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Opinión

La hegemonía como dimensión interpretativa del octubre insubordinado

Por: Francesco E. Penaglia V. | Publicado: 09.11.2019
La hegemonía como dimensión interpretativa del octubre insubordinado | Foto: Agencia Uno
Confiaron tanto en su hegemonía y en el sentido común neoliberal, fragmentado y subordinado, que durante los catorce años de movilización trataron de «resolver» todo solo con muñeca política: cadenas presidenciales señalando que «hemos escuchado el descontento de la calle», destitución de uno u otro ministro, comisiones de experto, dilatación del conflicto para esperar su desmovilización, cooptación, mesas de diálogos inconducentes y una serie de artimañas, mezcladas por cierto con represión.

Son numerosos los análisis elaborados en los últimos días sobre la crisis política y el conflicto social en Chile. Sin embargo, en su mayoría, con más o menos «progresismo» o «conservadurismo», comienzan desde una premisa valórica: lo natural es el orden y la estabilidad. De una u otra manera, para estos análisis la insubordinación, el conflicto y la lucha parecieran un fenómeno extraño e incomprensible. Desde ahí comienzan muchos análisis, desde los que se cuestionan cómo el país con mayor PIB per cápita de Latinoamérica e «instituciones sólidas» cayó en esto por un alza de 30 pesos;  o a lo Peña, quienes tratan de explicar como los jóvenes, irracionales, desorientados y presos de pulsiones, desencadenaron esta oleada de protestas; o bien, quienes se preguntan sobre cómo algunos mecanismos institucionales fallaron para canalizar oportunamente y a tiempo «algunos excesos» del neoliberalismo que pudieran haber hecho durar la «natural» paz social.

Sin embargo, es posible también hacer un giro en el análisis desde una mirada global y socio histórica. Al respecto, Guido Galafassi, en un libro denominado «Disputas, hegemonía y subjetivación», trae a colación una vieja reflexión de Reich en la que se cuestiona por qué combatimos por nuestra servidumbre como si se tratase de nuestra salvación, llegando a gritar «¡queremos más impuestos! ¡menos pan!»… Así, agrega «lo sorprendente no es que la gente robe, que haga huelgas; lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga».

Bajo este prisma, el giro implica un cambio en las preguntas de análisis, siendo importante entonces explicar por qué en Chile no se rebela-o rebelaba- una persona endeudada, sin acceso a derechos sociales, precarizada, trabajadora pero pobre, que gasta el 30% de su sueldo en transporte, que trabaja 45 horas semanales y utiliza 4 horas diarias de su vida a traslados o que posee una pensión de miseria y vive en un ghetto de pobreza y hacinamiento. Cómo era posible que en Chile hubiera «paz social» con un país en que según CEPAL el 50% de la población posee el 2,1% de la riqueza y el 10% más rico el 66,5%; o un país en el que hay aproximadamente 11 millones de endeudados y 5 de morosos, ¡en una población de 17 millones!

Desnaturalizando el orden y la paz como condición «normal» de la sociedad, resulta clave pensar sobre los mecanismos que hacen que un oprimido defienda las condiciones de opresión o bien no se rebele contra ellas. Y es en este plano en dónde las ninguneadas teorías críticas, han desarrollado por décadas una serie de análisis y reflexiones cada vez más invisibilizados en el debate y la academia.

Uno de estos cuerpos teóricos olvidados o manoseados y despojado de sus contenidos originales es el de hegemonía, mecanismo mediante el cual para Gramsci, la clase dominante transforma su interés particular en el interés general y colectivo. Este interés particular, es consagrado en instituciones políticas, es transmitido a partir de aparatos ideológicos como la escuela y los medios de comunicación, se consagra en leyes, hábitos y formas de pensar y comportarse en lo social. Es desde la modernidad, el capitalismo viviendo en nosotros, en nuestra vida cotidiana, en nuestras formas de pensar…

La hegemonía es en Chile, el régimen de propiedad que entrega los bienes comunes como el agua, el mar y las minas a los grandes grupos económicos o trasnacionales; es el sistema de subsidios, concesiones, privatización y lucro en salud, educación vivienda; es la expropiación de las cotizaciones de los/las trabajadores para ser usados como inversión en el mercado de capitales; son las políticas «sociales» desarrolladas por privados que han llegado al extremo de mercantilización e inmoralidad en casos como el financiamiento bancario de la educación con el CAE; es la ley forestal que otorgó subsidios a las grandes empresas para expandirse en territorio mapuche… podría nombrarse un largo etc. desarrollados en múltiples análisis, en los que puede verse como el ordenamiento político institucional consagra los valores capitalistas, es decir: el interés particular transformado en interés general.

La hegemonía se expresa también en el ordenamiento jurídico, el clásico caso de Bastián Arriagada quien murió quemado en la cárcel de San Miguel por vender CD´s piratas vs las clases de ética para quienes se coluden o hacen actos de corrupción. O el carabinero confeso de violar a una mujer en La Serena condenado a firma quincenal, mientras el profesor que rompió un torniquete del metro arriesga 15 años, quedando en prisión preventiva en la cárcel de alta seguridad (seguramente debe ser un gran peligro para la sociedad!).

