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Mira, niñita…

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 27.10.2019
Mira, niñita… Protesta Plaza Italia (2) |
Tenemos miedo porque la Concertación nos enseñó que estábamos solos. Que los nuestros eran traumas privados que debíamos resolver con terapia. Que nuestros padres habían puesto a los hijos de todos por sobre los suyos y eso no era un valor. Que no merecían justicia. Que teníamos que olvidarlos. La Concertación nos dijo que teníamos que olvidar a nuestros padres y tener una vida normal. Esta tarde, antes de salir a la calle, miré mis canas en el espejo. Quiero creer que los hijos de estos muertos no están solos y nunca lo van a estar. Porque sus padres van a tener justicia. Porque, a pesar de las delegaciones que van de blanco a la Moneda, el pueblo se va a encargar.

Temuco, 25 de octubre de 2019

No voy a usar nombre propio porque esta no es una historia privada. Para mí comenzó en Concepción en 1984, cuando agentes de la CNI (del Estado) se llevaron detenida a mi madre, asesinaron a mi padre y a mí me secuestraron. Para otros comenzó en Isla de Maipo en 1973, en Antofagasta en 1976 e incluso en Santiago en 1989.

En estos días de octubre no salí ni el 19 ni el 20 ni el 21. El 22 logré llegar hasta Prieto Norte con avenida Alemania, donde empezaba la marcha, y me devolví. El 23 fui de nuevo y me quedé veinte minutos, y el 24 alguien me pasó un sartén y una cuchara de palo y los estuve azotando dos horas seguidas. Rodeada de gente. Con los antecedentes que entregué al principio, el temor que me provocan los militares parece justificado. Pero ¿en serio bastan para explicarlo?

Mientras duró la dictadura, mi padre había muerto en un enfrentamiento. Cuando llegó la democracia, alguien lo había matado, pero era imposible saber quién. En 2018, treinta y cuatro años después, ese carabinero fue condenado en primera instancia por homicidio calificado, pero, después de innumerables dilaciones, uno de los suyos echó mano del Tribunal Constitucional. Ante la falta de justicia, yo y muchos otros como yo aprendimos a sentirnos culpables. Sabemos que éramos niños y no podíamos hacer nada, pero soñamos con que abrazamos a nuestros padres y los protegemos. Detenemos esas balas antes de que perforen sus frentes o les cantamos una canción de cuna para que se mueran acompañados. Y nos lleven con ellos.

Tenemos miedo porque la Concertación nos enseñó que estábamos solos. Que los nuestros eran traumas privados que debíamos resolver con terapia. Que nuestros padres habían puesto a los hijos de todos por sobre los suyos y eso no era un valor. Que no merecían justicia. Que teníamos que olvidarlos. La Concertación nos dijo que teníamos que olvidar a nuestros padres y tener una vida normal. Esta tarde, antes de salir a la calle, miré mis canas en el espejo. Quiero creer que los hijos de estos muertos no están solos y nunca lo van a estar. Porque sus padres van a tener justicia. Porque, a pesar de las delegaciones que van de blanco a la Moneda, el pueblo se va a encargar.

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