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Crisis, “TVfobia” y medios

Por: Francisco Poblete Banderas | Publicado: 08.11.2019
Crisis, “TVfobia” y medios stingo-sabat-1024×512 |
Desde hace más de diez años los periodistas de la TV buscan “historias” para gatillar la emoción y así captar sintonía. Rara vez estos relatos poseen valor noticioso, pero sí impactan emocionalmente. La pregunta es cómo ese mapeo social no logró alertar lo que acaba de explotar. Es más, el crítico mundo digital es un alimentador esencial de los noticiarios de la TV abierta, entonces, por qué no hubo sensibilidad editorial para interpretar mejor la agenda de los enrabiados.

La convulsión social que remece a Chile ha puesto a prueba a toda la institucionalidad, incluido nuestro sistema de medios de comunicación, que en momentos de una marcada precariedad y desorientación de la industria, ha debido administrar un hecho noticioso trepidante e interminable en su intensidad, que supera con creces dos iconos logísticos de cobertura mediática como fueron el 27-F o el rescate de los mineros.

La magnitud del fenómeno que vivimos ha permitido actualizar empíricamente cuánta influencia mantienen los medios tradicionales como, por ejemplo, los diarios impresos. Así como la cobertura de la muerte de Lady D en 1997 y el atentado de las Torres Gemelas en 2001, valorizó la inmediatez de las entonces nacientes web informativas, hoy en Chile está ocurriendo algo parecido con la irrupción de las redes sociales.

La prensa escrita local se ha visto sobrepasada por las plataformas digitales, que con todas sus imperfecciones (fake news, polarización y opinión de gatillo fácil) se han consolidado como un poderoso competidor informativo y un referente imbatible de la instantaneidad, más allá de su incontrarrestable poder convocador de ciudadanía. Frente a este presente laxo, los diarios tradicionales compiten por no perder influencia, pero el balance no es bueno. Es más, han cometido errores editoriales en el momento menos indicado. Portadas fuera de tono y noticias de dudosa intencionalidad, han alimentado ese debate crítico.

La radio, el medio de comunicación más confiable para los chilenos y chilenas, demostró que estaba en mejor pie para reaccionar e informar puntualmente sobre un escenario marcado por hechos que se suceden y superan así mismos a cada instante. El músculo ciudadano de las emisoras informativas trabajó en la consignación de acontecimientos aportando un entendible sentido de urgencia, aunque no necesariamente de veracidad. La costumbre de validar el despacho de auditores informando de hechos no confirmados ya se instaló como una mala práctica. Se trata de un reconocimiento a la influencia y competencia de las redes sociales, un gesto de confianza a las audiencias, pero también un riesgo editorial, que se entiende asumido en el marco de un acontecimiento nunca antes visto.

La opinión, como un género válido que emite juicio o valoración, predomina en el relato radial chileno y, a veces, carece de una distancia prudente de lo informativo. Es una frontera que se cruza y entremezcla cada vez con mayor frecuencia y se hace más notorio en acontecimientos como los que están sacudiendo al país. De hecho, sorprende la escasez del “análisis” -que se funda en hechos, no solo en la adjetivación- como una vertiente de contenidos orientadora, más distante del relato pontificador o del abusado concepto del “sentido común”. Con todo, es justo reconocer el pluralismo radial, la inversión en opinión selecta que se hizo hace ya años y, también, la integración de “voztros” del deporte al debate político.

Distinto es el panorama de los canales de la televisión abierta. Primero, por las críticas masivas a sus contenidos asociados a esta coyuntura y que han llegado a construir un ambiente marcado por la “TVfobia”, que irónicamente también evidencia -por lo amplificado del debate- la importancia que sigue teniendo este medio en nuestra sociedad. Denuncias de sesgo, ocultamiento y medias verdades, han puesto en el paredón de la crítica pública a los canales de la TV abierta, en un vendaval de opiniones que no siempre se sustenta en hechos o intenciones comprobadas. En tiempos de la hiperconectividad y saturación noticiosa, resulta poco sensato pensar que algún medio esté dispuesto a asumir los costos de censurar o ignorar lo que está pasando. Eso sería ir contra toda lógica.

Mientras, la televisión intenta recuperar la confianza de la ciudadanía y para eso se ha visto en pantalla una forzada catarsis y mea culpa . Definido como un “gesto de transparencia”, la mayoría de los canales le ha puesto cámara y micrófono a la calle. Sin edición, sin censura, han captado toda clase de reacciones, desde el insulto básico hasta la interpelación a sus rostros por los sueldos que ganan. Un ejercicio inédito de contrición en vivo.

