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¿Qué hubiera pasado si Pinochet moría en el atentado?

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 24.08.2019
¿Qué hubiera pasado si Pinochet moría en el atentado? Atentado |
«Atentado final» de Fernando Sáez nos propone que en septiembre de 1986 la emboscada del FPMR logra su propósito y Pinochet resulta muerto. Y claro, sobreviene el desbande. Este punto de partida es sin duda interesante.

¿Qué hubiera pasado si Pinochet moría en el ataque? Eso se preguntó el autor y construyó esta ficción que logra nuestra complicidad por cierta acertada o verosímil forma de abordar al menos una de las caras de la moneda. 

La novela tropieza con la elección de su autor de llevarla a la realidad sin contar con el necesario blindaje que supone publicar con un sello editorial. La audoedición es un camino lleno de peligros si no se tiene al menos alguien confiable que te diga “mira, tu libro tiene estos problemas y cojea acá y acá” antes de que lo imprimas y difundas. 

La trama avanza contándonos cómo el poder, sucedida la muerte del líder, es disputado por sus más bestiales seguidores dentro del Ejército y de los aparatos de inteligencia, cerrando un círculo que excluye a la familia, a los políticos, a los empresarios y a civiles en general. Dentro de las Fuerzas Armadas se desata una carnicería desquiciada acusando de cómplices o de sospechosos a todos quienes intentan un posicionamiento, y son sometidos a balazos los generales de la Armada, de la Fuerza Aérea, de Carabineros. El control del país queda en manos de una nueva Junta de Gobierno conformada por los generales Sergio Arellano Stark (el de la Caravana de la Muerte), Odlanier Mena (entonces director de la CNI) y el fiscal militar Fernando Torres Silva. Juramentan ante las cámaras y en cadena nacional que no quedará impune el magnicidio, instalan un estricto y eterno estado de sitio y toque de queda y las calles se llenan de militares armados.

Así, el escenario propuesto comienza siendo perfectamente verosímil. No se menciona nada, eso sí, de la resistencia. Los propios guerrilleros que cometieron el ajusticiamiento parecen pasmados por el éxito de su osadía y por la reacción del gobierno que, bajo las órdenes de este nuevo triunvirato criminal que se toma La Moneda, desata su furia desalmada asesinando sin remilgos a cualquiera que desobedece la orden de no salir a la calle. Los cadáveres se pudren ante la vista de las palomas. En La Moneda deciden embalsamar a Pinochet y agigantar su figura ejemplar. Estos aspectos de la novela son bien resueltos y siguen alimentando nuestra complicidad como lectores. Hasta ahí está todo bien. Pero luego el autoboicot se impone, el autor desatiende las exigencias de su propia obra y asume que el lector no se va a dar cuenta de ello. 

Algo similar creo que le ocurrió a una de las primeras novelas del hoy éxito de ventas Jorge Baradit. Me refiero al delicado manejo del contrato de verosimilitud que debe observar un autor que trabaja con un material como la historia reciente. Ficcionar con personajes de la vida nacional real nos obliga como autores a no subestimar desde ningún punto de vista al lector. Synco, de Baradit, comenzaba proponiendo que Pinochet en vez de dar el golpe, defendía La Moneda. Pero luego el relato se disparaba hacia cualquier otro lado y el protagonismo se diluía alrededor de una periodista extranjera que investigaba el sistema de tecnología integrada de Allende, el proyecto secreto Synco. 

Acá Fernando Sáez tiene un buen punto de partida y una buena idea también, su pluma es llana, directa y se hace espesa solo a ratos y de manera arbitraria o antojadiza, deteniéndose en descripciones de menús, de paisajes o de procedimientos elegidos como por azar, mientras se sucede o avanza eso que vendría a ser la trama, sacrificándola. Se supone, dada la situación inicial, que el contexto es de represión salvaje, de control y asesinatos, y de pronto el miedo a no poder salir de la crisis económica se torna atolondradamente el centro y llegamos a un final abrupto y con un ánimo de franco desparrame. Se va a las pailas todo. Se desbarranca. Chile es vendido a una minera y la gente, los chilenos y chilenas, tras haber vivido una represión desmedida y demencial, aceptan la propuesta de abandonar el territorio a cambio de sumas considerables de dinero. El autor acelera acuciado por la angustia de no saber cómo resolver, precipitando un infantil desenlace del tipo “entonces todos mueren”. Y el lector lo percibe.

Al mismo tiempo hay autozancadillas de cuidado elemental, como que los personajes comiencen a hablar de la crisis de los ochenta o de la década ochentera, estando aún en 1988; o como que de repente se nos hable de “racionamiento militar” cuando se está claramente queriendo significar “razonamiento militar”. De pronto una escena es ambientada en 1976 como si fuera un racconto, un flashback, y al término de la misma nos damos cuenta de que no, que en realidad es un error y siempre seguimos en 1986. O se nos presenta un personaje como el nuevo protagonista sin que este logre nunca asumir esa función convincentemente.

Lo primero que llamó mi atención de Atentado final no fue ni siquiera la trama o el argumento, no, fue un asunto formal: ¿por qué los capítulos tienen títulos a la usanza del Quijote o de las novelas españolas antiguas? “Que relata lo que verá el lector y de cómo la muerte enseña que la suerte es cambiante y caprichosa”, “De cómo el diablo comienza a meter la cola recordando cuán poderoso caballero es Don Dinero”, así se titulan los episodios. Para un lector mínimamente despierto este tipo de información es clara: el autor se está dando el gustito de hacerlo porque sí no más. No hay otra razón. Sáez se acusa así de un amaneramiento afectado tan gratuito como caprichoso. Cuando te autoeditas, puedes salirte con la tuya, darte el gusto que quieras, te haces hasta la portada a tu pinta, y si quieres te inventas un nuevo subgénero ad hoc a tu delirio. ¿Qué me dice eso como lector? Que te importa bien poco empatizar conmigo. 

Deseo a Fernando Sáez mejor suerte en sus próximas incursiones. Estas líneas buscan hacer visible para otros los riesgos de la autoedición y el funcionamiento del proceso de escritura, edición y publicación de una obra.

 

Atentado final

Fernando Sáez

Autoedición

186 páginas

Precio de referencia: $8.000

 

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