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«Antes yo creía que los católicos eran los buenos»: libro rescata rol de las mujeres en la Vicaría de la Solidaridad

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 31.08.2019
«Antes yo creía que los católicos eran los buenos»: libro rescata rol de las mujeres en la Vicaría de la Solidaridad vicaria |
La historiadora feminista María Soledad del Villar reconstruye el rol protagónico de las mujeres en el trabajo social que llevó adelante la Vicaría de la Solidaridad. «Ellas fueron las principales partícipes de las agrupaciones, actividades e iniciativas que se llevaron adelante», escribe en el libro Las asistentes sociales de la Vicaría de la Solidaridad, una historia profesional (1973 – 1983) que acaba de publicar la editorial de la Universidad Alberto Hurtado. Creada por el cardenal Raúl Silva Henríquez, la Vicaría fue clave en la defensa de las víctimas de la violencia de Estado durante la dictadura, y gracias al trabajo de sus profesionales se salvaron muchas vidas. Aquí un adelanto del libro.

Más que un trabajo, un compromiso. Trabajar con las víctimas de la represión política y sus familias exigió a las asistentes sociales del departamento jurídico un compromiso ético y personal que iba más allá de las exigencias puramente profesionales. Las distintas entrevistadas coinciden en señalar que trabajar en el departamento jurídico de la Vicaría era más que un trabajo: era la puesta en práctica de sus valores y convicciones más profundas. Dichas convicciones personales se insertan en un ámbito valórico común entre este grupo profesional y la Iglesia católica: la defensa de los derechos humanos. Según Daniela Sánchez, el encuentro del trabajo social con los derechos humanos se dio en gran medida como un producto de las circunstancias de represión y violencia estatal de la dictadura: 

El acercamiento del trabajo social a la tarea de defensa de los derechos humanos obedeció más a la irrupción del régimen militar en Chile que a una estrategia deliberada de la profesión. Sin embargo, esta llegó a intervenir profesionalmente en este campo provista de un sentido ético que se confunde con sus orígenes. La valoración de la persona humana y el respeto de su dignidad, cualquiera sea su condición, provienen de las raíces mismas del trabajo social, de su filosofía humanista y de los principios compartidos universalmente por todas las profesiones que trabajan con personas.

Se da entonces la paradoja de que el trabajo en derechos humanos supone al mismo tiempo una novedad para las profesionales y un reencuentro con las raíces de su profesión. La entrevistada Nº 9 se refiere en su testimonio a este compromiso: 

«Sí, al final esta causa te va comprometiendo. Hay gente que dice uy, qué horrible, y yo les digo no, la suerte que tuve en ese oscuro período de este país, trabajar en una institución que de alguna manera colaborara con lo que más profundamente uno creía. El respeto al ser humano, a la dignidad del ser humano, a querer que haya una sociedad más justa, donde se respeten unos con otros. O sea, no podía haber algo más adecuado para lo que yo pensaba (…). Yo te diría que para mí el trabajo en esta institución, pienso que me hizo mejor persona a que si hubiera estado en otra pega a disgusto, llena de miedo».

El tener esas convicciones ayudaba a sobreponerse a las dificultades y temores que estas profesionales enfrentaban en el día a día. De alguna manera, ofrecían un marco de sentido más amplio que ayudaba a sobrellevar el peso de trabajar de cara a la represión política y la violencia estatal. 

Para la entrevistada Nº 4, la recuperación de la democracia fue también uno de esos valores: “…pienso que lo que más nos ayudaba era tener la convicción de que estábamos haciendo algo que trascendía más allá de un trabajo, la convicción que no era un trabajo común, no era trabajar de 9 a 6 p.m., de alguna manera estábamos contribuyendo a una salida democrática para el país”. Por su parte, la entrevistada Nº 9 cuenta que trabajar en derechos humanos era también una forma de oponerse pacíficamente a la dictadura: “Esto daba posibilidades de reflexionar, de jugarse por cosas que uno creía, de ir acompañando estos dolores y estas causas que además a veces eran de dolor, pero también había resistencia, una resistencia súper pacífica a lo que era este poder implantado desde la fuerza”. La valoración de la democracia se convierte así en parte de un concepto amplio de derechos humanos, que, además de la defensa de la vida y libertad personal, incluía el trabajar por “la organización solidaria, la acción contra las condiciones que impone la pobreza, la construcción de relaciones de convivencia democráticas y participativas y el ser valorado y autovalorarse como persona”. Todos aspectos que se trabajaron tanto en la atención individual de casos como en el trabajo con las agrupaciones de víctimas y familiares. 

El compromiso con la causa de los derechos humanos generó en los trabajadores de la Vicaría una ética del servicio que no ponía restricciones y alteraba ciertas normas básicas de un trabajo común y corriente: “Si había que hacer algo, todos íbamos. No había horarios. Si se necesitaba a alguien para el domingo estábamos todos ahí ese día, nadie preguntaba ni decía que trabajaba hasta tal hora. O si había que trasladar cualquier objeto, era servicio total, una entrega total, una causa”. En el caso de quienes trabajaron con víctimas de la represión, su compromiso iba más allá de la atención profesional realizada en una oficina, era un compromiso personal con su causa y sus reivindicaciones, “porque nosotros como trabajadores no estábamos de lunes a viernes en una pega, sino que sentíamos el compromiso de acompañar en las reivindicaciones de los familiares, con los riesgos que eso implicaba”

Según Daniela Sánchez, este involucramiento personal fue vivido con algunas tensiones propias de su rol profesional, “la participación en esta práctica ha significado, para cada uno de nosotros, una tensión permanente entre el dejarse afectar en lo personal por los problemas de la persona que entrevistamos, o, por el grupo que acompañamos, y el distanciarse profesionalmente para ganar la objetividad que exige una eficaz solución del problema que enfrentamos”. De hecho, algunas prácticas como la reunión de equipo al finalizar en día, ayudaban justamente a objetivar las experiencias vividas y procesar tanto la información como la carga emocional del trabajo con víctimas: 

«Teníamos reuniones todas las semanas, que eran reuniones de planificación, pero también de alguna manera de contención, volcar lo que nos pasaba y compartir los casos que estábamos viendo, las tendencias de la represión, los grupos políticos que iban siendo reprimidos y todo lo que significaba conocer eso, lo que nos permitía actuar. Pero también era un espacio de compañerismo y de mucha solidaridad entre nosotros, nos conocíamos harto».

Por último, trabajar por una causa común contribuyó a generar un fuerte espíritu de equipo y también a derribar barreras entre los mismos trabajadores de la Vicaría. Para trabajar en la Vicaría de la Solidaridad, no era necesario ser creyente, pero sí era muy importante adherir a este proyecto común de defensa de los derechos humanos. Esto produjo entre los trabajadores encuentros entre personas de matrices religiosas diversas, lo que supuso importantes aprendizajes. La entrevistada Nº 2, de identidad católica, relata: 

«A mí una de las cosas que de a poco fui aprendiendo y entendiendo…. yo tenía compañeros ateos, muchos. Antes yo creía que los católicos eran los buenos. Después descubrí que en los católicos hay de todo. Y después descubrí que en realidad los valores humanistas son universales y no tiene que ver con ser católico, el católico te ayuda quizás a descubrir esos valores, pero no lo necesitas ser. A mí me impresiona eso. Gracias a Dios los conocí. Tenían un compromiso tan profundo con la gente, una sensibilidad y un amor. Y ahí descubrí: esto no es propiedad de ninguna Iglesia, es de la espiritualidad que puede desarrollar el ser humano por ser humano».

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