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«Mi hija se intoxicó y nunca más le hicieron exámenes»: Los relatos que se repiten a un año del desastre en Puchuncaví-Quintero

Por: Natalia Figueroa | Publicado: 30.07.2019
«Mi hija se intoxicó y nunca más le hicieron exámenes»: Los relatos que se repiten a un año del desastre en Puchuncaví-Quintero quintero-contaminacin-750×400 |
Este lunes, la Intendencia de Valparaíso declaró emergencia ambiental en Quintero por un peak de contaminación. Todo hace recordar lo que pasó hace un año atrás: las intoxicaciones masivas que afectaron a más de 700 personas. Dos madres repasan el episodio más crítico que vivieron junto a sus hijas. A una de ellas se le paralizaron por horas las piernas; la otra, sufrió cinco intoxicaciones, y la decisión familiar fue irse de Puchuncaví. Sin embargo, hasta ahora, no tienen a la mano un informe toxicológico que precise los gases que inhalaron y en qué cantidades.

El día que a A.C.R.O le diagnosticaron la primera de las cinco intoxicaciones que vendrían, su mamá, Nancy Guzmán (38), la mandó en furgón al colegio y se fue a trabajar arreglando jardines a una casa particular de Pucalán, en Puchuncaví. Como todos los días, allá, en la bahía, el gran complejo industrial no se detenía. Pero, esta vez, algo se propagaba en completo silencio. Solo horas más tardes sabrían que se trataba de la emergencia más grave de la que se tiene registro, ocurrida en Quintero-Puchuncaví y Ventanas. La llamada “Zona de Sacrificio” de la región de Valparaíso.

Para Nancy, esa rutina de todos los días se quebró a eso de las 11:00 de la mañana, cuando recibió un llamado desde el colegio San Hernaldo, donde, entonces, estaba matriculada su hija en cuarto básico. Preocupada, tomó su auto y partió a la escuela.

A.C.R.O estaba sentada en una banca del patio, vestida con su uniforme de educación física: pantalón y polerón grises con líneas naranjas a los costados. Al mirarla, Nancy se dio cuenta que tenía los ojos rojos y que le costaba mucho respirar. Tenía su cara llena de lágrimas. Después de un abrazo fuerte y de intentar tranquilizarla, se fueron al Hospital de Quinteros.

En ese viaje también iba Janet Salinas (45) con su hija J.C.M.S, que estaba tan afectada como A.C.R.O. Ambas eran compañeras de curso.

Mientras iban por la carretera, el olor a gas se intensificaba; estaban cada vez más cerca del complejo industrial donde operan 17 plantas energéticas, entre ellas, Enap, Copec, Aes Gener, Oxiquim, Codelco, GLN Gas. La noche anterior “la nube tóxica” cubrió la zona.

En el camino, A.C.R.O le contó a Nancy que comenzó a sentir las náuseas y el dolor de cabeza después de que abrieran las ventanas de la sala de clases. Hacía calor y quisieron ventilar el lugar. En eso, inhalaron los gases tóxicos que tenían origen en la bahía. Sería la intoxicación masiva a la que nadie sabía muy bien cómo reaccionar.

No se demoraron más de media hora en llegar al hospital. Afuera, vieron a muchos periodistas, cámaras, fotógrafos expectantes de recoger alguna declaración de los profesionales de la salud. Nancy bajó como pudo, con la cartera casi colgando y con A.C.R.O. de la mano.

–Mamita, no camines tan rápido–, recuerda que le dijo su hija con voz frágil. Se le doblaban las piernas.

Adentro vio que todo era confusión: personas en los pasillos esperando atención; otras en las camillas. Como no había claridad sobre la situación, escuchó que a adultos mayores les diagnosticaban hasta descompensaciones por diabetes, pero no intoxicación. “Un caballero llegó con un paro cardíaco. Venía del trabajo”, recuerda Nancy.

A.C.R.O estuvo casi cinco horas con una máscara de oxígeno.

Mientras, J.C.M.S estaba en otra camilla sin sentir sus piernas. Yanet recuerda esas angustiantes horas:

–A cada rato mi hija me preguntaba si es que podía caminar. Yo no sabía cómo explicarle porque no lo sabía tampoco. Tenía mucho susto. Después, de a poco, se comenzó a apoyar y a sentir los pies–, relata.

Termoeléctrica en Puchuncaví / Foto: Victor Ruiz Caballero para R35

Intoxicaciones reiteradas

Para A.C.R.O esa no sería la única intoxicación. Horas más tarde volvería a presentar el mismo cuadro y, de nuevo, medicamentos, aunque para el dolor de cabeza era solo paracetamol. Hasta ahora, dice Nancy, le siguen dando paracetamol para pasar las crisis. Se ha vuelto algo permanente.

