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Opinión

Crisis climática, endeudamiento verde y perspectivas de cambio global: ¿Un nuevo modelo de desarrollo o un nuevo negocio del neoliberalismo?

Por: Patricio Rodrigo Salinas y Daniel Gedda Nuño | Publicado: 03.10.2019
Crisis climática, endeudamiento verde y perspectivas de cambio global: ¿Un nuevo modelo de desarrollo o un nuevo negocio del neoliberalismo? cambio | Foto: Agencia Uno
Tanto los datos como el sentido común nos indican que a fin de cuentas esta no es necesariamente una crisis climática de la cual “todos” seamos responsables, sino que más bien son algunos países y sus grandes corporaciones, las que están sumiendo a todo el mundo en esta grave crisis socioambiental por el calentamiento global.

Este lunes 23 de septiembre más de 70 países se comprometieron a revisar sus planes de recorte de emisiones de gases de efecto invernadero para poder cumplir con los objetivos de neutralidad de emisiones para el año 2050. El objeto es que el aumento de temperatura a nivel global se quede “muy por debajo” de los 2 grados de acuerdo con los niveles preindustriales, ya que los actuales planes de recorte adoptados en el Acuerdo de París el año 2015 no han sido suficientes y según las proyecciones actuales con dichos compromisos asumidos por los países estamos en camino a superar a los 3 grados de aumento a fines de este siglo.[1]

Este esfuerzo de aumentar la ambición de las metas de reducción de emisiones impulsado por nuestro país tiene importantes insuficiencias, principalmente la ausencia en este compromiso de los grandes contaminadores y generadores de esta crisis climática, ya que Estados Unidos, China, India y Rusia (produjeron más del 55% de las emisiones de CO2 al año 2018) no se han adherido a este, destacando una mayor voluntad de los países miembros de la Unión Europea y naciones pequeñas como la nuestra. Esta configuración hace bastante complejo la viabilidad de este acuerdo para mitigar las emisiones de CO2 a nivel global, ya que es seguro que solo con la anuencia de estos países será muy complejo limitar el aumento de temperatura a los márgenes previstos para evitar la crisis socioambiental global que implica el calentamiento global.

En línea con este complejo escenario también pareciera quedar fuera de la discusión de los líderes mundiales que desde el año 1988 al año 2017 el Carbon Majors Report anunciaba que solo 100 grandes compañías han aportado el 71% de las emisiones a nivel global[2], sin quedar claro como la revisión de las contribuciones nacionales a nivel nacional (NDC por sus siglas en ingles[3]) que cada país se comprometió a presentar en el marco del Acuerdo de París será capaz de revertir el complejo rol que ha tenido el actual modelo de desarrollo en acelerar y profundizar la emergencia climática global.

Otro factor en este complejo escenario es la falsa situación de igualdad en la cual se pone a los distintos países al momento de adquirir compromisos de adaptación y mitigación, ya que pareciera ser que se exige a pequeñas naciones y grandes potencias por igual el cumplir con objetivos que desoyen las graves disparidades presupuestarias, tecnológicas y de vulnerabilidad que los riesgos climáticos implican.

Un ejemplo de esto es que se exige a todos los países por igual alcanzar la insuficiente meta de neutralidad de emisiones para el 2050, sin tomar en cuenta la divergencia de capacidades que se desprenden de las matrices productivas de las naciones subdesarrolladas en comparación al primer mundo. Previendo esto el año 2010 se estableció formalmente el Fondo Verde para el Clima (GCF), el cual busca ser un mecanismo de apoyo financiero a programas y políticas de adaptación y mitigación en países del tercer mundo que mediante donaciones de países desarrollados pudiera contribuir a financiar un porcentaje de los fondos requeridos. El problema se suscita cuando el monto total recaudado por este mecanismo hasta abril del 2019 era de 10.2 mil de millones de dólares,[4] pero por el otro lado la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ha llamado a los países desarrollados a contribuir con 100 mil millones de dólares al 2020, produciéndose una brecha enorme entre ambas cifras, para peor un estudio del Banco Mundial estima que en el periodo 2010-2050 se necesitarán entre 70 y 100 mil millones de dólares anuales para cubrir el costo de adaptación al cambio climático. De forma posterior el Adaptation Finance Gap Report realizado por autores de más de 15 instituciones y revisado por más de 31 expertos puso en duda las cifras previamente presentados, estableciendo que el verdadero costo de adaptarse al cambio climático en países en vías de desarrollo podría ser entre 140 y 300 mil millones de dólares anuales al año 2030, y de entre 280 y 500 mil millones de dólares anuales para el año 2050. Todas estas cifras no incluyen el costo de la mitigación y distan enormemente del actual financiamiento internacional actual, debiendo ser entre 6 y 13 veces mayor al año 2030 para cubrir esta grave brecha de consecuencias humanas enormes para grandes segmentos de la población que viven en países de bajos ingresos.[5]

