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Opinión

Disputar, gobernar y transformar

Por: Estefanía Campos Figueroa | Publicado: 22.08.2019
Disputar, gobernar y transformar feminismo |
¿Realmente podemos elegir entre tomar el poder o abolirlo desde el margen? Es como la pregunta siempre actual acerca de la libertad: ¿Somos realmente libres cuando nos enajenamos de lo que está pasando y nos desentendemos del carácter colectivo de la libertad misma? Desde una óptica feminista, la respuesta sería no. El feminismo es colectividad en su sentido más amplio y puro.

Se aproximan elecciones municipales y parlamentarias y la ola feminista pone grandes desafíos a los movimientos y partidos políticos. Mucho se ha dicho respecto de la participación política de las mujeres, si hacemos un barrido histórico, podemos decir que nuestros índices de participación han aumentado, pero algunas creemos que aún no es suficiente. Entre leyes de cuota que muchas veces nos sentencian a ser el “relleno de las listas”, nos vemos en la necesidad de elevar cualitativamente el nivel de este debate y afirmar con mucha fuerza que no bastan mujeres en las listas, necesitamos mujeres feministas. Esa es la apuesta.

¿Por qué tomar el poder y no acabar con el? Ha sido una discusión recurrente entre los movimientos emancipatorios como el feminismo. Y como la diversidad es nuestra virtud, habemos algunas feministas que aquí aplicamos la máxima de la química por cuanto “el poder no se crea ni se destruye, sólo se transforma” en tanto otras compañeras, se inclinan por respuestas que van en la línea de abandonar la disputa de la política actual.

Abandono de las reglas, lógicas y costumbres que nos resultan ajenas, discriminatorias y violentas, para privilegiar la transformación contrahegemónica y la construcción de una sociedad “alternativa”, es decir, combatir el poder y las estructuras que sostienen las desigualdades por fuera, al margen de la burocracia estatal y sus instituciones, porque serían estructuras patriarcales, de la burguesía, que te envuelven e inevitablemente te llevan al derrotero de repetir las mismas lógicas.

Parece ser una estrategia cómoda para quienes cuentan con el tiempo de su lado y tienen el privilegio de la espera para que esos cambios sucedan, algo que difícilmente se hace cargo de las urgencias. ¿No es acaso urgente, sacar del poder a Sebastián Piñera que hace caso omiso de los 41 femicidios que van en este 2019 para que podamos tener un gobierno que sí se preocupe de que dejen de matarnos?

En ese sentido, pareciera ser que la disyuntiva entre estar en el poder o fuera de él es una falsa dicotomía: ¿Realmente podemos elegir entre tomar el poder o abolirlo desde el margen? Es como la pregunta siempre actual acerca de la libertad: ¿Somos realmente libres cuando nos enajenamos de lo que está pasando y nos desentendemos del carácter colectivo de la libertad misma? Desde una óptica feminista, la respuesta sería no. El feminismo es colectividad en su sentido más amplio y puro.

Entonces ¿Se puede ser machista, antes de que exista el machismo? ¿Cómo seguimos sosteniendo la relación (a)virtuosa entre patriarcado y hegemonía? Si sostenemos que el individuo machista es producido por las estructuras de poder, el patriarcado dentro de ellas, aquel viene después de la existencia de este. Por tanto, el individuo machista es impensable sin las normas, leyes, usos, costumbres, cultura que lo constituyen pues es producto de ellas también.

De esta manera, podemos sostener que como el poder es condición de existencia de toda identidad y este constituye la identidad machista que nosotras, desde el feminismo popular, queremos transformar, no es opción abolirlo o no tomarlo, pues implica considerar como inexistente su capacidad de condicionar identidades y la disolución de una en particular que nos oprime y justifica histórica y sistemáticamente las desigualdades a las que nos enfrentamos día a día: el patriarcado.

Foucault confiere al poder una capacidad performativa y por tanto dentro de él se encuentra la posibilidad de emancipación. Si esto es así, ¿Se sigue sosteniendo la disputa desde el margen?

Asimismo, cuando Ernesto Laclau sostiene que transformar lo social, incluso en el más radical y democrático de los proyectos, significa construir un nuevo poder, no la eliminación del poder evidencia que la disputa se da a la interna, al nivel de las instituciones. Lo que no significa que neguemos que las estructuras actuales sean patriarcales y burguesas o que desconocemos el peligro de repetir las mismas lógicas, sino que estamos dispuestas a construir colectivamente, a disputar las elecciones y los cargos de representación política porque nos posicionamos desde la afirmación de la posibilidad de transformación.

El desafío, por tanto, radica en entender el feminismo como una lucha política, como una disputa del poder. Como una disputa del poder que se nos ha negado por ser mujeres y por nuestra clase. Por eso la invitación es a disputar toda estructura e institución, esto es, disputar cada espacio, cada rincón que alguna vez nos dijo que no podíamos entrar, que no éramos aptas, que nos cerró las puertas, que nos quitó derechos, que nos invisibiliza y excluye constantemente. Tomar el poder para hacer justicia, por nuestras abuelas, madres, hermanas, hijas, amigas, vecinas y compañeras, por nosotras, por las que no están y por las que vienen y para transformarlo todo, para que mañana no estemos discutiendo qué tan discriminatorias son las cuotas, sino que sea sentido común que lideremos y gobernemos.

Por ello, la verdadera disyuntiva es entre disputar el poder o mantener el status quo, y claramente estamos por la primera, con un objetivo claro: devolverle las instituciones a la gente y transformarlas porque para impulsar nuestras demandas, hacer oír nuestra voz, nuestros sentires y necesidades, necesitamos obtener representación porque nos cansamos de que hablen por nosotras, queremos nuestra voz en las instituciones buscando salidas que procuren tener en cuenta criterios de solución propuestos por nosotras mismas pues nadie más que nosotras, conoce en carne propia, porque los vivimos, nuestros problemas.

Es la única manera de que ningún punto de nuestra transversalidad política quede al margen o no sea atendido. Es precisamente en este punto donde evidenciamos la radicalidad de nuestro feminismo: en su capacidad de construir y transformar.

Estefanía Campos Figueroa