En una de esas últimas intoxicaciones, a A.C.R.O se le hinchó la cara por una alergia que le producía mucha picazón. Nancy nunca la había visto así. Fue después del diagnóstico de una pediatra que ella entendió la gravedad del asunto.

–Nos dijo que la sacáramos de ahí, que si se quedaba se iba a morir. En realidad, nos dijo que no debería decirnos eso, pero que le estaba afectado mucho a la niña. Para nosotros se hacía cada vez más evidente, pero habíamos comprado un terreno acá, había un proyecto de vida. Pero decidimos irnos, solo mi esposo se quedó trabajando en Puchuncaví–, narra Nancy.

La contaminación los llevó a tocar fondo. Ahora vive junto a A.C.R.O en la casa de sus papás en La Ligua y dice que la recuperación de su hija ha sido considerable.

–Después de que se intoxicó bajó casi cinco kilos, pero ahora subió de peso y ha crecido. Por eso digo que es el fiel retrato de lo contaminado que está ese lugar–, agrega.

El caso de Yanet y J.C.M.S es distinto. Siguen viviendo en Puchuncaví junto a sus cinco hijos, esperando que terminen el colegio. Además, dice que no cuenta con las condiciones para arrendar en otro lugar. Allá vive alejada de la zona urbana en un terreno de su papá y se ahorra el pago mensual de un arriendo. En un lugar que solo les ofrece contaminación, decidieron seguir haciendo sus vidas.

Sin exámenes a la mano

Hasta ahora, Nancy Guzmán no cuenta con exámenes que especifiquen qué gases inhaló A.C.R.O o que registren la cantidad de químicos en su organismo.

–Los seguimientos son una farsa. Yo he ido al consultorio y por los dolores de cabeza nos dan paracetamol. A ella le tomaron un examen cuando cayó intoxicada y después la llevaron al hospital de campaña. Pero nunca más. En ese momento, me pidieron que le recolectara las fecas por unos días porque tenía muchos dolores de estómago y vómitos. Después, otra doctora me preguntó si le habían hecho más exámenes posteriores al tratamiento, pero no le habían hecho nada–, enfatiza.

Nancy y Yanet esperaban que a sus hijas les hicieran un examen de pelo, que entregaría mayor información sobre los tóxicos que inhalaron. Pero esa espera se ha extendido hasta hoy.

La presidenta del Consejo Consultivo del Hospital de Quinteros, María Araya, explica que la mayoría de las personas que fueron atendidas el año pasado por intoxicaciones, entre agosto y noviembre, fueron dadas de alta, independiente de que algunos quedaran con secuelas. Enfatiza en que no se han hecho seguimientos con nuevos exámenes.

Con el fallo de la Corte Suprema, de mayo pasado -en el que se obliga a las autoridades sanitarias y ministeriales a tomar medidas concretas ante la contaminación de la zona-, se incluyó la toma de nuevos exámenes toxicológicos. Aunque, María Araya dice que aún no hay un pronunciamiento sobre esto.

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Empobrecimiento y dependencia

Este lunes, en Quintero y Puchuncaví estuvieron por cerca de cuatro horas en un peak de contaminación de 1.411 microgramos por metro cúbico de dióxido de azufre (S02).

La trabajadora social Paola Bolados ha investigado conflictos socioambientales desde 2014 y, actualmente, su trabajo se enfoca en la zona de sacrificio de Puchuncaví- Quintero. Es profesora de la Escuela de Trabajo Social y del doctorado de Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad de la Universidad de Valparaíso.

Desde ahí, comenta que el fenómeno que se produce en la zona no solo responde a la toxicidad de los procesos propios de la contaminación, “sino que a las formas de vida, el empobrecimiento, la dependencia económica y, finalmente, las constricciones para desarrollar la vida. Es un círculo vicioso y complejo donde muchas veces no hay muchas opciones».

Y agrega que: «Desde el punto de vista médico, técnico, se baraja la posibilidad de sacar a la población ante estas condiciones críticas y ubicarla en otro lugar. Pero, ¿qué pasa con los aspectos identitarios?, ¿con los lazos familiares? Las dimensiones sociales, generalmente, son marginadas”.

Entre los relatos que ha conocido en su trabajo territorial, advierte sobre la incertidumbre que se acrecienta en la población sobre su estado de salud. “El punto es: sabemos que hay un desastre de contaminación, pero, ¿cómo nos afecta? Y ahí, los vacíos epidemiológicos empiezan a aparecer. Desde el año pasado, se implementó la vigilancia, que es un instrumento del Minsal para monitorear los casos más riesgosos, considerando que nunca antes había ocurrido una situación a este nivel”, explica la profesional.

En estas últimas semanas, las playas de Quintero y Puchuncaví se han visto negras por el acopio de carbón; mientras, las nubes tóxicas se alzan desde el complejo industrial y, por las mañanas, se mezclan con la neblina. En agosto  se cumple un año de las intoxicaciones masivas. Pero la historia se vuelve a repetir.

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