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Opinión

Destitución, primera línea y potencia plebeya

Por: Mauro Salazar Jaque | Publicado: 21.11.2019
Destitución, primera línea y potencia plebeya A_UNO_1131120 |
Por estos días hemos sido testigos de una pureza destituyente que no funda su violencia en los cerrojos del derecho. Este podría ser el momento más penetrante de nuestra insurgencia. En cambio, nuestros políticos -la grieta insalvable- están obcecados por discutir palabras que forman parte del desgaste representacional, ¿Convención o Asamblea? Tal violencia esta auscultada en jurisconsultos que saben que el poder administra el proyecto moral de las palabras. Bien sabemos que luego de la Dictadura, el marco judicativo más violento fue la política de consensos. Un tiempo donde la representación nos legó un rosario de impunidades y silogismos del realismo.

A Carlos Ramírez, a su amistad en los días del plomo

En la «guerra de posiciones» sostenida por más de un mes, los hijos de la potencia plebeya se han comunicado sin un calendario de protocolos, topografías, ni programas. La destrucción de la realidad, la elitización de los partidos, la bancarización de la vida cotidiana, la devastación del campo político, el estallido de las «epistemologías transicionales», sumado a la difunta «política representacional», estableció las condiciones para derogar el pacto oligárquico/transicional. Y así, temporariamente, ha quedado en evidencia toda la miseria cognitiva de un «formato televiso» secuestrado por el orden visual de las corporaciones. Misma suerte tuvo nuestro feudalismo bancario. Viciado, obstruido y denegado. Y cuando invocamos la destitución, quizá todo debería ser incinerado en una ciudad llena de horror donde la «lepra moral» impide especular con vanguardias intelectuales, proyectos antropológicos, izquierdas digitales o sueños jacobinos. El derrame de una insurgencia rizomática, que ha migrado como una «traza de vida», comprende un momento de epifanía que libera la potencia de menesterosos y parias, jubilados y estafados, madres desahuciadas y subjetividades pardas, anarkos e insurgentes con política y de ex-militantes desencantados de las viejas orgánicas. Todos hemos devenidos pensionistas de la historia ¡Y porque no¡ el mismo lumpen/proletariado. En suma, aquí han circulado  sujetos sin nombre que resisten desde la calle la expropiación de todas las formas de vida (violencia estatal). En su polifonía destacan flujos, desplazamientos y desbandes. Pero también márgenes, bordes, disidencias, sin obviar grupos medios coléricos que hoy se resisten a reconocer la paternidad de los mercados. En medio del «juego de posiciones» no sabemos cómo migrarán los delgados límites entre las subjetividades rebeldes que han perdido todo afán de futuro -momentos sin destino- y una especie de «nihilismo fértil» (creativo) en medio de los usos capilares de la calle. Y así, en plena revuelta, la «primera línea» de calle, con sus vértigos y osadías troyanas, con su optimismo lúgubre, solo espera los efectos de una tormenta que debería arrasar con todo Sodoma. La «ley de bronce» nos indica que hombres y mujeres tendrían que morir a nombre de la dignificación en los calabozos del derecho que ha fraguado la «hacienda neoliberal».

En lo más inmediato han caducado las plataformas de negociación normativa (mesas de diálogo) y los contratos simbólicos que la Confech le había confiado al propio pacto oligárquico-transicional (2006/2011) también han sido impugnados. Y ya lo sabemos: aquí ha irrumpido un movimiento sin partidos, sin vertebración, sin texto para administrar el presente, pero con una prosa que ha venido a derogar la letra institucional del orden Pinochetista. De momento se ha precipitado lo indecible de una calle innegociable y purgadora. Y es que se trata de una potencia plebeya con una fuerza de autenticidad que el poder con sus termitas no puede asir, coger, clasificar, codificar. Y a no olvidar ¡también fuimos etnógrafos¡el desplazamiento geopolítico de la protesta hacia el sector oriente desarticuló toda la «teoría patricia» de la nomenclatura concertacionista que, con su equipo de interpretes y proxenetas, fue incapaz de comprender como la purga se extendía hacia Tobalaba.

En nuestro caso, «primera línea», más allá de la mística de los jóvenes escuderos, es la consciencia de una comunidad («un nosotros del ocaso«) que de ninguna otra manera podría tener consciencia de sí misma. «Primera línea» es cancelar temporalmente el tiempo de la deshonra y restituir «rafágas de vida». El movimiento migra como la desobediencia súbita de una lejanía disconforme que sin embargo no reclama inscripción en el actual «régimen de veridicción». La belleza de la revuelta es similar a un cadáver danzando sobre su propio abismo. Y ello es así porque no podemos devolver las cosas al tiempo de la representación. Tal demanda normativa sería nefasta pues obligaría a abdicar, una vez más, ante la ética de los vencedores y el peticionismo del oficialismo cultural. He aquí los sujetos del nomadismo que sin afanes de hegemonía (Laclau) están lejos de codificar acuerdos con la clase política (Deleuze). Esa fue la «honorable» tarea de parlamentarización y cadenas de equivalencia del año 2011. Hoy -en cambio- las relaciones entre calle y hegemonía se encuentran cortocircuitadas junto a la difunta gobernabilidad. Y es que a sabiendas del castigo que reparte el vocabulario de la dominación, la «primera línea» (más allá del grupo de choque) se resta al programa de impunidad que los relatos visuales de la transición instruyeron durante tres decenios. Una fuerza indomable, innombrable, indecible, que nos recuerda una máxima lacaniana «todos somos niños dañados». Movimiento vertiginoso y diluviano, sin mito, ni promesa, pero que goza de una inaprensible fuerza de legitimidad.

