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Las conclusiones del rector Soto, a solo horas de dejar el Instituto Nacional: «Se lumpenizó»

Por: Diego Alonso Bravo C. | Publicado: 30.08.2019
Las conclusiones del rector Soto, a solo horas de dejar el Instituto Nacional: «Se lumpenizó» Fuente: Agencia Uno. | Fuente: Agencia Uno.
Exactamente a las 20:30 del viernes 30 de agosto de 2019, Fernando Soto Concha deja su cargo como rector del Instituto Nacional. Le tocó estar a la cabeza del colegio más emblemático del país cuando se implementó el ranking de notas y la selección escolar, el tsunami del mayo feminista (en un establecimiento monogenérico) y, por cierto, durante los últimos meses, ser testigo de la violencia interna y externa, de la comunidad y Carabineros, en dos gobiernos distintos de dos sectores opuestos. Aquí saca sus conclusiones.

No recuerda muy bien la fecha, pero sabe que fue un día de estas últimas semanas, en uno de los periodos más violentos que se han vivido dentro del Instituto Nacional desde el retorno a la democracia.

Los gases lacrimógenos habían llegado al cuarto piso, pero el rector Fernando Soto no lo sabía. Estaba junto con otros administrativos moviendo a los alumnos a lugares donde pudieran respirar sin llorar ni toser, sin desorientarse. En el pasillo que antecede su oficina, justo detrás de la Casa Central de la Universidad de Chile, en ese cuarto piso sobre la calle Arturo Prat, habían dos funcionarios custodiando que los encapuchados no entraran a destruir lo que encontrasen. Pero incluso para ellos, los custodios, la tarea se hizo imposible. Entonces salieron a buscar un espacio para respirar, y en ese instante de aliento, un grupo entró y rompió la vitrina en la que estaba el estandarte.

«Lo llevaron al patio central y lo quemaron, mira tu, en medio del patio de honor», cuenta el rector Soto, ahora desde su oficina, el último jueves de agosto, a solo horas de dejar el cargo: “Algunos decían en redes sociales que era una tela no más, pero no entendían el simbolismos que hay detrás. Ese fue el momento de más pena”.

Luego de eso, dice, hubo un quiebre entre los alumnos: «Afortunadamente salieron al paso jóvenes que entendían lo dramático de la situación y surgieron dos visiones: los que planteaban sus legítimas demandas a través de diálogo y la búsqueda constructiva, versus los otros grupos que no tenían ni mensaje, ni reivindicaciones, sino que solamente el ejercicio de la violencia ciega».

Este viernes, exactamente a las 20:30 horas, se termina oficialmente su trabajo y con ello, el posible fin de un era, al menos familiar.

Toda una vida

Su papá, Fernando Soto Droully, fue profesor y vicerrector del Instituto. Fernando Soto Concha (62) estudió allí desde quinto básico hasta cuarto medio. De ese tiempo recuerda cuando vivió en el colegio mismo y haber visto desde su pieza, en el sector de Alonso de Ovalle, La Moneda bombardeada. Esa sensación de estar en el centro de Chile es una de las cosas que más extrañará.

Luego entró a estudiar pedagogía en historia al Pedagógico de la Universidad de Chile. A los 19 años ya estaba haciendo clases. Después vinieron experiencias en el colegio Saint George’s, en el Liceo Manuel Barros Borgoño, en el Liceo de Aplicación, algunos otros colegios particulares subvencionados, y así, entre el sector público y el privado. Entre todo eso, le tocó ser apoderado del Instituto, pues uno de sus hijos siguió ese camino.

En 2014 se abrió el concurso vía Alta Dirección Pública que lo llevó a la dirección del Nacional. «Siempre quise devolver alguna de las experiencias que había ganado como docente. Cuando se dio, dije ‘bueno, si efectivamente busco aportar, a lo mejor esto sería algo bonito'».

-¿En qué estado estaba el Instituto Nacional cuando asumió el cargo?

«Como todo establecimiento de educación pública y liceo que ha tenido tremenda trayectoria e historia de aporte a la construcción de nuestro país, estaba en el estado de decadencia por el abandono en el que el Estado lo tenía desde, por lo menos, el año 2006 en adelante».

-Asumió a la mitad del Gobierno de la expresidenta Michelle Bachelet, que llegaba con una reforma de educación en todos los niveles como estandarte. ¿Cómo fue ese proceso?

«Pudimos aportar visiones. En el diseño de la política pública y la realidad hay un espacio pantanoso, una especie de divorcio, respetando a los expertos. Se nos invitó a participar a la secretaría regional ministerial, opinar respecto a algunas propuestas que se hacían y desde esa perspectiva tratamos de influir, de advertir a las autoridades cómo era el día a día. Desde mi mirada, creo que hay una deuda tremenda con la realidad de los establecimientos».