Lamentablemente vemos en esta realidad una enésima piedra de tope para que los países pobres puedan alcanzar el tan anhelado desarrollo, donde afrontar el cambio climático solo replicará las desigualdades entre naciones existentes a nivel global. Frente a esta disyuntiva los gobiernos de estos países han optado por emitir Bonos Soberanos Verdes, los cuales mediante la emisión de títulos de créditos obtienen el financiamiento para los proyectos de adaptación y mitigación al cambio climático, endeudándose en la práctica para obtener liquidez que permita financiar estos planes (Chile ha emitido 2 durante el 2019)[6], este aplaudido mecanismo es otra forma más de mantener la dependencia de los países como el nuestro a ciertas potencias mundiales, convirtiendo la emergencia climática en una atractiva oportunidad de inversión para los grandes conglomerados de acumulación de capital en los países del primer mundo a través del endeudamiento de los países tercermundista, poniendo una vez más el lucro como horizonte y la catástrofe de algunos como motor económico de otros.

Contemporáneamente la disciplina del derecho ambiental ha desarrollado ciertos principios que deben orientarla, y uno de los más llamativos es el Contaminador/Pagador, el cual refiere a la obligación que tiene el gestor de cualquier proyecto o actividad de internalizar las externalidades negativas de los mismos, o en otra acepción, de responder por el daño ambiental causado.[7] Si aplicáramos esto al cambio climático, no nos haría ningún ruido pensar que deben ser aquellos que más han contribuido a este pasivo o contaminación de la atmósfera por el CO2, quienes deberían hacerse responsables por los daños ambientales a los países y de las consecuencias ecosistémicas globales que se están generando por sus emisiones acumuladas, siendo no solo una obligación moral de los países ricos “ayudar” a los pobres, sino más bien una obligación política el responder por el daño ambiental, social y económico causado a todo el mundo por sus procesos de industrialización, sus emisiones acumuladas históricas, además de sus elevadas emisiones actuales. No es de extrañar que si uno mira el grafico elaborado por Climate Analytics que mide las emisiones acumuladas de CO2 desde 1850 a 2012 Estados Unidos, la Unión Europea, China hayan aportado el 53% del pasivo ambiental atmosférico, frente al 16% de Rusia, India y Brasil, y al 32% de todo el resto del mundo.[8][9]

Tanto los datos como el sentido común nos indican que a fin de cuentas esta no es necesariamente una crisis climática de la cual “todos” seamos responsables, sino que más bien son algunos países y sus grandes corporaciones, las que están sumiendo a todo el mundo en esta grave crisis socioambiental por el calentamiento global. Es de esperar que, como ciudadanos, en un gran ejercicio de humanidad crítica incluso con nuestras propias acciones no olvidemos que en toda situación existen responsabilidades diferenciadas, que no son de la especie humana como un todo, que algunos no están sufriendo ninguna penalización por el daño causado y que -más aún- están rentabilizando la crisis climática a través de una nueva oportunidad de negocios, la deuda verde y la deuda climática.

