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La noche de un diez de septiembre en Chile

Por: Richard Sandoval | Publicado: 11.09.2019
La noche de un diez de septiembre en Chile 10 de sept |
La vida y la muerte se unen con el recuerdo para ser una sola dimensión esta noche: la del saber que ahí viene, de nuevo, el día previo a las fiestas que se clava en las pieles abrigadas como una verdad que no se esquiva, como el tatuaje más odiado: este país fue roto, quemado, mancillado, con tanta fuerza, que quizás ni siglos de tiempos futuros logren simular el aire espeso, inquieto y cansado que nos advierte los diez de septiembre por la noche que en este, mi país, los once se nos raja la existencia, a uno y cada una.

El diez de septiembre es extraño en mi país. Las personas no lo dicen, pero lo sienten, lo indican con gestos moderados, como graficando al Chile mismo. Mañana es once, y las sombras del golpe asoman como si estuviéramos 46 años atrás, en vilo. Los bares cierran antes, los perros ya no ladran. El aire parece detenido, los vehículos piden permiso para proyectar el ruido que provocan sus motores. El señor del taxi te saluda en una especie de complicidad: qué complicado, mañana es once, váyase con cuidado, la patria hace ascuas, dicen en silencio sus ojos. Hay sigilo en esta noche. Cuidado.

Temor de andar en la calle. Guarde precaución. Mejor irse para la casa temprano. Mañana se romperá el país, otra vez, en los pasos que den los comunistas, los socialistas, los del MIR, lo que nunca han fichado en un partido, exigiendo justicia por enésima vez, reclamado, a estas alturas, la verdad al viento, mientras miren al Allende hecho estatua frente a La Moneda, hecho mártir, depósito de desechos de paloma, parámetro de amor. Esta noche, Catalina se dormirá pensando en Ricardo, su esposo detenido desaparecido que mañana debe honrar. Paty, la hija de Anita González, sabe que será el primer once con su madre muerta, con su gigante cama vacía.

La vida y la muerte se unen con el recuerdo para ser una sola dimensión esta noche: la del saber que ahí viene, de nuevo, el día previo a las fiestas que se clava en las pieles abrigadas como una verdad que no se esquiva, como el tatuaje más odiado: este país fue roto, quemado, mancillado, con tanta fuerza, que quizás ni siglos de tiempos futuros logren simular el aire espeso, inquieto y cansado que nos advierte los diez de septiembre por la noche que en este, mi país, los once se nos raja la existencia, a uno y cada una. Un vacío inexpugnable que solo contienen caminatas de cien metros en torno a la Alameda, recorridos lentos que hacen los viejos que no saben hasta cuando se podrán sostener. En bastones, sillas de ruedas. Y a la noche, de nuevo al Nacional, a persignarse frente al templo del horror, de la gloria y del horror, de la luz del pueblo que persigue su memoria para no pecar de futuro.

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