-¿Cómo se ve esa deuda?

«Por ejemplo, se dice que es fundamental el liderazgo pedagógico de los directores. Y eso, que compartimos plenamente, se ve restringido por la burocracia del sistema, que es abrumadora. Los directores no tenemos autonomía: dependemos, tanto de la normativa, que es muy lenta, como del sistema estructurado municipal. En los cinco años como rector me tocó conocer seis directores de educación municipal de dos signos distintos (Carolina Tohá y Felipe Alessandri). Para los directores era un desafío entender los énfasis y cambios que cada uno ponía. Pero el nivel de autonomía era precario».

-¿Cuáles eran los desafíos de entonces?

«Cuando asumí la rectoría del Instituto, la pregunta era cómo aportar hacia la actualización del proyecto educativo, hacia la humanización de las relaciones escolares en una comunidad tan compleja».

-¿De qué forma se pudo enfrentar esta burocracia y la falta de continuidad en los proyectos educativos?

«La investigación en el ámbito educativo da cuenta de estas necesidades enormes: mayor autonomía para los colegios; modernizar las estructuras educativas a partir de las reformas curriculares, este cliché que dice que los profesores del siglo XX transmiten estructura curricular del siglo XIX y anterior, a muchachos del siglo XXI. Esta dicotomía y contradicción tan profunda es absolutamente real. Las autoridades, a partir de todas estas crisis recurrentes y que no son endógenas del Instituto, sino que son transversales, tienen que generar este puente de oro entre las experiencias cotidianas de los educadores, respecto a cómo la política pública tiene que interpretar esta realidad. Se han hecho esfuerzos, pero han sido insuficientes».

Durante la comisión de Educación de la Cámara baja, con el Centro de Estudiantes. / Fuente: Agencia Uno.

Reír y llorar

Nunca hubo un momento en que el profesor Soto quiso renunciar. Pese a los carabineros que estuvieron en el techo y en las salas del Instituto; pese a la pérdida de la excelencia académica el año en que asumió; pese a la toma del establecimiento por parte de estudiantes secundarias que acusaron al gran referente de la educación pública nacional de ser un símbolo del machismo; pese a las bombas molotovs que se lanzaron desde el mismo techo donde después esperarían los de Fuerzas Especiales.

«Hubo momentos de mucha tensión –dice Soto- y lo miro con preocupación, es un fenómeno de tremenda complejidad. Hay señales sociológicas de lo que pasa en la juventud y que no es exclusivo del Nacional. Si escarbas un poco, te das cuentas de los orígenes de las tremendas necesidades de la juventud actual: cuando miras lo desacreditada de las instituciones de la sociedad, la clase política, las iglesias, las fuerzas armadas, el mundo de la educación, el empresarial, etc.; el mundo adulto no le ha dado buenos ejemplos a las nuevas generaciones. Ese ingrediente explica la confusión en los jóvenes. Y me refiero a que, en el movimiento estudiantil, que ha puesto en el debate nacional temas como recuperar la educación pública, calidad de la educación, mejoramiento de ella, a veces se han confundido en el camino, han sido permeables a algunos procesos de lumpenización del movimiento estudiantil. Han desprestigiado las nobles causas de movimiento estudiantil. Esta violencia que han puesto en los últimos tres o cinco años estos grupos extremistas, seudoanarquistas, han hecho perder el rumbo».

-¿Se lumpenizó el Nacional?

«Por supuesto, claro: fue la destrucción por destrucción, sin propuestas».

-¿Fue este el periodo más violento del Nacional, a su parecer?

«Fueron procesos crecientes de radicalización de las movilizaciones estudiantiles. Le preguntaba a alguien qué opinaban de la movilización de los pingüinos de 2006 y más del 80% estaba de acuerdo con las demandas, que todos compartimos. Sin embargo, ahora pregunto qué opinan de las movilizaciones y todo el mundo habla con mucho dolor, que los estudiantes perdieron el rumbo. Y entiendo por qué se pierde el rumbo: si existieron instituciones que mostraban el horizonte del país, hoy en día eso no existe. La clase política tiene tremenda responsabilidad de no ofrecer a las nuevas generaciones diversas alternativas razonables de cómo las nuevas generaciones pueden aportar a la transformación social».

-Si bien los carabineros arriba de los techos no fueron decisión suya, ¿qué pensó cuando los vio?

