentas, resultaba un buen recurso echar mano de una sociabilidad centrada en la gobernabilidad, más aún, para templar los antagonismos y domesticar aquel campo de «sujetos litigantes» que exigían nuevos espacios de democratización que la Concertación había comprometido como parte del programa original. A poco andar la coalición de Boeninguer neutralizó demandas invocando en más de una ocasión «raison d’état». Sin embargo, en un lapso fugaz, los actores incidentales del progresismo chileno leyeron las «tendencias de cambio» y entendieron la dinámica del proceso, intensificando por omisión o adscripción, el quiebre entre política y vida cotidiana, consolidando una «épica del realismo»-cuestión indispensable para sustentar el aluvión neoliberal de ribetes fundacionales. De allí deriva un lugar común donde se suele afirmar eufemísticamente que la Concertación sólo administró pasivamente (heredó sin mas…) el modelo económico-social legado por las reformas implementadas por los «Chicagos boys». El uso del término «administración» resulta ocioso, vulgar y conceptualmente huero para entender el proceso de desactivación deliberado que algunos agentes elitarios de la Concertación implementaron.

Contra todo discurso folletinesco, la Coalición del arco iris no sólo se consagró a cincelar neoliberalismo full time, sino que hizo del mismo una «racionalidad política» y se propuso iniciar un «movimiento refundacional» en cuanto a extender exponencialmente los axiomas de un «socialismo hayekiano». Tal proceso se asemeja más a una verdadera fase de «fractura refundacional» (y abarca desde Salmoneras, hasta la minería hasta la privatización de las Universidades tradicionales, desde Laureate hasta el campo de las inmobiliarias, vialidad y toda la cadena de servicios). Tal secuencia de sucesos dista de la parroquial tesis referida a la administración de un «modelo heredado», hipótesis correlacional que aún circula profusamente por nuestras audiencias. Y para muestra una discreta sinopsis. Con ocasión de la crisis energética, Eduardo Frei privatizó Colbún, Edelnor, Edelaysen, que en conjunto representaban a la fecha cerca del 40% de la generación eléctrica del país a la fecha y que aún estaba en manos del Estado. Frei Ruiz-Tagle también inició la privatización de las empresas sanitarias (proveedoras de agua potable), en rigor, la empresa de Servicios Sanitarios de Valparaíso (Esval) licitó la venta del 35% de sus derechos, los que fueron adjudicados por el consorcio Enersis-Anglian Water, proceso que alcanzó después a las distribuidoras de la región metropolitana, Emos, (hoy Aguas Andina), del Biobío (hoy Essbio) y de los Lagos (hoy Essal). La Empresa de Obras Sanitarias (EMOS) era una industria del Estado que cubría el área de la capital y alrededores. Sin embargo, EMOS fue privatizada en un acción que inició Frei y culminó Ricardo Lagos. Y para muestra un botón: la empresa ESSAL que ha dado lugar a un doloroso problema de abastecimiento por estos días en la ciudad de Osorno, comenzó su proceso de privatización en 1999 cuando fue absorbida por Iberdrola. Por esos años los favorecidos fueron empresarios españoles y, por supuesto, los pagos de estos servicios de agua potable y alcantarillado se han incrementado para los consumidores. En suma, bajo una verdadera «metodología de las privatizaciones», aquello que se desplegó a fines del Gobierno de Frei Ruiz-Tagle quedó sancionado bajo la gestión de Lagos Escobar que para efectos criollos operó como el «Menem Chileno» ofertando la institucionalidad, jurisprudencia y la cuota de voluntad que estos procesos requerían. En un certero análisis Ricardo French-Davis (2002) ha sostenido que «Durante los años 90′ los gobiernos de la Concertación impulsaron reformas a la reformas, con el objetivo de introducirles pragmatismo». En efecto, nuestro «neoliberalismo avanzado» -de inéditos alcances regionales- solo fue posible por una «inflexión gatopardista» que permitió a un conjunto de actores incidentales  asumir la imposibilidad de domesticar al mercado por la vía de las coberturas público-estatales, abrazando un ethos que asumía la fuerza expansiva de los mercados. Huelga recordar las ambiguedades discursivas de un «pudoroso» progresismo que finalmente terminó consolidando un escenario político-institucional que hizo posible la fase de «alta intensidad» de nuestra modernización.

Mauro Salazar Jaque