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Opinión

La inofensiva rebeldía publicitaria de Daniela Vega

Por: Francisco Mendez | Publicado: 11.10.2019
La inofensiva rebeldía publicitaria de Daniela Vega Daniela-Vega |
Es el arte de descafeinar ciertas causas para convertirlas en un buen golpe comercial y así poder competir con más fuerza. Sucede con la causa medioambiental, donde las grandes empresas evitan hablar del capitalismo como el principal problema de la gran crisis que vivimos, y era lógico que sucedería con una idea de la diversidad que es cada vez más conveniente para lavar imágenes y no preguntarnos otras cosas.

En la publicidad que hizo para Vogue y Gucci, la actriz chilena Daniela Vega habla mucho de la rebeldía y en qué consiste ser rebelde. Como si estuviera haciendo un monólogo teatral, y rodeada de una estética muy cuidada, Vega parece ser la voz de un nuevo mundo, de una revolución trans que cambia estructuras, percepciones y formas de concebir la sexualidad.

En las redes sociales muchos rescataban este video como un gran logro político de la artista. Algunos tuiteros, ansiosos por mostrarse como progresistas, aplaudían esta estrategia publicitaria como si todo fuera parte de un triunfo cultural; como si la batalla por la diversidad sexual hubiera obtenido su victoria final al lograr introducir su discurso en empresas tan prestigiosas, las que solo debieron rendirse ante esta nueva realidad social.

Suena bonito, es casi hasta emocionante creer que eso realmente pasa, pero no es más que la autocomplacencia de ese insoportable  “progre” que se contenta con pequeñas luchas para no dar las grandes. Lo que pasa en realidad es que la rebeldía de Vega es lo suficientemente inofensiva como para formar parte de un nuevo relato de retail. Y eso no es la demostración de ningún cambio, sino la muestra más visible de la inteligencia del mercado para hacer suyas las causas que no amenazan sus lógicas.

La protagonista de “Una mujer fantástica”  no es una líder social ni nada parecido. Es más bien un rostro conveniente para un funcionamiento sistémico que muchas veces se refugia en la pelea identitaria para no tratar otros antagonismos y relaciones de poder. Hoy en día ponerla en pantalla no conlleva ningún riesgo para las grandes marcas; por el contrario, tenerla como cara central es pura ganancia, ningún costo, ya que su discurso no cuestiona nada realmente.

Obviamente,  esto no es dicho desde la transfobia ni nada parecido, sino desde la constatación de que la hegemonía mercantil en la que vivimos puede hacer suya cualquier idea que suene a rebeldía, mientras no haya una acción realmente rebelde detrás. Lo importante es publicitar la empresa y mostrarse comprometido.

Es el arte de descafeinar ciertas causas para convertirlas en un buen golpe comercial y así poder competir con más fuerza. Sucede con la causa medioambiental, donde las grandes empresas evitan hablar del capitalismo como el principal problema de la gran crisis que vivimos, y era lógico que sucedería con una idea de la diversidad que es cada vez más conveniente para lavar imágenes y no preguntarnos otras cosas.

Porque, ¿cuál será la situación laboral de los trabajadores de todas estas empresas que se lucen emocionando al millennial embobado con su particularidad, sin mirar las luchas sociales desde una perspectiva más universal? ¿Cómo serán los contratos? O, ¿cuál es la posibilidad de una mujer de identificarse con lo que dice Vega, cuando su principal desafío es conseguir un trabajo digno no solo debido a  que es trans, sino también a su clase? No se dice, porque a veces es mejor no saberlo, para así no derrumbar la ilusa afirmación de que, entre tanta derrota, el (no tan) nuevo progresismo individualista ha logrado cosas que la vieja izquierda no. Y seamos claros: lo único que ha conseguido ha sido convertirse en otro producto digno de ser comprado a cómodas cuotas.

Francisco Mendez