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Opinión

Un octubre lleno de injusticias

Por: Pablo Aguayo Westwood | Publicado: 16.11.2019
Un octubre lleno de injusticias Marcha territorial en San Ramón | Foto: ©Nicole Kramm Caifal
A la noción de subsidiaridad como ideal regulativo de las políticas sociales podemos anteponer otro ideal, el de la solidaridad. Bajo el ideal de la solidaridad consumidores y ciudadanos se vuelven categorías completamente distinguibles ya los rasgos que caracterizan al primero (poder de compra, manejo de información, racionalidades estratégicas en sus decisiones) no definen al segundo, salvo que el ciudadano-cliente está eligiendo su plan de salud en la ISAPRE. Pero como en Chile el 80 por ciento de la población se atiende por el sistema público, resulta inadmisible que impere el criterio de mercado.

Quisiera partir esta breve reflexión con tres anécdotas que reflejan los efectos de las sistemáticas injusticias que hemos estado viviendo en las últimas décadas y cuyos efectos podemos observar en las innumerables y multitudinarias manifestaciones del último mes.

El viaje, o sobre la equitativa igualdad de oportunidades

El día 03 de octubre regresaba de estar dos meses trabajando fuera de Chile. En el vuelo me tocó pasillo, el asiento del medio venía vacío y en la ventana venía otra persona. El vuelo era largo, unas 14 horas. Al rato de despegar los y las azafatas empezaron a repartir unas galletas saladas y algo para beber. Me pedí un vino y la persona de la ventana se pidió un vaso de agua. Al rato vi que estaban ofreciendo nuevamente algo para beber y le comenté que el vino estaba bueno, era un botellín de vino italiano, liviano, pero bueno. Cuando él pidió vino, el azafato le dijo en inglés que solo podía ofrecerle agua. Me extrañó la respuesta, pero no le di mayor importancia. Al día siguiente, y quedando unas tres horas para aterrizar en Santiago, entablamos una conversación. Él venia deportado de Inglaterra. Había pasado más de un mes en un centro de detención en Londres por estar trabajando sin papeles. Su pasaporte estaba retenido por el personal de la aerolínea y esa era la razón por la que solo podían ofrecerle agua. Me contó que no había terminado el colegio, que su madre había muerto cuando tenía 13 años y que tanto su padre como su madrastra lo golpeaban. Me contó que a los 14 años decidió irse de su casa, y que después de unos meses de vagar por Santiago decidió cruzar a Argentina, ahí partió su viaje. En Londres le habían quitado todas sus pertenencias, una cadena, su reloj y solo traía en su billetera un billete con la imagen del autor de la Riqueza de las naciones.

Durante la conversación me contó que de niño había vivido en la población Rebeca Matte; yo le dije que por varios años con mi familia habíamos vivido en la Exequiel González Cortés y que había ido al Colegio Artístico Salvador y luego al Brígida Walker (pensando en que podríamos haber ido al mismo colegio antes de la desgracia que me había comentado). Al despedirnos pensé muchas cosas. Nunca sentí pena ni menos lástima. Lo que más sentía era un profundo deseo de pedirle disculpas. En Reino Unido (gobernado hace tiempo por la derecha) si uno lleva tarde a tu hijo o hija al colegio por más de tres veces, un o una asistente social va a tu casa para ver cómo puedes organizar mejor tu tiempo. En Chile, Mauricio abandonó no solo el colegio como si nada, sino también su casa. A su regreso probablemente la sociedad lo abandone nuevamente.

El arribo, o sobre la justicia en el acceso a la salud

Lo primero que hice al llegar a Santiago fue llamar a mi madre. Ella vive en Copiapó y ha estado bastante complicada de sus ojos. Como imaginarán, en Copiapó la salud es pésima, no hay especialistas, ni siquiera en el mundo privado; claro, hay que ser muy torpe para dejar de ganar lo que se gana en Santiago en una clínica privada y no poder lucir los frutos de la riqueza material entre los pares. Mi madre se atiende en el hospital por FONASA ya que dado sus preexistencias no la aceptan en ninguna ISAPRE. Hace unos meses ya había viajado a Santiago para operarse (privadamente) por un desprendimiento de retina. Ahora estaba perdiendo la visión de su otro ojo. En el hospital de Copiapó le habían dado una interconsulta para que en Santiago la viera un especialista en glaucoma, había que esperar “a que la llamen” le dijeron. Como sé que esa espera puede ser infinita, le comenté que era mejor que viniera inmediatamente a Santiago para que la viera un oftalmólogo particular que me había recomendado una amiga que es profesora en el área de la salud. Lo primero que descartó el oftalmólogo fue que la pérdida del visón de debiera a un glaucoma. Su hipótesis fue que una antigua operación de cataratas había dejado unos residuos que podían extraerse con una operación laser que debía realizar con cierta urgencia para que no dañara más el ojo.

