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Opinión

Araña, el eterno retorno

Por: Rodolfo Fortunatti | Publicado: 19.08.2019
Araña no puede ser vista como telenovela, como una versión doméstica de la violencia política, cuyos personajes han devenido en perfiles degradados del arquetipo que encarnaron. Por eso no cabe aquella indulgencia que tiende a ver a Patria y Libertad como un puñado de chiflados, de aventureros sin vida propia o como una manada de lobos actuando en solitario. Porque la organización fascista fue uno de los brazos mejor articulados de los gigantescos poderes fácticos que intervinieron en Chile, capaz de desestabilizar el orden político e institucional y de poner a prueba la garantía no deliberante de las fuerzas armadas.

Acaba de estrenarse Araña, el largometraje del director chileno Andrés Wood, autor también de Machuca (2004) y Violeta se fue a los cielos (2011). Dos mujeres talentosas encabezan el elenco de actores y actrices: la española María Valverde interpretando a Inés, la joven militante de Patria y Libertad, y la argentina Mercedes Morán en el papel de Inés, ahora ejecutiva, cuarenta años más tarde.

A diferencia de Machuca, la exitosa cinta sobre la segregación social en los tiempos del Chile popular, Araña se mueve entre el pasado y el presente, revelando en sus diálogos ―gran parte de los cuales son creación de Guillermo Calderón― la imperecedera y constante presencia del mal.

Han pasado los años, pero ninguna de las experiencias vividas ha cambiado la mentalidad de los protagonistas. ¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Por qué el drama de los detenidos desaparecidos, de la muerte, la tortura y el exilio padecidos por miles de chilenos, habrían de cambiar la manera de pensar de sus perpetradores? ¿Por qué habrían de sentirse culpables?

La conciencia política no es una construcción puramente racional o intelectual, como presumen los neokantianos. No es una prueba cartesiana de verificación de hipótesis. Es, principalmente, una emoción persistente que compromete toda la facultad de entendimiento del ser humano. Las biografías se tornan intocables e irrenunciables en el caldo de experiencias que las alimentan.

La repugnancia que siente el militante ultranacionalista y que da origen al odio, al desprecio y a la discriminación anti-comunista, luego, anti-democratacristiana y anti-política, es una emoción perdurable, incluso necesaria como mecanismo de defensa para la coexistencia cognitiva con el crimen y el horror cometidos, a fin de mantener integrada la personalidad.

La compasión, otra emoción en juego, contraria al asco segregacionista, es una facultad que germina con mayor facilidad entre los más jóvenes, que son más sensibles a los horrores y padecimientos ajenos y, por lo mismo, más propensos a alejar las sombras del pasado. Acaso este sea el único cambio cultural y político al que puedan aspirar la evocación, el recuerdo y el derecho a la memoria de las víctimas; el poder conmover con su testimonio a las nuevas generaciones.

La inspiración del relato

Gonzalo Bunster Peters y Raúl Castillo Márquez realmente existieron como militantes de Patria y Libertad. Bunster, que era dueño de los fundos La Perla, El Barco y Nitrito y de una avioneta siniestrada mientras transportaba armas, había sido imputado por el contrabando de ganado y giro doloso de cheques, y se le atribuyó el ataque al domicilio del entonces regidor socialista Arturo Pérez Palavecino, posteriormente detenido, torturado y exiliado.

La agencia EFE informaba el 24 de diciembre de 1972: «cuatro personas fallecieron al estrellarse la avioneta en la que viajaban en el interior de la provincia de Malleco, a unos 600 kilómetros al sur de Santiago. Entre los muertos ha sido identificado el conocido terrateniente Gonzalo Bunster Peters. Las otras víctimas aún no han sido identificadas».

Por su parte, Castillo era dueño del fundo Montenegro y de una fábrica de cecinas, y había participado en el atentado explosivo contra el puente Rarinco. Se le vinculó a la muerte del campesino José Lara Ponce, como consta en declaraciones vertidas el 11 de octubre de 1972 en la Cámara de Diputados.

Hoy la UDI exalta las figuras de Bunster y Castillo. Por eso su rechazo a la insistente petición del Partido Socialista de retirar el monolito que se erigió en recuerdo de ambos y de cambiar el nombre a la plazoleta que lo sostiene en la ciudad de Los Ángeles.

A escasos kilómetros de ahí, genuinos lugares de la memoria elevan su atestación al cielo. No hay parangón moral entre la impúdica plazoleta Bunster Castillo y el Memorial de los Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de Los Ángeles, el Hospital Eduardo González Galeno de Santa Bárbara, el Memorial Quebrada Honda, el Memorial Homenaje a las Víctimas de Violaciones los Derechos Humanos de Laja, la calle Salvador Allende en Laja, el Memorial del Detenido Desaparecido y Ejecutado Político de Santa Bárbara y Quilaco, el Memorial a las Víctimas de la Población Purén, la Placa Recordatoria y Monolito en el Cementerio de Santa Bárbara, el Parque de la Meditación de Chillán.

A la vanguardia de la revuelta social

Por eso Araña no puede ser vista como telenovela, como una versión doméstica de la violencia política, cuyos personajes han devenido en perfiles degradados del arquetipo que encarnaron. Por eso no cabe aquella indulgencia que tiende a ver a Patria y Libertad como un puñado de chiflados, de aventureros sin vida propia o como una manada de lobos actuando en solitario. Porque la organización fascista fue uno de los brazos mejor articulados de los gigantescos poderes fácticos que intervinieron en Chile, capaz de desestabilizar el orden político e institucional y de poner a prueba la garantía no deliberante de las fuerzas armadas.

