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¿En qué momento nos volvimos tan insoportables?

Por: Carolina Ceballos | Publicado: 29.07.2019
¿En qué momento nos volvimos tan insoportables? Imagen referencial |
No, no puede ser que seamos tan perversos, no puede ser que con Alejandra Valle, por ejemplo, hayan barrido el piso al punto de incentivarla a cerrar su cuenta de Twitter. No puede ser que a una de las participantes de la última versión de “MasterChef” le hayan enviado videos ilustrándola acerca de cómo eliminarse. No es aceptable que a Gabriel Arias y a su hijo lo hayan insultado hasta el hartazgo. Porque es cool ser detractor y cuestionarlo todo, porque hay que ser empoderado, porque en disentir está la choreza.

Con profunda decepción, desde mi tribuna en redes sociales, particularmente en Twitter, plataforma de la que soy una activa usuaria, he visto la bajeza humana en su real dimensión. Algo así como una versión 2.0 del mítico y brutal circo romano, en pleno 2019. La perversa tendencia de lapidarse entre unos y otros, surgió junto con la democratización de estos medios de comunicación, plataformas que nos permite expresarnos libremente a todos.

En el papel, suena desafiante, perfecto y hasta mágico, pero en lo concreto y real, lo cierto es que las RRSS se han transformado en un callejón oscuro en el que cualquier persona puede ser brutalmente embestida. Un lugar inhóspito en el que no se permiten equivocaciones porque se asume (asumimos) que somos intachables en toda nuestra dimensión humana. Tanto, que ni siquiera está permitido tener niveles adiposos más altos que el promedio y, mucho menos, no obedecer a los estándares de belleza socialmente instalados, estándares que algunos estamos lejos de cumplir, pero que sí podemos cuestionarle a un tercero.

Me cuesta creer que estemos cayendo tan bajo. Que un recurso tan poderoso como un espacio personal de interacción con el resto nos haya empoderado tan perversamente como para adjudicarnos el derecho de apuntarnos con el dedo por cualquier motivo, independientemente de lo insignificante que este sea. Me cuestiono tanta miseria, tanto vacío y tanto resentimiento como para que nos estemos permitiendo exorcizar una adversa jornada, una frustración conyugal o un revés cualquiera a través de un espacio que insistimos en desperdiciar odiando. Odiando, por ejemplo, a partir de un debate tan infantil como absurdo entre “veranistas” e “inviernistas”, entre habitantes de Santiago y de regiones

¿Es necesario caer tan bajo? ¿Qué nivel le otorgamos al debate cuando nos involucramos en ataques alusivos a la estética de una persona igual que nosotros, a quien nos vemos en la irracional y, por lo tanto, absolutamente injustificada y condenable necesidad de atacar porque piensa distinto?

No me resigno. No lo acepto y no lo voy a aceptar nunca. Porque me agota tanta violencia, me supera tanta agresividad cuando nuestro contexto de supervivencia ya nos desafía cotidianamente. Hablo del ciudadano común y corriente, no de Christopher Carpentier, quien a todos nos dejó claro que a su vida le sobran los privilegios. Hablo de la dueña de casa que, sola, pela el ajo para sacar adelante a sus hijos, hablo del abuelo de Vitacura que sufre pensando que le van a rematar su casa porque no le alcanza para pagar las contribuciones, hablo de la pobreza real de este país al que hoy adicionamos índices brutales de miseria humana.

Porque como no nos basta con la complejidad diaria, con ese piso que siempre nos presenta una dificultad extra que a veces ni siquiera depende de nosotros, que lo que podemos manejar, insistimos en arruinarlo. Porque es tanto el resentimiento y la amargura, que no nos damos cuenta cómo nos movilizamos exudándola, tiñendo todo a nuestro paso.

No, no puede ser que seamos tan perversos, no puede ser que con Alejandra Valle, por ejemplo, hayan barrido el piso al punto de incentivarla a cerrar su cuenta de Twitter. No puede ser que a una de las participantes de la última versión de “MasterChef” le hayan enviado videos ilustrándola acerca de cómo eliminarse. No es aceptable (y aquí el Cibercrimen y el Congreso tienen que hacer su trabajo de manera urgente) que a Gabriel Arias y a su hijo lo hayan insultado hasta el hartazgo. Porque es cool ser detractor y cuestionarlo todo, porque hay que ser empoderado, porque en disentir está la choreza.

No, este no es el camino. Hacer escarnio público de otra persona no puede ser el camino. Y, de hecho, no lo es. Porque no es posible que haya otra Kathy Winter, con una basta y sobra como para que entendamos que el momento de sentar cabeza y de darle una oportunidad al respeto, a la sana convivencia y, en definitiva, a aquello que nos nutre desde lo intangible y, en definitiva, desde el alma es ahora.

Carolina Ceballos