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Opinión

Invitación a la vida no fascista

Por: Sergio Villalobos Ruminott | Publicado: 12.08.2019
Invitación a la vida no fascista fascismos |
Ya sea que hablemos del golpe como fin del proyecto republicano nacional, de la transición como globalización y fin de la soberanía clásica, de la caída del Muro de Berlín como fin de un cierto marxismo occidental, de la derrota Sandinista como fin del liberacionismo latinoamericano, o de la actual crisis y desplazamiento del llamado ciclo progresista latinoamericano, lo que importa no es solo remitir la desarticulación a las retóricas del fin o del agotamiento, como si se tratara de una constatación unilateral, al modo de un duelo consagrado e irreversible, sino que habría que advertir cómo la desarticulación invita a pensar no solo en el agotamiento sino también en la metamorfosis y las mutaciones históricas de la soberanía, la política, el poder, etc.

Confrontado con la lectura de tres generosas recensiones de mi libro-seminario, La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e historicidad (Ediciones Macul, 2019), me siento en la obligación, no tanto de responder, sino más bien de saludar esa generosidad y el rigor con el que cada uno ha afrontado dicho encargo. Es un verdadero lujo contar con tan inteligentes lectores en estos tiempos en los que la indexación y la corporativización neoliberal privatizan lo común a niveles insospechados. Me interesa observar también la diversidad de los tres comentarios, que lejos de ser meramente burocráticos o elogiosos, habitan el libro y se lo apropian para tensarlo y para pensar con él y, por supuesto, más allá de él. No otra cosa podría justificar hoy seguir escribiendo si no es la necesidad de hacerse parte de un común cuya subsistencia se ve amenazada por las lógicas de la privatización y de la apropiación. De tal manera que leer estos tres textos es un poderoso estímulo para seguir escribiendo, pero, sobre todo, para seguir pensando estrategias de subversión del cierre narcisista del saber, del sujeto de saber como alguien ajeno al vaivén cotidiano de las sociedades.

Las breves observaciones que a continuación esbozaré no tienen, por tanto, la intención de enmendar o corregir lo que las recensiones han dicho, sino constelar mis énfasis junto a los que ellas presentan, para seguir complejizando los problemas que mi libro torpemente ha esbozado, pero que los comentarios hábilmente han reflotado con una pertinencia innegable.

Me gustaría insistir en que la desarticulación funciona no solo en términos descriptivos sino propositivos. Se trata de pensar la crisis o el agotamiento de una serie de discursos modernos asociados tanto con la filosofía de la historia, como con el qué hacer político e intelectual que hemos vivido con diversas intensidades según donde depositemos nuestra atención. Ya sea que hablemos del golpe como fin del proyecto republicano nacional, de la transición como globalización y fin de la soberanía clásica, de la caída del Muro de Berlín como fin de un cierto marxismo occidental, de la derrota Sandinista como fin del liberacionismo latinoamericano, o de la actual crisis y desplazamiento del llamado ciclo progresista latinoamericano, lo que importa no es solo remitir la desarticulación a las retóricas del fin o del agotamiento, como si se tratara de una constatación unilateral, al modo de un duelo consagrado e irreversible, sino que habría que advertir cómo la desarticulación invita a pensar no solo en el agotamiento sino también en la metamorfosis y las mutaciones históricas de la soberanía, la política, el poder, etc. En este sentido, la desarticulación habla de un marchitamiento de las formas modernas de entender las relaciones entre teoría y práctica, dejando abierta la posibilidad para nuevas formas de pensar que no queden subsumidas al presupuesto normativo propio de las filosofías de la acción, del sujeto o de la historia.