Desde la vereda del progresismo nacional las disyuntivas son grandes, pero es necesario cuestionarnos hasta que nivel podemos enfocar los recursos limitados de los que disponemos en mitigar nuestras pequeñas emisiones antes que centrarnos en la necesaria adaptación a los fenómenos climáticos que ya se están viviendo en nuestro país, ya que por ejemplo, el informe del IPCC “The Ocean and Cryosphere in Changing Climate” destaca que independientemente de la reducción de emisiones el aumento del nivel del mar en ciertos niveles ya es irreversible, eso sin entrar a hablar de la crisis hídrica que implica una sequía de más de 10 años en la zona centro de Chile, entre otros efectos de la crisis socioambiental. Es fundamental que entendamos que este proceso no es azaroso, y responde a un modelo de desarrollo capitalista que en los últimos siglos no ha tenido ninguna consideración con los ecosistemas, que se basa en el paradigma de crecimiento infinito en un mundo de recursos limitados, la generación de desigualdades que solo se profundizan en momentos de crisis y la obtención de utilidad inmediata como mantra por sobre la planificación eco social al largo plazo. Acá se encuentra quizás el mayor desafío que tenemos como sector político, ya que depende de nosotros develar la enorme divergencia en el rol contaminante que existe entre las grandes mayorías de a pie con los pequeños grupos que han cimentado su posición de privilegio en contraposición al bienestar de nuestro planeta, hipotecando para algunos el futuro de muchos. Clarificador en este sentido el dato proveniente de la Oxfam que nos dice que el 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de hábitos de consumo provienen del 10% más rico de la población mundial.[10]

Son estos alguno de los temas que nos gustaría ver en el debate público en el contexto de la COP25 que se desarrollará en diciembre en nuestro país, ya que sin cuestionar el paradigma social actual en que vivimos es bien poco lo que puede hacerse para enfrentar los desafíos globales contemporáneos, el modelo de desarrollo ya no da el ancho, y mientras más tardemos en buscar nuevas alternativas para nuestro país y el mundo mayores serán las consecuencias con las que deberemos cargar. Es lamentable pensar que este espacio no tiene hoy las características para responder a estos desafíos, esto debido a la ausencia de lideres realmente comprometidos, el escepticismo con que las grandes economías miran estos cambios y el excesivo el rol que tiene la mayoría del sector empresarial en contraposición a las grandes mayorías sociales.

Pese a lo desesperanzador de este escenario esto debe ser un motivo aún mayor para volcarnos en los espacios de organización social alternativa, ya que como han demostrado las fuertes movilizaciones de jóvenes a lo largo del mundo, sí tenemos la capacidad de poner en jaque a los indolentes frente al tema.

Hoy es momento de cobrarles a todos su responsabilidad en el daño al clima, mientras más claridad tengamos del problema y las vías alternativas de solución -que quiénes más han contribuido al pasivo ambiental atmosférico, se hagan cargo del daño causado y los costos de reparación- más opciones tendremos de salvar aquello que más valoramos: la vida en todas sus formas y expresiones. Ya sabemos lo que pasa cuando dejamos en las manos de los arriba esta responsabilidad, hoy lo tenemos claro, y como bien dice la inspiradora Greta Thunberg “El cambio se viene, les guste o no, nos vemos en las calles”.

[1] https://www.terram.cl/2019/09/la-cumbre-de-nueva-york-se-cierra-con-un-compromiso-insuficiente-contra-la-crisis-climatica/

[2] https://www.theguardian.com/sustainable-business/2017/jul/10/100-fossil-fuel-companies-investors-responsible-71-global-emissions-cdp-study-climate-change

[3] https://unfccc.int/es/process-and-meetings/the-paris-agreement/contribuciones-determinadas-a-nivel-nacional-ndc

[4] https://www.greenclimate.fund/documents/20182/24868/Status_of_Pledges.pdf/eef538d3-2987-4659-8c7c-5566ed6afd19

[5] https://www.un.org/sustainabledevelopment/blog/2016/05/unep-report-cost-of-adapting-to-climate-change-could-hit-500b-per-year-by-2050/

[6] https://www.hacienda.cl/oficina-de-la-deuda-publica/bonos-verdes.html

[7] ASTORGA, Eduardo (2017): “Derecho Ambiental Chileno-Parte General” (Edit. Thomson Reuters, 5ta Santiago, Chile) pp15

[8] https://climateanalytics.org/media/historical_responsibility_report_nov_2015.pdf

[9] https://www.vox.com/energy-and-environment/2019/4/24/18512804/climate-change-united-states-china-emissions

[10] https://oxfamilibrary.openrepository.com/bitstream/handle/10546/582545/mb-extreme-carbon-inequality-021215-es.pdf;jsessionid=9FE5C1252835EE6FBC04F96C757B3E51?sequence=10

Patricio Rodrigo Salinas y Daniel Gedda Nuño