En síntesis, mi madre en menos de una semana había sido atendida y operada (quince minutos duró la intervención) con un costo de más de un millón de pesos. De no tener ese dinero, probablemente hubiese perdido la vista de ese ojo, incluso a pesar de lo próspero de nuestros datos macroeconómicos. En Chile no solo se pierden ojos por perdigones, sino por haber sido empobrecido por las desigualdades sociales (aunque ambas causas están íntimamente conectadas). Ambas violaciones a nuestros derechos fundamentales no casos aislados, son violaciones sistemáticas.
Adenda: Las gotas que le fueron recetadas cuestan 40.000 pesos (más de un tercio de su pensión), duran tres semanas y no las dan en el consultorio.

La primera compra de vuelta del viaje, o sobre el abuso y los monopolios

En Chile ir al supermercado es más caro que en la mayoría de los países del mundo, incluso más caro que Europa; y más caro no solo en términos relativos (con relación al sueldo mínimo o a las pensiones, por ejemplo), sino más caro en términos absolutos. De hecho, el año pasado en uno de mis cursos les mostré a mis estudiantes el precio de varios productos básicos en Mercadona (un supermercado español) y en Jumbo. Por ejemplo, en Mercadona el yogurt más barato costaba 97 pesos en comparación con los 225 pesos de Jumbo. Pero el precio es solo un aspecto de la diferencia. Los 225 pesos que se pagan en Jumbo son en realidad por leche en polvo con gelatina. En cambio, los 97 pesos que pagamos en España es por un yogurt de verdad. Lo mismo ocurre con la calidad del pan, la leche, la carne y un largo etcétera. Las cosas son más caras y de peor calidad. Mi hipótesis en que en Chile no hay libremercado, sí, esa joya del capitalismo brilla por su ausencia. En Chile hay colusión hasta del papel higiénico o del detergente. Si usted es escéptico, explíqueme por qué hoy en día el mismo detergente Ariel en Waitrose (el supermercado más cuico de UK) cuesta solo 4.500 pesos y en Jumbo 11.599, y para qué dar los precios de las marcas blancas donde la diferencia es hasta cuatro veces menos. En Chile, comer, lavar la ropa e incluso limpiarse después de ir al baño es más caro que en los países del primer mundo ¿No tendrá que ver todo lo anterior con el agudo momento que estamos viviendo?

Lo primero que creo necesario destacar es que en general nosotros podemos articular con palabras nuestras experiencias de injusticias, incluso podemos racionalizarlas e intentar determinar la relación causal entre diferentes acontecimientos. Ahora bien, considero que esto es un privilegio que muchos chilenos no pueden darse, quizás por ello (y no lo estoy justificando moralmente) utilizan medios violentos que en principio tanto nos sorprenden. Asimismo, no pongo en duda que dicha racionalización también pueda afectarnos negativamente y solo sea un mecanismo de sublimación como ya fue mostrado por Freud en el Malestar en la Cultura. Tampoco creo que los sentimientos de rabia, indignación e incluso envidia que han aflorado durante este conflicto sea meras pulsiones subjetivas . Decirlo así pareciera no reconocer la dimensión material en la que descansa la injusticia y los sentimientos vinculados a esta.

Pero permítanme volver al primer ejemplo. Pensemos que las instituciones sociales no fueron tan injustas con Mauricio y que se preocuparon para que no abandonara el colegio. Pensemos incluso que Mauricio se esforzó y postuló a un colegio emblemático, pero que un día de octubre le llego la siguiente carta :

Estimado Mauricio,
sabemos que la muerte de tu madre ha afectado negativamente el desarrollo de tus actividades escolares del mismo modo que la indiferencia de tu padre a tus escasos logros. Sabemos, además, que lo primero se debe a la falta de una apropiada atención sanitaria, y lo segundo al alcoholismo avanzado de tu padre. Pero como vivimos en una sociedad libre y democrática donde todos podemos llegar a ser lo que queramos, y donde el logro de nuestras metas depende principalmente del esfuerzo individual, lamentamos comunicarte que sometida al test del mérito tu postulación a nuestra institución ha sido rechazada. A pesar de tal rechazo, te hemos asegurado en cupo en un colegio con personas como tú. Además de ello te garantizamos que puedas tener dos comidas al día en el comedor escolar.

