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Carta abierta a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio

Por: Diego Alonso Bravo C. | Publicado: 12.09.2019
Carta abierta a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio Fuente: Agencia Uno. | Fuente: Agencia Uno.
Porque las comparaciones entre pares son dolorosas y enojosas, demasiado tiempo hemos guardado silencio al respecto. Pero hoy, demandamos que el Estado recupere su rol en relación a las artes, abandonando esta postura tan evidentemente sesgada y dispareja y, por el contrario, recupere el objetivo de la institucionalidad cultural que es promover políticas ecuánimes que favorezcan la igualdad de condiciones para el desarrollo de sus distintas expresiones.

Señora Ministra:

Nuestro Sindicato existe desde junio de 1990. Desde esta plataforma que desde entonces acoge a los/as artistas de danza de todo el país, venimos a expresar a usted el malestar y desazón de nuestro Gremio por la asignación del premio nacional “Artes de la Representación” que fue entregado a un profesional de teatro, nuevamente. 

Como usted sabe, en la historia del Premio Nacional -que comienza en los años 40- la ley que provee los recursos fue reformulada el año 1990 con el advenimiento de la democracia. En ese contexto, se definió que “Artes de la Representación” comprendiera a las artes teatrales, a las artes danzarias y a las artes cinematográficas, tres disciplinas perfectamente diferentes. Y ese es el error, reconocido pública y explícitamente por el colega Ramón Griffero, recién galardoneado por el Premio Nacional. Aludimos que él dijo “que este es un premio injusto y mezquino» y se refiere a que obliga a confrontar las historias de vida, los méritos, de los mejores exponentes de tres lenguajes artísticos diferentes. Esa es la mezquindad del Estado, que discurrió esta figura de “3 en 1” para ahorrarse premiar diferenciadamente a la danza, del teatro y del cine.

Necesitamos dejar absolutamente claro que nuestra molestia y desazón no desconoce los méritos del colega Griffero ni de ninguno de los otros 23 profesionales de las artes teatrales que han recibido el Premio Nacional. Pero esa cifra, confrontada con los 2 únicos Premios Nacionales otorgados a las artes danzarias (Ernest Uthoff y Malucha Solari) y al único Premio Nacional otorgado a las artes cinematográficas (Raúl Ruiz), está señalando algo con mucha claridad: a la mezquindad del Estado se suma algo otro que, atendiendo el gran nivel del jurado, podría ser sólo cultural. Pero, cultural o no, opera férreamente y la aritmética resultante es terrible, porque demuestra la magnitud de lo injusto y mezquino.

Es innegable la clara parcialidad y desequilibrio en el tratamiento oficial, por parte la institucionalidad del Estado, hacia las distintas expresiones artísticas nacionales. Si nos centramos en lo antes denominado ”Artes de la Representación”, hoy “Artes Escénicas”, innumerables ejemplos demuestran que al Teatro se le otorga un sitial de privilegio y favoritismo, en desmedro de las otras.

Porque las comparaciones entre pares son dolorosas y enojosas, demasiado tiempo hemos guardado silencio al respecto. Pero hoy, demandamos que el Estado recupere su rol en relación a las artes, abandonando esta postura tan evidentemente sesgada y dispareja y, por el contrario, recupere el objetivo de la institucionalidad cultural que es promover políticas ecuánimes que favorezcan la igualdad de condiciones para el desarrollo de sus distintas expresiones.

En el mismo sentido -y retomando el tema del Premio Nacional- hay otras consideraciones que ameritan ser señaladas, sobre todo porque no es esta la primera vez que manifestamos nuestras aprehensiones ante el diseño que se le dio, de manera inconsulta, al Premio Nacional “Artes de la Representación”, en los 90. Porque lo hemos incluido y conversado con el subsecretario, señor Juan Carlos Silva, planteando que el cambio de ministerio de tutela para los premios de arte en general, sería la oportunidad de introducir correcciones. Y, para ser justos, también se lo planteamos en la altura al exministro Ottone, sin haber sido escuchados, evidentemente.

Siendo la primera vez que el ministerio de las Culturas entrega los premios correspondientes a las artes en general -en substitución del ministerio de Educación- en este caso, se sumó al jurado, como expertas a Manuela Infante, Dramaturga, a María de la Luz Hurtado, investigadora teatral en dramaturgia. Si los profesionales “de refuerzo” fueron dos, en aras de la equidad ¿no hubiera sido mejor que ellos provinieran de las disciplinas no representadas en el jurado? Esta reflexión se basa en que fuera de las dos grandes expertas mencionadas, integra el jurado Ramón López, gran escenógrafo teatral en representación de la Academia Chilena de Bellas Artes y, por derecho propio, el último galardonado, en este caso el gran dramaturgo Alejandro Sieveking.

Categóricamente, en esta reflexión no hay acusación ni sospecha, pero sí se hace evidente una gran desprolijidad. Porque ¿cómo no darse cuenta que en un jurado de siete integrantes, cuatro de ellos son profesionales de las artes teatrales? Sin atribuir intencionalidad alguna, algo pasa si la mayoría del jurado conoce mejor y puede reconocer la obra de los profesionales de las artes teatrales. Y no es su responsabilidad porque ellos/as fueron convocados por alguien, que debió tomar los resguardos.

De las candidaturas formalmente presentadas, hubo varios hombres y dos mujeres (ellas, una de artes danzarias y la otra de artes cinematográficas). Pero de nuevo, y al igual que en los últimos 16 años, se premia al gran profesional de las artes teatrales, de género masculino (porque la última galardonada de género femenino fue la gran actriz Marés Gonzáles, el año 2003). La equidad de género es ley de la República. ¿No está en las bases o parámetros orientadores del Jurado?

Otro aspecto a relevar, es la ausencia de consideración por la edad de las/os candidatas/os. Porque duele, porque marca la gran urgencia, respecto de la menor urgencia, con que el jurado -ante igualdad de méritos- debiera asignar la premiación. Mucho se ha escrito y dicho, en parte por los mismos/as candidatos/as y premiados/as. Ante trayectorias igualmente ricas, no es menor que Joan Turner, viuda de Victor Jara, tenga 92 años cumplidos, que Alicia Vega tenga 87 años y Ramón Griffero 67. No debiera ser menor, pero ¿está en las bases o parámetros orientadores del jurado?

Señora Ministra, respetuosamente le solicitamos que tenga a bien recibirnos, así como a las otras organizaciones de los artistas de danza del país, porque lamentablemente, hay mucho más que exponerle.

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