La hegemonía se expresa también en el plano simbólico, está en el ordenamiento espacial de la ciudad; en nuestras prácticas sociales individualistas, en la desconfianza y desconocimiento del «otro»; en nuestros hábitos de consumo, en los valores de la competencia y en múltiples expresiones de la conformación de la vida cotidiana…

En suma, para Gramsci la hegemonía está conformada por el consenso (ideología, sentido común, etc.) y coerción (normas, leyes, represión), orientados a naturalizar el orden dominante para que nos parezca que las cosas son como son sin ver que privilegian el interés de unos pocos, siendo además toda crítica a lo establecido «ideología», «lo natural» es el mundo como está; o bien neutralizar, es decir, que las consideremos injustas, pero que no veamos opciones de que sean de otra manera «los políticos y los empresarios son lo peor, pero yo no me meto en política, debo trabajar y mantener a mi familia». Por último, también existe, por si superamos la naturalización y la neutralización el último recurso: leyes y militares para «proteger» el orden, o darnos medidas ejemplificadoras por romper un torniquete.

Lo relevante de nuestro octubre insubordinado, es que marca -se verá si como algo permanente o momentáneo- una grieta en la hegemonía, particularmente en su capacidad de consenso. Durante 1 semana, el bloque en el poder debió recurrir al elemento coercitivo debido a su imposibilidad de asegurar y mantener su dominación vía consenso, mostrando así una fractura en su capacidad de naturalización y neutralización.

Pero tal descomposición del consenso de la hegemonía, si bien sorprendió a todos, es posible enmarcarla en un largo y lento proceso sociohistórico. Ya el PNUD 1998 coordinado por N. Lechner, señalaba que en Chile se incubaba un «malestar» debido a la exacerbación de la modernización capitalista y el deterioro de las relaciones sociales. En 1999 el sistema político comenzaba a mostrar sus grietas, la concertación perdió cerca de 1 millón de votos y aumentó la abstención. Así la fantasía del arcoíris, la alegría y los jaguares de América se empezaban a caer poco a poco a pedazos. Mientras tanto,  auto flagelantes y autocomplacientes discutían desde afuera y desde arriba sobre por qué la «gente» ya no les creía.

Para los primeros años del nuevo milenio, todo fue empeorando -o mejorando según la visión normativa del lector-: escándalos de corrupción como el MOP-Gate, Lagos privatizando el país y tratando de legitimar la constitución del Pinochet, mientras la abstención y descontento aumentaba. Nuevamente el PNUD diría el 2004 que la valoración a que los conflictos sociales se expresen públicamente iba creciendo, y no estaban tan lejos, dos años después aparecieron los pingüinos, los contratistas del cobre y luego los portuarios y ese paulatino «despertar popular» no paró más…. en lo ambiental Pascua Lama, Mehuin, Caimanes, Castilla, Hidroaysén, Quinteros-Puchuncaví. Hubo «estallidos» en ciudades y regiones como Magallanes, Aysén, Calama, Tocopilla, Chiloé; largas luchas estudiantiles desde el 2011; extensos y diversos conflictos con pobladores y deudores habitacionales; dos o tres años de conflictos masivos en torno a las AFP; décadas de lucha mapuche; multitudinarias jornadas por el aborto o contra el acoso y la violencia patriarcal, entre otros tantos conflictos sociales.

Y así, como parte de la descomposición ideológica y de consenso de la hegemonía con una abstención electoral del 50% desde el 2013; una deslegitimidad generalizada de todas las instituciones políticas en las diversas encuestas de opinión; y con cada vez mayores escándalos de corrupción en las FFAA, carabineros, parlamentarios, etc. etc.; se fueron desarrollando en paralelo diversas luchas populares por más de catorce años. Y entonces, el bloque en el poder chileno olvidó leer la serie de teorías estructural funcionalistas del conflicto social que se desarrollaron desde los 50 para evitar que el «malestar» se transforme en estallidos, revueltas, alzamientos y revoluciones. Confiaron tanto en su hegemonía y en el sentido común neoliberal, fragmentado y subordinado, que durante los catorce años de movilización trataron de «resolver» todo solo con muñeca política: cadenas presidenciales señalando que «hemos escuchado el descontento de la calle», destitución de uno u otro ministro, comisiones de experto, dilatación del conflicto para esperar su desmovilización, cooptación, mesas de diálogos inconducentes y una serie de artimañas, mezcladas por cierto con represión.

Hoy, no es posible aventurar seriamente que ocurrirá, principalmente porque no sabemos cuánto durará la fuerza movilizadora, ni que características adquirirá. Interesante será también ver cuál será la estrategia del bloque en el poder no para contener la coyuntura de movilización y apostar por la normalización rápida, si no para reconstituir la profunda crisis de hegemonía. En este plano, adquiere mucha relevancia la reflexión sobre la constitución como posible camino de consolidación, profundización o transformación del orden dominante actual, tema que quedará pendiente para una próxima columna.

Francesco E. Penaglia V.