¿Qué argumento podrá presentarse para tal proceso de discriminación escolar? Para el defensor del mérito individual como criterio de repartición de bienes sociales no habría dudas de que el capital social-cultural alcanzado por el total de los estudiantes al final del proceso justifica dicha selección. Asimismo, los liceos emblemáticos producirían mayor utilidad total a partir de las capacidades de sus estudiantes en comparación a las que estos establecimientos alcanzarían si no hubiese selección. El defensor de este criterio de distribución de bienes sociales –en este caso se entiende que las oportunidades son un bien social– no tendría problema en señalar que el lema “a cada cual lo que se debe” –traducido aquí como a cada cual según su esfuerzo– funciona perfectamente como criterio de distribución. En segundo lugar ¿qué idea de voluntariedad y adjudicación de responsabilidad subyace a este criterio de distribución de oportunidades? Para el defensor de la meritocracia las personas siempre actuamos con plena voluntariedad y, por tanto, somos moral y legalmente responsables de nuestras acciones. Así si un niño o niña estudia más y obtiene mejores resultados, el o ella se merece que le demos lo que le corresponde, a saber, una posición de ventaja social.

Todos estos argumentos tienen como trasfondo una muy marcada idea de individualidad que lleva a pensar la justicia social en el marco de las relaciones bilaterales cuyo resultado no puede ser achacado a ninguna voluntad independiente de las partes involucradas. Pero bajo el mismo argumento meritocrático parece no haber razones que se le puedan ofrecer a un estudiante de por qué ha quedado excluido de un establecimiento de alta exigencia. Como lo han mostrado diferentes filósofos y filósofas la voluntad de un niño o niña para realizar un esfuerzo, para intentarlo, y por tanto ser merecedor del éxito en sentido ordinario, depende del apoyo que recibió de su familia, de sus circunstancias sociales o de cómo está organizada la sociedad en su conjunto.

Todas estas condiciones son claramente inmerecidas. Nadie puede atribuirse mérito alguno porque tuvo la suerte de nacer en una familia que lo apoyara para alcanzar sus fines, ni menos por las condiciones económicas y culturales de sus padres. Asimismo, resulta contraintuitivo atribuirse mérito por el nivel de inteligencia que la naturaleza nos ha dado o por que el marco social a estado a su servicio. Pese a todo lo anterior, el actual sistema de educación –fruto de una comprensión de un estado subsidiario– nos ha conducido a la actual situación de desigualdad, marginalidad e injusticias.

Sobre el segundo ejemplo cabe destacar que en Chile el principio de subsidiaridad da preferencia a los mercados para que se hagan cargo se los derechos sociales de las personas, incluyendo el derecho a la salud . Desde Nozick tenemos claridad de que en un estado mínimo el poder político ha de preocuparse principalmente de mantener la competitividad y eficiencia de los mercados ya que en dicho entendimiento del estado las ideas de ciudadano y consumidor serían indistinguibles. A la noción de subsidiaridad como ideal regulativo de las políticas sociales podemos anteponer otro ideal, el de la solidaridad. Bajo el ideal de la solidaridad consumidores y ciudadanos se vuelven categorías completamente distinguibles ya los rasgos que caracterizan al primero (poder de compra, manejo de información, racionalidades estratégicas en sus decisiones) no definen al segundo, salvo que el ciudadano-cliente está eligiendo su plan de salud en la ISAPRE. Pero como en Chile el 80 por ciento de la población se atiende por el sistema público, resulta inadmisible que impere el criterio de mercado. Gran parte del malestar que hemos visto en los últimos años, y que se ha agudizado justificadamente el último mes, descansa en esa colectiva toma de conciencia de que somos ante todo ciudadanos y no consumidores. No hay que ser kantianos para saber que lo que el pueblo pide es dignidad .
Para ir cerrando, sabemos que el problema de la concentración económica de los medios de producción y el capital no son males en sí mismos, sino que en gran medida por el directo impacto que tienen en la clase política.

No tiene sentido enumerar aquí los casos de colusión y financiamiento ilegal de las campañas políticas, la redacción de la ley de pesca o el nulo pronunciamiento acerca de la sobreexplotación de los recursos naturales. Pero junto a ello es innegable también la violencia e injusticia que existe en las condiciones de los (super)mercados en Chile. No es en absoluto una justificación, pero no parece extraño que uno de los blancos de las manifestaciones de este octubre hayan sido las grandes cadenas comerciales. Cajeras trabajando con pañales , trabajadores de supermercados que quedan encerrados durante la noche , son algunas de las atrocidades que se habían repetido los últimos años; y para qué hablar de los malos sueldos, las prácticas antisindicales, y un largo etcétera.

“No se veía venir”, “son meras pulsiones propias de los adolecentes”, “Esto no prendió” son parte del registro de barbaridades que quedarán para los anales. Como dijo hace unos días la Karla Rubilar tras mensaje de Piñera “La historia nos juzgará si estuvimos a la altura”.

Pablo Aguayo Westwood