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Opinión

El asesinato a Quimantú o la consolidación de la desigualdad en el ecosistema del libro

Por: Eduardo Farías | Publicado: 11.09.2019
El asesinato a Quimantú o la consolidación de la desigualdad en el ecosistema del libro marcha_quimantu-696×260 |
El 11 de septiembre de 1973 no solo marca la transición forzosa y sangrienta de un gobierno democrático a una dictadura militar; también define la desaparición de unos de los proyectos editoriales más interesantes del siglo XX: la Editora Nacional Quimantú. Así, tanto la muerte y desaparición forzadas de personas por parte de Carabineros y del Ejército, como el cierre de Quimantú y la quema de libros, son evidencia que da cuenta del mismo objetivo: borrar la disidencia de izquierda y de todo su material cultural. El cierre de Quimantú significó abandonar el ejercicio editorial de un proyecto estatal cuyo objetivo era eliminar la desigualdad de clase en el acceso al libro.

Quimantú fue un anhelo de Allende. Al igual que los primeros ilustrados chilenos y los liberales republicanos, el libro y la imprenta no eran un negocio más, sino parte de una industria clave en el desarrollo cultural e intelectual de la población. Para Allende, la imprenta y el libro eran fundamentales para la construcción de una sociedad nueva, de un “hombre nuevo”. Por tanto, la lectura tenía un rol emancipador de conciencias. El autofinanciamiento de una empresa, la imprenta propia y el objeto de llevar literatura a las capas populares eran condiciones para desarrollar su labor revolucionaria.  

Junto con esta visión, Salvador Allende da cuenta de una desigualdad estructural en su acceso y consumo, pues los sectores populares estaban impedidos de poder comprar libros debido a la precarización económica y al costo elevado de estos. Por ello, los libros eran objeto de consumo solo para una parte de la población, la que podía pagar el precio de venta al público. El resto estaban impedidos de este y otros productos culturales. Es en ese contexto (propio no solo del ecosistema del libro en el siglo XX, sino que también de los siglos XIX y XXI) que la política pública de crear una editora estatal para solucionar esta desigualdad se transforma en el gran objetivo del proyecto.

Hoy me permito recordar a Quimantú y su papel dentro de la construcción del ecosistema del libro para hablar de cómo la dictadura y los gobiernos democráticos han consolidado esta y otras desigualdades estructurales, porque la reestructuración de Quimantú como la Editora Nacional Gabriela Mistral (¡pobre Gabriela!) que realiza la dictadura militar, consolida un ecosistema editorial desigual. Primero, el capitalismo neoliberal crea la estructura económica que permite que empresas precaricen a sus trabajadores: precarización que afecta el consumo cultural de las familias,  limitándolo a las pocas posibilidades que conocemos. No dudo que el libro no es la primera opción de consumo cultural familiar en este país. Además, este antiético sistema económico del que somos esclavos no puede solucionar esta desigualdad en el consumo cultural, pues si no hay demanda, no vale la pena inventarla. Esta situación nos lleva a la siguiente evidencia: las librerías.

Segundo, la creación de Rectoletras hace algún tiempo nos hizo discutir sobre la presencia de estructuras estatales en el mercado privado. Sin el afán de volver a aquella discusión, necesito mencionar que la fragilidad del ecosistema del libro no se encuentra en las editoriales, existe en las librerías. La decisión de Jadue no solo implicó la creación de una librería no capitalista, es decir, una librería sin necesidad de ganancia, sino que también en darle una librería a una comuna que ha carecido sistemáticamente de una, situación que se repite a lo largo de Chile. Así, la ausencia de librerías en diversos territorios refleja la desigualdad en el consumo del libro. Esta situación nos lleva a cómo gasta el Estado el dinero público en el financiamiento de industrias culturales. 

Tercero, no es novedad decir que la dictadura y los gobiernos democráticos en su gasto público para las industrias culturales han tenido como norte el desarrollo de más capitalismo, de números azules que sostienen el discurso político del desarrollo y crecimiento económico, y que no impactan en nada (si suena extremo, lo sé) para solucionar la desigualdad del consumo cultural del libro. Ha sido así desde el financiamiento estatal de la FILSA para el negocio de la Cámara y de la edición transnacional. Ha sido así el Fondo del Libro, concurso público en que se financian proyectos privados con ganancias privadas (desde investigación, perfeccionamiento, edición e implementación de librerías) para afectar positivamente los números financieros de una industria frágil. Así, por ejemplo, el Estado financia la publicación de un libro que luego se venderá al público, generando una ganancia privada que en nada atenta contra la desigualdad en el consumo del libro.

Por último, pensar en cómo encarar las desigualdades en el ecosistema del libro equivale a abandonar cualquier perspectiva capitalista; luego, es necesario preguntarse por el uso racional y ético de los recursos. Por ejemplo, antes que financiar el negocio privado de editores independientes con logo de Estado, ese dinero sería mucho más beneficioso para el proyecto Libro Imaginario, proyecto que edita libros en braille, afectando una desigualdad estructural en torno a la lectura. Lo mismo debiese suceder con la edición en lenguas indígenas. El recurso estatal que se gasta en la internacionalización del libro chileno se debería utilizar para la creación de un sistema de librerías municipales con su propio sistema de distribución. Al destruir Quimantú, la dictadura consolida el libro como un negocio del capital y las desigualdades de clase inherentes al modelo económico (y que creemos lo son al ecosistema del libro), y que con nuestro beneplácito hemos perfeccionado.

Eduardo Farías