Avisos Legales
Opinión

“No sé cómo jugar con mi hijo”: del manual de crianza a la libertad del juego

Por: Gabriel Berríos | Publicado: 28.07.2019
“No sé cómo jugar con mi hijo”: del manual de crianza a la libertad del juego ninos-adictos-tecnologias-default |
La culpa por no saber o por no poder jugar con los hijos aparece como algo cotidiano respecto a la crianza. En estos manuales se advierte y se tiene en cuenta el efecto penoso de la culpa en los adultos, de sus efectos nocivos respecto a las dificultades a la hora de jugar. Culpa por no saber cómo vincularse, por advertirse con dificultades para disponerse e interactuar con el universo imaginativo de los niños, de fluir con ellos en un juego placentero, de disfrutar del momento. Y claro que se hace difícil.

El ejercicio de una buena maternidad y paternidad hoy en día es siempre un tema en boga. Y no es novedad, dado que asumir esa posición contempla en sí misma una gran cantidad de acomodaciones propias, renuncias, contradicciones, exigencias internas y externas; un sinfín de cuestionamientos que remueven a mujeres y hombres de diversas formas en torno a convertirse en madres y padres.

Algo que pareciera ser propio de nuestra época es cierto deber ser respecto a la crianza y al cómo transformarse en buenos padres. Pero… ¿Qué se supone que significa ser buenos padres? ¿De qué manera influye este deber ser en la interacción con los niños y en su desarrollo? Este tipo de preguntas aparecen cotidianamente en Casa del Encuentro, más o menos directamente, desde una pregunta inquietante como desde un tema que emerge por medio de una conversación casual:  Una de las maneras en que habitualmente puede observarse en acción este “deber seres en lo que respecta al juego de los niños.

El juego es una de las principales actividades de los niños. Desde sus variadas formas rudimentarias presentes desde la primera infancia hasta la notable complejidad que adquiere con el paso de los años, estos van marcando tanto hitos del desarrollo como también la forma en que los niños se van convirtiendo en sujetos. Desde los padres (o los que hacen su función) suelen aparecer diversas inquietudes respecto al cómo acompañar de manera adecuada los juegos de los niños, así como también las ansiedades propias del adulto al darse cuenta que podrían existir diversas dificultades –tanto internas como externas- que impiden o interfieren con el deseo de jugar con sus hijos. Ante esto, la pregunta acerca de “cómo puedo jugar con mi hijo” ha tomado un rol fundamental dentro de ciertos manuales de crianza, tan típicos de nuestra cultura actual.

Poco a poco se ha introducido en nuestra cultura ciertos modos “correctos” de vincularse y ser con los niños, amparado principalmente en los avances científicos en materia de investigación del desarrollo neurológico, psicológico, conductual y social de los infantes. Estos avances no solo han abierto un debate en torno a los modos de crianza de los padres, sino que también han permitido pensar y aplicar políticas públicas de salud con el cometido de preparar a padres más consientes y responsables respecto al cuidado y trato con los pequeños. Si bien estas políticas públicas han permitido avances importantes en torno a la prevención de conductas que induzcan a la vulneración de Derechos en la primera infancia y a facilitar la promoción de acciones y herramientas para padres que permitan una estimulación sensorial adecuada (con miras de promover el desarrollo del lenguaje, motricidad gruesa, coordinación visomotora, memoria, atención, etc.) -al modo de una profilaxis social-, también han puesto sobre el tapete un discurso público del cómo se “debe” criar… y también jugar.

El juego es lo propiamente cotidiano de los niños, y es ahí en dónde se espera que se desarrollen estas habilidades cognitivas y sociales tan importantes para su correcto desarrollo. El juego es tierra fértil en el desarrollo humano y sobre todo en la primera infancia, por lo que estimular y acompañar estos juegos se convierte en un imperativo que han de seguir los padres si es que desean titularse como buenos padres. Desde el discurso científico se perfila un modo correcto de ejercer la “buena crianza”. En la medida que esta se aplica en masa a partir de políticas públicas también se transforman en un “ideal”, una especie de “deber ser” a la hora de criar.

Es común en Casa del Encuentro encontrarse con madres y padres angustiados por no saber si estimulan y juegan correctamente con sus hijos, angustia que aumenta en la medida que aquella estimulación no trae los resultados esperados. También es cada vez más común encontrarse con cuidadores que siguen al pie de la letra las indicaciones de ciertos manuales de crianza. Sumado a la cuestión de la política pública también existen diversos sitios web que hacen su vez de manuales de buena crianza, accesibles al común de la gente. El “no sé jugar con mis hijos” es una pregunta común que se intenta resolver en estos sitios, en dónde tiende a operar la misma lógica cientificista que centra sus esfuerzos en resaltar la aparente importancia decisiva que posee el juego como estimulador de las habilidades que debe adquirir un niño para su correcta inserción en la sociedad… y también para validarse como buena madre o padre.