Muchas de las críticas puntuales están influenciadas por ese empoderado -y muchas veces descalibrado- mundo de las redes sociales, pero lo cierto es que nuestra TV abierta -como diría el ensayista colombiano Omar Rincón- “no está traduciendo bien los rasgos de época, ni sedimentando tradiciones” y sólo ha puesto las bondades de la modernidad al alcance de la vista, con una épica editorial que busca frenética y casi exclusivamente frenar la sangría de recursos que afecta a esta industria desde el 2015.

Es esa búsqueda la que explica la aparición de políticos en espacios clásicos de entretención masiva, como son los matinales. Es una tendencia anterior al 18-O con la dupla Lavín-Vidal, pero se ha acentuado en las últimas semanas en un esfuerzo editorial por sintonizar con lo que está pasando en el país. El costo lo está pagando el periodismo político tradicional televisivo que ha visto cómo los dirigentes que antes ponían condiciones para compartir pantalla, hoy se sientan al lado del adversario más acérrimo o del chef protagonista del reality, con tal de no perder su oportunidad. Lo que podría ser un avance, pierde solvencia al constatar que no siempre los conductores de esos espacios (ni sus estamentos editoriales) están preparados para abordar con profundidad y equilibrio estos debates complejos para el clima ambiente del país. Demostrativa fue la presencia del presidente de RN Mario Desbordes el viernes pasado en uno de estos espacios, cuando anunció en detalle qué temas se estaban negociando con la oposición para salir de la crisis. En ese momento, nadie reparó la novedad del perdonazo al CAE y las deudas de las Pymes. Un día después, el tema se consolidó como noticia, pero en otros medios.

Sin embargo, los políticos no han sido los únicos, también se ha integrado a los paneles un círculo de dirigentes sociales empático en lo comunicacional y que -probado su “aporte” en el people meter- sus integrantes suelen repetirse de programa en programa o de canal en canal.

“Nadie lo vio venir” es la manida frase de estos días. Si las encuestas fallan, por qué culpar con virulencia a los medios, en especial a la TV. Hoy no hay respuesta para eso. Hay que sacar lecciones y una de ellas es mejorar la capacidad de observación social que este presente infoxicado demanda.

Por primera vez es cuestionable la máxima que explicaba el éxodo de las audiencias televisivas hacia otras plataformas como solo una tendencia tecnológica de la modernidad. Hoy, no es baladí cuestionarse cuánto ha aportado a eso el desapego creciente de la ciudadanía a los contenidos que se le estaban ofreciendo.

Desde hace más de diez años los periodistas de la TV buscan “historias” para gatillar la emoción y así captar sintonía. Rara vez estos relatos poseen valor noticioso, pero sí impactan emocionalmente. La pregunta es cómo ese mapeo social no logró alertar lo que acaba de explotar. Es más, el crítico mundo digital es un alimentador esencial de los noticiarios de la TV abierta, entonces, por qué no hubo sensibilidad editorial para interpretar mejor la agenda de los enrabiados.

No es fácil reparar la reputación cuando la pradera sigue ardiendo.

“Miedo y odio son dos síntomas crecientes en el mercado de las noticias, en el mercado político de la realidad. Y el periodista no es ajeno a ese campo magnético tan tóxico, convertido en enemigo del pueblo”, dice Alfonso Armada, presidente Reporteros Sin Fronteras-España.

Este desafiante entorno demanda a los medios perfeccionar su mirada y tino editorial, volviendo a invertir en uno de los ítemes sacrificados por la crisis de financiamiento, como ha sido la investigación social. Más focus group, encuestas e investigaciones podrían sistematizar mejor los anhelos y preocupaciones del país enriqueciendo los propios contenidos. No todo puede reducirse a estudios sobre rentabilidad de audiencias.

Fortalecer los nexos con la academia también puede ayudar a disminuir el margen de error de la praxis periodística. Son varias las universidades nacionales que están investigando sobre las claves del futuro del periodismo y los medios. Es hora que teóricos y prácticos profundicen sus conversaciones y superen prejuicios para revalidar el rol de esta profesión y contribuir así a entender mejor lo que pasa y seguirá pasando en el país.

Francisco Poblete Banderas