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Opinión

Evasiones masivas: un ejemplo de rebeldía para un Chile sumiso que no quiere despertar

Por: Richard Sandoval | Publicado: 16.10.2019
Evasiones masivas: un ejemplo de rebeldía para un Chile sumiso que no quiere despertar Evasión Masiva Metro | Foto: Agencia Uno
Ciertas voces han aparecido estos días cuestionando el impacto del cierre de cinco estaciones de Metro, el atraso que genera en el arribo de los trabajadores, el desorden provocado a una empresa que se destaca por su eficiencia. Pero, si no es así ¿cómo? ¿Con más bailes y caritas pintadas? ¿Así se llamará la atención? Esto es un acto de desobediencia, es una protesta, una acción rebelde que alza la voz contra un sistemático abuso de un poder que niega derechos a familias enteras que viven con bajos sueldos y un condena siempre, sin pudor, a los más débiles ¿Y si no son los jóvenes, quiénes serán los que, valientes, libres de traumas y temores remuevan la estructura tan educada y respetuosa que nos enseña a seguir siendo el Chile sumiso que siempre pagará? 

Las evasiones masivas de los secundarios en el Metro han iluminado como un rayo que rompe, rebelde, iracundo y gozoso, la normalidad sometida de este Chile quieto, hipócrita, la nación sumisa sudamericana de lomos suavizados por la democracia del crédito y la promesa dulce del consumo eterno. Quién, si no los jóvenes son los llamados a burlarse de la ley, a decir que con nosotros no harán lo que se les antoje, a organizarse hartos de traición para avasallar las barreras hechas torniquetes que representan mucho más que la tarifa de un pasaje de locomoción. Hay tanto de venganza estatal en esos torniquetes. Hay tanto ensañamiento en esas barreras de metal, que asaltarlas es ofensa ínfima a una autoridad que los ha tratado como estropajos, como los malditos chivos expiatorios de una agenda política que necesita de maldadosos que atacar, los maldadosos más débiles de la cadena del poder. Los estudiantes.

Y no se trata de si a ellos les subieron o no el pasaje. Porque esta no es la respuesta a diez, veinte pesos de más para llegar a dar una prueba o a descansar a casa. Esto es un grito, un llamado de atención, una advertencia de que ahí están, presentes, indignados, valientes, juntos, alegres, desobedeciendo al abuso constante del poder empecinado en apuntarlos con el dedo, un abuso que ahora constatan en un aumento de pasaje que afecta a sus padres, hermanos, a todos sus hogares, una ciudad completa que; a contraparte, constata cómo a los que sí tienen poder, les perdonan evasiones de impuestos, boletas falsas, raspados de ollas, y deudas tributarias multimillonarias.

En esos torniquetes derrumbados con la fiereza de muchos, en esas juntas preparadas en diversas estaciones, hay protesta. Y tienen quince, diecisiete años los rebeldes. Los torniquetes burlados son los cientos de carabineros que han hecho del Instituto Nacional su campo de batalla; son los compañeros perseguidos, expulsados, golpeados por policías que no distinguen la edad del adversario que deben destruir al frente. Eso dejan atrás los estudiantes que enseñan a desobedecer a la Patria apaciguada por un Tribunal Constitucional anti democrático, al país que se sorprende al ver cómo un país vecino se levanta para derogar un decreto injusto y se espanta al sentir acá un poco de desorden. Al saltar los torniquetes, los estudiantes dejan atrás el gas pimienta que interrumpe sus recreos, las amenazas de cierre de sus liceos, los escudos verdes y las lumas que custodian sus salidas, las aulas seguras que hostigan los días y las noches, y los más audaces controles preventivos que se cocinan a esta hora en el Congreso.

Ciertas voces han aparecido estos días cuestionando el impacto del cierre de cinco estaciones de Metro, el atraso que genera en el arribo de los trabajadores, el desorden provocado a una empresa que se destaca por su eficiencia. Pero, si no es así ¿cómo? ¿Con más bailes y caritas pintadas? ¿Así se llamará la atención? Esto es un acto de desobediencia, es una protesta, una acción rebelde que alza la voz contra un sistemático abuso de un poder que niega derechos a familias enteras que viven con bajos sueldos y un condena siempre, sin pudor, a los más débiles, como a los miles de jóvenes que han visto sus centros de estudios convertidos en escenas rancias de la dictadura ¿Y si no son los jóvenes, quiénes serán los que, valientes, libres de traumas y temores remuevan la estructura tan educada y respetuosa que nos enseña a seguir siendo el Chile sumiso que siempre pagará, una y otra vez, lo que -con razón o no- le vengan a cobrar?

Richard Sandoval