Avisos Legales
Opinión

El asalto concertacionista

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 15.11.2019
El asalto concertacionista concerta | Foto: Agencia Uno
La “normalidad” es una declaración de guerra para la potencia popular, la indiada chilensis no está para oportunismos: la Asamblea Constituyente se abre como un nuevo lugar de enunciación que desborda enteramente al Pacto Oligárquico de Chile y en la que el ensamble empresarial-militar no puede controlar del todo. Por eso, antes que cualquier análisis “técnico” que privilegie a la Asamblea Constituyente como “mecanismo”, es necesario un análisis político: sólo en este dispositivo los poderes fácticos pueden llegar a perder el control.

No pasaron dos días y la “oposición” que había hecho un pacto con la ciudadanía potenciando la Asamblea Constituyente, cambió su discurso y ahora pretende iniciar una nueva transición, con los mismos “gestos” y las mismas precauciones. No sólo se trata de oportunismo en el peor sentido, sino de un síntoma radical que dicho conglomerado (a excepción del PC y parte del FA) comparte con la ruina total en la que se halla la derecha. Si es cierto que asistimos a una quiebra política del Estado subsidiario, las dos grandes coaliciones políticas que administraron su “transición” desde la dictadura, han sido atravesadas también por esa misma quiebra. El conservadurismo y el progresismo neoliberal no tienen nada más que ofrecer, más que una negociación a puertas cerradas que garantice la continuidad del ensamble empresarial-militar que configura la república de Chile. Ambos están quebrados como proyectos, ambas perviven de sus heroísmos mezquinos y de su monumentalidad desechable.

Una Asamblea Constituyente que asuma un carácter plurinacional, paritaria y condense la potencia imaginal de todo un país, parece ser demasiado riesgo para dicho ensamble. Los partidos políticos, vaciados de proyectos en virtud de la exigencia administrativa que impuso la transición, vuelven a la carga para asaltar al proceso popular exactamente como se hizo desde la segunda mitad de los años 80. Sólo pudo haber transición si la potencia popular era diezmada, sólo podía haber “gobernabilidad” si las protestas se despotenciaban. Al parecer, sólo podrá haber cambio de Constitución si el ensamble militar-empresarial permanece intacto. Y la ex –Concertación parece ser su heraldo enviado a garantizar que las pasiones populares no desborden los límites del ensamble, que lxs “indios” no llenen los espacios de la ciudad y que el capital –en su estrecha visión puramente rentista- no sea jamás impugnado.

Como en 1988, en 2019 la ex –Concertación se alzará como garante de la institucionalidad y violencia contra la voluntad popular, umbral de un Nuevo Pacto Oligárquico que domesticará a la revuelta para llevarla al “civilizado” depósito del voto individual: ¿por qué no pensar en votos por cabildos? ¿por qué no potenciar la dimensión cualquiera de una política que sólo puede pervivir si se mantiene enteramente acéfala? ¿por qué querríamos de una conducción “traidora”?

El asalto concertacionista que hemos comenzado a ver tiene un solo problema de cálculo: ya no existe Pinochet. No habrá necesidad de “temer”. Y si no hay “temor” ¿cómo instituir al nuevo Pacto Oligárquico? En su entrevista en radio cooperativa por la mañana del día jueves 14 de Noviembre, el presidente del Senado sr. Quintana decía, entre otras cosas, que los políticos eran los “llamados” a encauzar el proceso. ¿Llamados por quién, si hasta ahora el pueblo parece haberlos destituido? Entonces ¿no cabe ya la “retroexcavadora” y tendremos que consolarnos nuevamente con una mezquina “segunda transición” con sus rituales desgastados, sus “pastores” políticos e intelectuales soberbios que volverán a insistir en que Chile se presenta como “modelo” de “país serio”?

Por cierto, Pinochet se ha ido hace mucho, a excepción de su Constitución, a excepción de la matriz portaliana que sigue siendo el único modelo seguro para el nuevo Pacto Oligárquico, a excepción de que siempre podrá construirse un nuevo “miedo”: José de Gregorio y otros economistas del “orden” han amenazado con la existencia de una “recesión” desde el principio de nuestra revuelta. No habrá más empleos, todo sucumbirá, el apocalipsis llegará si no se retoma la “normalidad” de la actividad productiva. Los narcos, los delincuentes, o, quizás, si nos ponemos más creativos, los alienígenas, podrán hacer que el país vaya peor y entonces sea más “seguro” y bueno “para todos” restituir la “normalidad” y renunciar así a nuestra insurrección dado que “ellos” se harán cargo. ¿Bajo qué autoridad?

Pero la “normalidad” para ellos, siempre ha sido nuestra excepción. Toda revuelta va a pérdida, pero que asumimos con la felicidad de quien ha conquistado el último abrazo de la historia. Si la llamada “oposición” se había comprometido a la Asamblea Constituyente y en menos de dos días restituye una fórmula oligárquica ¿por qué después deberíamos votar por ellos, por qué tendríamos que “creer” a un conglomerado que, en los últimos 30 años, ha operado como el heraldo del poder, como el garante del ensamble empresarial-militar?

La “normalidad” es una declaración de guerra para la potencia popular, la indiada chilensis no está para oportunismos: la Asamblea Constituyente se abre como un nuevo lugar de enunciación que desborda enteramente al Pacto Oligárquico de Chile y en la que el ensamble empresarial-militar no puede controlar del todo. Por eso, antes que cualquier análisis “técnico” que privilegie a la Asamblea Constituyente como “mecanismo”, es necesario un análisis político: sólo en este dispositivo los poderes fácticos pueden llegar a perder el control. Y eso es lo único decisivo para nosotros, que alguna vez, ellos pierdan el control y el conjunto del pueblo de Chile plantee su voz en rango constitucional. Por ahora, es preciso profundizar los cabildos y aferrar las protestas. Sólo así el ensamble empresarial-militar podrá ser interrumpido y el país pensar su presente.

Rodrigo Karmy Bolton