¡Serán los heraldos negros de una época en decadencia que ha destituido la política institucional¡ Aquí se activó el desasosiego telepático que comienza en Peña y termina con Mayol. «Los teóricos de la anomia y los custodios del conocimiento». Y a propósito de la destitución, cuál fue el derrotero de los lacayos cognitivos de la elite que cincelaron un retrato servil a la clase empresarial. ¡Modernización acelerada y modernización pos-oligárquica¡ fue la consigna de nuestros pastores letrados. Pues bien, en los últimos años el cognitariato de turno se ha consagrado a justificar e invisibilizar el abuso social sirviéndose de silogismos  de orden y desigualdad cognitiva. De paso la cancelación temporal del Ancié Régime develó el cerrojo mediático y sus pactos corporativos donde la Teletón fue retratada como la privatización de la solidaridad y la exaltación de la carencia en un formato profundamente hayekiano. Es un primer cuestionamiento a ese enfoque que administra los imaginarios disolutos (el liciado, el minusválido, el desvalido) en el marco de matinales políticos que abundan en miseria narrativa.

En lo sustancial el movimiento de calle no está motivado por una economía del cálculo porque ello comprendería digitar una violencia que el orden no termina de aplacar. Y ello ha develado la política representacional de aquellos eunucos de la modernización -entre ellos Boric y Jackson- que congraciados con la tecnologías de dominación firmaron un acuerdo de 2/3 ficcionando una vocación republicana, cuando esta misma ha sido desfenetrada. A modo de ilustración en Sodoma y Gomorra, en un estado de resaca, ¡no hay que mirar atrás¡ En nuestro caso el FA, al menos un sector, repitió el error de Edit, la esposa de Lot,  que por desventura miró hacia atrás, por temor a dejar morir lo viejo. Porque quizá aún siguen amando el desgastado mito del orden y sus epistemes transicionales.

Lejos del objeto politológico que esperan los funcionarios cognitivos del pacto oligárquico, la multitud no puede ser descabezada de cualquier manera porque ha devenido inasible para los agenciamientos del poder.  Y es que la primera línea es inaprensible a los flujos de capital porque «pulula» como razón práctica en medio de la violencia del orden. Asumamos por una vez que la frontera de un «nosotros espectral» es una insurgencia inédita que lejos de cualquier modelo hegemónico solo quiere vivir el abismo de su propia derogación. Quizá en ello consiste la impugnación más radical donde el neoliberalismo -con sus políticos que ficcionan representación- nos expulsó del presente e hizo del mismo un futuro impensable.

Por fin y qué pasaría si nadie puede anestesiar la calle -salvo su propia ebullición y desgaste-. Toda vez que hemos transitado de una gobernanza citadina a una revuelta (post-partidaria y post-representacional) que se autonomizó de las instituciones del orden, de los partidos, de los relatos visuales y de toda hegemonía, En suma, ¿qué nos resta esperar? ¿En presencia de qué mundo estaríamos cuando un torrente de neoliberalismo desbarató toda comunicación entre vida cotidiana y política?

Cabe destacar que, más allá de una desconfianza radical contra la clase política, aquí colisionan dos «epistemes irreductibles». De un lado, una episteme moderna, representacional y monocentista, adverdus una rizomatica -pos/representacional, cuyo origen no es rastreable porque en ningún caso obedece a una subjetividad ortopédica -a la usanza de esos sujetos dóciles digitados por tres decenios de modernización.

Solo huelga una pregunta a propósito de la «convención constituyente»: una vez que se produce por enésima vez un acuerdo oprobioso que el «progresismo» más crítico rechaza. Pacto o convención que la extrema derecha ha debido tolerar al costo de una tragedia identitaria y que la ciudadanía mira con extrañeza. En suma, ¿cómo pensar la proyectualidad de la UDI en un País donde la nueva Constitución ya no avala su existencia? Ello si aceptamos que Jaime Guzmán obró como el  Moisés de la tierra prometida. Aquí se comienza a desmoronar toda una teología política que padece el derrumbe de sus templos y dogmas (traicionados). Aquí todo verdor tiende a desaparecer. ¿Será Piñera el imputado por politizar indebidamente los grupos intermedios? En fin.

Hay una lección del movimiento de calle y su despliegue rizomático que no debemos perder de vista. Por estos días hemos sido testigos de una pureza destituyente que no funda su violencia en los cerrojos del derecho. Este podría ser el momento más penetrante de nuestra insurgencia. En cambio, nuestros políticos -la grieta insalvable- están obcecados por discutir palabras que forman parte del desgaste representacional, ¿Convención o Asamblea? Tal violencia esta auscultada en  jurisconsultos que saben que el poder administra el proyecto moral de las palabras. Bien sabemos que luego de la Dictadura, el marco judicativo más violento fue la política de consensos. Un tiempo donde la representación nos legó un rosario de impunidades y silogismos del realismo. 

En medio del desgobierno y de un capital sin futuro, cómo no recordar unas letras  de Ana Ajmatova: «Mi camino en cambio, no es recto, ni curvo, llevo conmigo el infortunio, vamos hacia nunca, hacia ninguna parte. Como un tren sobre el abismo».       

Mauro Salazar Jaque