«Fue un momento de tremendo dolor. Nadie quisiera a la policía en establecimientos educacionales donde se forman niños y adolescentes. Pero hay que ser serios y justos. Yo soy un hombre de izquierda, progresista en visiones del mundo, y en mi condición de estudiante del Instituto en 1973 fui sacado de la sala por una patrulla militar y me pasó lo mismo al año siguiente, el 74. Uno podría buscar una mirada contra la fuerza policial, pero hay que decir que fue una reacción contra los grupos violentistas, encapuchados, que tiraban molotovs a diestra y siniestra contra los transeúntes que iban pasando, o a los que viven alrededor del Instituto; bueno, la presencia policial es reacción a eso. No fui yo quien pidió esa medida. Fue asumida entre las autoridades ministeriales y el sostenedor».

-Su dirección del Nacional abarcó dos gobiernos. ¿Cuál fue mejor en educación?

«Ninguno de los dos, ambos discutieron desde un punto de vista de politiquería maximalista. La primera propuesta de un signo, rechazada por los adversarios políticos; la propuesta de los otros políticos, rechazada de plano, sin discutir. Ninguno se dio el trabajo de ver lo que significaba desde la realidad educativa. Por ejemplo, la ley de inclusión. Se dijo: fin a la selección de los colegios, pensando que se hacía un favor. Se cometieron errores graves. Y los colegios como los nuestros, que durante nuestra historia hemos sido factor de movilidad social y de inclusión, con la nueva estructura se trunca esa posibilidad. No hubo discusión seria, profunda. Fue discusión política pugnada por peleas de poder en el Parlamento, más que buscar una justa interpretación del fenómeno educativo».

-¿Y aula segura es un buen proyecto?

«Parecía ser una discusión comunicacional. Se pensaba que las acciones de violencia se iban a interrumpir por este cuerpo legal, sin ir a lo más profundo. Cuando fui a opinar al Congreso, les propuse a los legisladores escarbar más allá de la ley, para entender la violencia juvenil expresada en la violencia escolar de la que éramos todos testigos. Hablaba del descrédito que los jóvenes veían del mundo adulto -muchas razones tienen para tener esa mirada crítica-, pero también de entender los fenómenos sociológicos del mundo actual, de familias desestructuradas, donde hay presencia creciente de fenómenos de las adicciones, de narcotráfico y microtráfico en los establecimientos educacionales, el someter a los niños a los sistemas tan obsoletos de educación. Todo iba incubando en los jóvenes un malestar que no había solo que enfrentar con aula segura: tenía que haber una búsqueda más profunda».

-¿La votación por hacer del Nacional un colegio mixto lo considera un triunfo de su gestión?

«Por supuesto. Se cometieron errores (en la votación), pero se aceptó la soberanía del consejo escolar. Y estoy de acuerdo, soy absolutamente partidario de que entren mujeres. Eso no significa renegar nuestra historia. Desde ya recordar los aportes del presidente Aníbal Pinto y el ministro Amunategui, ambos institutanos, que lograron que se promulgara la ley de instrucción secundaria superior, que permite el ingreso de las mujeres a la educación superior».

El vino y la familia

Durante estos días, Fernando Soto se centró en actividades administrativas. Una de ellas tuvo que ver con la presentación de Lilí Orell, quien asumirá el cargo de directora interina hasta que se complete el concurso por Alta Dirección Pública.

En la reunión del miércoles en la noche, Soto y Orell conversaron en el aula magna del Instituto sobre esta nueva administración, que iba a estar centrada en dos puntos: la remodelación de los baños y la inyección de 1.700 millones de pesos para mejoramiento de infraestructura.

Cuando el rector habla de los momentos buenos, se le viene a la cabeza una historia: la del puentealtino hijo de feriante-colera, con ascendencia mapuche, que eligió chino mandarín como optativo, se destacó y luego fue becado por la República Popular China para estudiar una carrera de pregrado allá. Pero lo que realmente hizo que su voz se quebrara y sus ojos se humedecieran ese último jueves de agosto en su oficina, fue hablar de lo que hará después de las 20:30 de este viernes:

«Probablemente con mi esposa e hijos compartamos un buen vino y recupere cierta deuda que tengo con mi familia. He tenido la suerte, particularmente cuando fui profesor de aula, de tener el cariño de mis alumnos y alumnas que mantengo hasta el día de hoy; incluso de aquellos primeros alumnos cuando yo tenía 19. Todavía tengo contacto con ellos. Y alguna vez, comentando esto con mi familia, mis hijos me dijeron: ‘Papá, tus alumnos te adoran, te quieren mucho, y estuviste con ellos toda tu vida, pero con nosotros estuviste poco tiempo’. Efectivamente, ha sido así y es una deuda que tengo que pagar».

Fuente: Agencia Uno.

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