Antes de las elecciones de marzo de 1973, cuando los partidos de derecha aspiraban conseguir los dos tercios del Congreso para destituir constitucionalmente a Salvador Allende, Patria y Libertad ya tenía la certeza de que aquello jamás iba a suceder.

Patria y Libertad, en base a encuestas y análisis del comportamiento electoral realizados por agencias extranjeras, predijo entonces que el Gobierno lograría alrededor de un 40 por ciento del respaldo ciudadano, mientras que la oposición conseguiría cerca de un 60. Este vaticinio controvertía los optimistas cálculos de quienes aseguraban que la oposición arrasaría. Y, por cierto, los de aquellos que afirmaban que superaría los dos tercios. Con esta certidumbre, Roberto Thieme, cabeza del movimiento ultranacionalista, describió el nuevo escenario que sobrevendría tras las frustradas expectativas de la derecha, dejando entrever el plan de la organización para derrocar al gobierno.

La revista Chile Hoy le inquirió por la viabilidad de lo que estaba avizorando, a lo que respondió que «ahora los caminos son varios, pero podría ser que el gobierno actual del señor Allende tuviera que transgredir ya definitivamente la ley y la Constitución, a corto plazo, después de la elección de marzo. Probablemente, por esa transgresión tendría que haber un golpe de Estado o una intervención de las Fuerzas Armadas» … «Yo pienso que el asunto se va a dar dentro de los próximos sesenta días de la elección», aventuró. Y, en la ocasión, anticipó que «si el Paro de Octubre fue grande, el próximo paro lo va a ser mucho más».

En marzo, León Vilarín, timonel del poderoso gremio de los camioneros, recorría el país promocionando un nuevo paro del transporte, que, finalmente, habría de cuajar en el mes agosto de 1973.

El Paro de octubre de 1972, que contó con apoyo financiero externo, había durado 24 días durante los cuales se registraron 250 atentados a la propiedad pública. Fue tal su potencia desestabilizadora, que obligó el ingreso de las Fuerzas Armadas al Ejecutivo, y no dejó en el horizonte ningún otro mecanismo de descompresión política más que la elección de marzo del 73. Los siguientes comicios eran los municipales que recién se verificarían en marzo de 1975.

Sobre la magnitud alcanzada por las revueltas de octubre, el balance del general Carlos Prats, que en noviembre de 1972 asumió como ministro del Interior, fue de una elocuencia estremecedora: «Chile estuvo al borde de un enfrentamiento muy cruento». Por eso, un nuevo paro habría de desembocar indefectiblemente en un enfrentamiento armado.

Culminando en la vía insurreccional

Fue el movimiento ultranacionalista el encargado de organizar el apoyo civil al ensayo preliminar del golpe de estado, el denominado Tanquetazo del 29 de junio de 1973 que dejó un saldo de 22 muertos y más de un centenar de heridos.

La conspiración, fraguada entre Patria y Libertad y un par de oficiales del regimiento blindado Nº 2, se había propuesto secuestrar al Presidente Allende y provocar un levantamiento generalizado de las Fuerzas Armadas. El informe oficial consignó que «cinco tanques al mando de un teniente concurrirían a Tomás Moro. Se capturaría al señor Presidente y se le detendría en el cuartel de Santa Rosa; cinco tanques se apoderarían inicialmente de La Moneda. Patria y Libertad provocaría disturbios desde la tarde del 26. Este movimiento aseguraba a los comprometidos la participación de diferentes unidades del Ejército, Armada y Fuerza Aérea, más una considerable cantidad de simpatizantes de esta organización».

Tras el episodio, sus autores intelectuales, Pablo Rodríguez, John Schaeffer, Benjamín Matte, Manuel Fuentes y Juan Hurtado, terminaron asilándose en la embajada de Ecuador.

El Presidente de la República no ignoraba las consecuencias de la operación. El 25 de julio Allende habló a los dirigentes de la CUT reunidos en el Edificio Gabriela Mistral.

«Uno no se acostumbra a pensar qué hubiera ocurrido si hubiera triunfado ―dijo a la audiencia—. Piénsenlo ustedes, compañeros sindicales, y espero que lo piensen los chilenos que hoy oyen mis palabras. ¿Qué habría ocurrido? Habría sido la dictadura fascista más sangrienta y oprobiosa. Esto es lo que hubiera ocurrido, y repito, si ellos hubieran triunfado: una dictadura sanguinaria, opresiva e implacable».

Y concluyó su alocución advirtiendo que «la reacción ha pretendido ganarse a un sector de las Fuerzas Armadas. Ya lo probaron el 29 de junio. Quieren ganarlas. Suprimirían las libertades sindicales y políticas. Perseguirían a los trabajadores… Me retiembla el coraje de ustedes. Yo podría irme, camaradas, pero no lo hago por ustedes, por los niños, por los trabajadores».

Patria y Libertad es la conexión biológica de una parte de la sociedad chilena con su pasado fúnebre. Es el eterno retorno de la política, sublime condición humana, a la cultura de la muerte.

Rodolfo Fortunatti