En este mismo sentido, la infrapolítica y la post-hegemonía no deberían entenderse como categorías o como descripciones que intentasen dar cuenta de una facticidad que simplemente viene a reemplazar, en el mismo continuum de la historia, lo que antes fue la política y la hegemonía, como si la crisis de la epocalidad fuese ella misma el comienzo de una nueva época. La infrapolítica invita a habitar la dimensión existencial sin subsumirla a la demanda de un principio de razón, ético o político, que reinstituye, desde afuera y en su inevitable performance, la sutura entre teoría y práctica, restituyendo así la diferencia entre pueblo y expertos. Pensar la existencia, topológicamente, esto es, más allá de las ontologías atributivas o fundamentales, implica abrirse a una concepción del ser como presencia constelada y no jerarquizada, lo que desbarata toda presbeia o pretensión ministerial del saber o del pensamiento. A esto le llamamos comunismo sucio, en cuanto se trata no de un ideal a alcanzar o una ontología indeleble sino en la medida en que dicho comunismo es la condición misma de la existencia de unos con otros, ya siempre y sin excepciones. Desde esa condición mundana y no excepcional, los regímenes de la excepcionalidad jurídica y política, esto es, las filosofías de la excepción, del poder o del acontecimiento, quedan evidenciadas en su complicidad estructural con una concepción salvífica de la temporalidad histórica; temporalidad que ahora entonces, gracias a este desplazamiento del saber como principio, se muestra en su diferir como historicidad.

El libro, por supuesto, y más aún el Seminario del que surge, no puede evitar producirse como narrativa o verosímil, como diégesis, y en esa narrativa, no puede evitar re-inseminar lo que quiere, en principio, diseminar. Sin embargo, las nociones de epocalidad y hegemonía no deberían leerse en términos fuertes, como si se tratara de bastiones irrenunciables para definir todo aquello que ocurriría antes de la desarticulación, pues la desarticulación -lejos de intentar consumar el duelo y la clausura de estos términos-, no nos habla de un fin, empírico o simbólico, de la modernidad, sino de una posibilidad totalmente distinta, la de mostrar a la metafísica como filosofía de la historia, del sujeto, de la acción, ya siempre como duelo sustituto y compensatorio. La desarticulación no apela al olvido o cancelación sino al develamiento de la ilusión trascendental de duelo y, por tanto, invita a una relación distinta con la temporalidad histórica. En otras palabras, la desarticulación de la epocalidad de la metafísica y de su organización hegemónico-principial no apela a un corte y cierre, a una ruptura, borrón y cuenta nueva, sino que apela a una suerte de alteración que interrumpe el sonambulismo metafísico no solo en el presente sino en términos de la totalidad de la historia metafísicamente historiada. De ahí que, como se menciona en uno de los comentarios, la operatividad de la época muestre su límite cuando es confrontada con la complejidad de una vida.

Me gustaría finalmente insistir en que el libro en cuestión puede también ser leído según la famosa escalera de Wittgenstein, aquella que usamos para subir un muro, pero una vez allí, desechamos. El libro y el seminario del que surge, por supuesto, no permite subir a ningún muro; tiene, por el contrario, la pretensión muy atrevida de invitarnos a pensar en formas de vida no fascista. Se trata simplemente de una invitación lanzada al aire para pensar formas de lo común que, lejos de la demanda sacrificial de la política moderna, lejos de la deuda como mecanismo de chantaje sobre la vida, lejos de la subsunción de la existencia al principio de razón o a la voluntad de poder, hagan posible, hoy, justo hoy, oponernos a la marcha triunfal de las formas de neo-fascismo que despuntan en todos lados y proponer en cambio las condiciones de un comunismo sucio, mundano e imaginal, que en su potencialidad, nos permita seguir habitando un mundo al borde de la devastación total.

Puestos en esta encrucijada, un libro es simplemente un libro, y su única justificación es seguir animando un debate necesario que más allá de todo narcisismo, permita que la diferencia no sea solo una palabra, sino una forma de entender nuestra relación con otras y otros. De ahí entonces mi gratitud sin reservas a Miguel Valderrama, Elizabeth Collingwood-Selby y Rodrigo Karmy.

Sergio Villalobos Ruminott