Avisos Legales
Opinión

Identidades desafían la globalización

Por: Roberto Pizarro H | Publicado: 01.08.2019
Identidades desafían la globalización ONU |
La globalización favoreció el aumento de las inversiones, el comercio mundial y las ganancias corporativas, pero amplió drásticamente las desigualdades. Los estados nacionales no colocaron límites a la economía de mercado, permitiendo que los beneficios del crecimiento se acumularan principalmente en las elites dominantes, en el 1% más rico. Los políticos fueron domesticados por las corporaciones y perdieron legitimidad.

«A partir de mediados de la década de 2000, el impulso hacia un orden mundial cada vez más abierto y liberal comenzó a fallar, y luego se invirtió» (F. Fukuyama, Identidad, ed. Planeta, 2019). Efectivamente, el vigoroso crecimiento de las últimas tres décadas, fundado en el comercio y las inversiones globales, ha dado un viraje de 180 grados. La globalización ha perdido fuerza y el multilateralismo se encuentra en crisis.

Paradójicamente, el gobierno norteamericano, que había sido el principal impulsor de la globalización, es hoy día su enemigo. Donald Trump simboliza el nacionalismo económico, las políticas antiinmigrantes, cuestiona la protección multilateral del medio ambiente y despliega un discurso agresivo contra todo aquello que Estados Unidos promovió hasta hace muy pocos años.

La globalización favoreció el aumento de las inversiones, el comercio mundial y las ganancias corporativas, pero amplió drásticamente las desigualdades. Los estados nacionales no colocaron límites a la economía de mercado, permitiendo que los beneficios del crecimiento se acumularan principalmente en las elites dominantes, en el 1% más rico. Los políticos fueron domesticados por las corporaciones y perdieron legitimidad.

“La desigualdad de ingresos ha aumentado en todas las regiones del mundo desde la década de los ochenta”, y con mayor intensidad en Estados Unidos: “Europa occidental y Estados Unidos contaban con niveles similares de desigualdad en 1980. Sin embargo, en 2016 el 1% privilegiado percibió en Europa occidental el 12% de todos los ingresos, mientras que en EE UU recibió el 20%” (World Inequality Lab.; Informe sobre la Desigualdad Global 2018)

El triunfo electoral de Donald Trump encuentra parte de su explicación en el descontento de los trabajadores, que perdieron sus puestos de trabajo o que han visto disminuidos sus ingresos, como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a países de bajos costos salariales. Y, el discurso demagógico del actual presidente contra China, México y los inmigrantes le está dando dividendos.

Es cierto que China se ha beneficiado de la globalización, pero sus mayores beneficiarios han sido las grandes corporaciones que se han aprovechado de los bajos salarios de los trabajadores chinos. Así las cosas, la exportación de industrias desde Estados Unidos y otros países al mundo afectó a sus trabajadores ya que en ningún lugar se implementaron políticas compensatorias. Y, las ganancias se acumularon en las grandes empresas.

El presidente Trump agrede sin compasión a los inmigrantes de México y Centroamérica y los acusa de quitar el trabajo a los norteamericanos. Nace así una peligrosa ola chauvinista.

En esa misma línea, crece la eurofobia y el odio a los inmigrantes. El Brexit es el paradigma, pero también están presentes en la ultraderecha de Salvini en Italia, con el fascismo de Orban en Hungría y Strache en Austria; y, en otros países, tienen el suficiente peso para marcar la agenda política: UKIP en el Reino Unido, el Frente Nacional en Francia, Alternativa por Alemania, el Partido por la Libertad en Austria y ahora Vox en España.

Ha emergido una peligrosa derecha nacionalista, populista y xenófoba, resultado de la incapacidad de los partidos liberales, demócratas y socialdemócratas, en Europa, Estados Unidos y en otras regiones de regular los mercados, y compensar a sus trabajadores por la exportación de industrias.

Fukuyama agrega un argumento adicional a la crisis de la globalización: la emergencia de las identidades.

Hace 25 años, Francis Fukuyama publicaba un libro poco convincente, El Fin de la Historia, que intentaba explicar la política y el mundo con el término del socialismo real y la hegemonía del neoliberalismo. Su nuevo libro, Identidad, resulta más interesante y parece ser un aporte a la comprensión de las nuevas luchas sociales y realidades que estamos viviendo.

Fukuyama nos dice que: “La política del siglo XX se organizaba a lo largo de un espectro de izquierda a derecha, definido por los problemas económicos: la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad. La política progresista se centraba en los trabajadores, sus sindicatos y los partidos socialdemócratas que buscaban más protección social y más redistribución económica. En cambio, la derecha estaba sobre todo interesada en reducir el tamaño del gobierno y promover el sector privado. En la segunda década del siglo XXI, ese espectro parece estar cediendo en muchas regiones a una definida por la identidad”.

Así las cosas, la nueva derecha apela a las identidades del patriotismo, la raza, el origen étnico y, en algunos casos la religión. En cambio, la izquierda y los sectores progresistas, aunque persisten en su crítica a las desigualdades y en defensa de los trabajadores, despliegan gran parte de sus energías en defensa de la identidad de una amplia variedad de grupos marginados: inmigrantes, mujeres, la comunidad LGBT, negros e hispanos, entre otros.

Así como la globalización ha generado respuestas nacionalistas, también ha estimulado las luchas de grupos históricamente marginados, que reivindican el reconocimiento de sus identidades. Las nuevas tecnologías y los intercambios culturales, potenciados por la globalización, han hecho crecer la solidaridad entre identidades de distintos países.

Los grupos segregados, que hoy se movilizan, exigen reconocimiento público. Piden que sus identidades sean reconocidas.  Fukuyama dice, con razón, «Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica».

Las identidades que defienden Trump o el Brexit son muy distintas a la que reivindican feministas, homosexuales, transexuales, inmigrantes o los hombres de color. “América Grande otra vez” o el Brexit se inspiran en un nacionalismo y xenofobia muy peligrosos. En cambio, la lucha contra la discriminación de las minorías constituye una legítima búsqueda del reconocimiento de identidades. El valor propio no es suficiente si la sociedad no lo reconoce públicamente.

El reconocimiento de las identidades de las minorías discriminadas está abarcando gran parte de las luchas políticas del mundo contemporáneo. Los movimientos identitarios de hoy, que luchan contra la marginación, demandan ser respetados como el resto de la sociedad. Estas demandas han crecido gracias a las nuevas tecnologías, que favorecen la comunicación y la transparencia en el mundo actual.

Roberto Pizarro H