La culpa por no saber o por no poder jugar con los hijos aparece como algo cotidiano respecto a la crianza. En estos manuales se advierte y se tiene en cuenta el efecto penoso de la culpa en los adultos, de sus efectos nocivos respecto a las dificultades a la hora de jugar. Culpa por no saber cómo vincularse, por advertirse con dificultades para disponerse e interactuar con el universo imaginativo de los niños, de fluir con ellos en un juego placentero, de disfrutar del momento. Y claro que se hace difícil. Se suma a los efectos de estos “deber ser” en la crianza el hecho de que madres y padres cada vez se ven más solos, con menos redes de apoyo y de otros significativos con quien compartir juegos y experiencias sobre la crianza; cada vez más el juego se da en contextos encerrados y donde los adultos a cargo tienden a ser los únicos compañeros de los niños. Lo que llama la atención de estos manuales es que, en general y como imperativo, llaman a los padres a no sentirse culpables por no saber y no poder jugar.

Podría decirse que la maternidad y la paternidad son procesos subjetivos que no se pueden vivir sin culpa, sin una cuota de angustia y sin cierta idealización respecto de sí mismo, de lo que se debería ser y hacer como también respecto a qué se le quiere entregar a los hijos. No sentir culpa ante tanta exigencia –tanto interna como externa- también es un ideal, que como buen ideal es imposible de concretar. Cuestión difícil a la hora de evaluarse a sí mismo en el rol de madre o padre: permitirse fallar es asumir el duelo inevitable y necesario de la imposibilidad de ser un padre perfecto. Ahora bien, aprender a no ser totalmente suficiente no es algo que se solucione con decirse uno mismo “no te sientas culpable por tus fallas”. Esto es siempre un proceso de experiencia personal en dónde no existe ningún manual que enseñe a cómo poder hacerlo.

He aquí el punto crucial de este artículo. Quizás, ante la pregunta de “no sé cómo jugar con mi hijo” habría que evitar respuestas únicas, cerradas y de “manual”, guiadas por la culpa de un supuesto no saber hacer. Si bien estos manuales sirven para adquirir ciertas técnicas y orientaciones sobre los juego en los niños, leerlos como la única verdad podría llegar a ser aun más nocivo tanto para adultos como para los niños, dado que una condición indispensable para que el juego devenga placentero es sentirse con plena libertad de querer jugarlo, de que interese solo por el hecho de desear jugar. La experiencia del trabajo en Casa del Encuentro permite poder realizar ciertos contrastes: por ejemplo, se puede observar que los niños no necesitan de una estimulación constante y guiada por un adulto. Ellos, en la medida que pueden, ya sea mirando, gateando o caminando pueden explorar con libertad diversos objetos, a las personas que se encuentran en cada jornada, abriendo la puerta a encuentros y desencuentros con los otros. Los niños pueden contar con la libertad de aprender solos, así como también con sus madres, padres, vecinos y el equipo de acogida presente en cada jornada. En la medida que se experimenta cierta libertad desde ambas partes también comienza a haber espacios de separación y encuentros, permitiéndose tanto jugar juntos como también el poder ocuparse cada uno en sus asuntos. La posibilidad de que un niño experimente un buen juego no es algo que dependa solamente de la presencia preocupada de un adulto. Los efectos de una estimulación adecuada son solo consecuencia de la posibilidad de experimentar esa libertad.

Para finalizar, es importante destacar que los “deber ser” propios de la maternidad y paternidad, en la medida que se vuelven excesivos, si pueden interferir en la libertad del goce en los juegos de pequeños y adultos. Quizás el evitar el encierro tanto mental como social pueda ser una ayuda a la hora de poder encontrar más respuestas y experiencias que otros adultos han tenido que formularse y pasar en su propia carrera de hacerse madres y padres. Abrirse a la posibilidad de conversar de aquello que moviliza las culpas de la paternidad es parte de lo que Casa del Encuentro ofrece a la comunidad, no como modo de encontrar respuestas estándar, sino como medio para que las personas puedan encontrarse con otras y diversas experiencias respecto a la crianza que pueden servir como guía a la hora de recorrer su propio camino de devenir madres y padres.

Gabriel Berríos