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Los desclasados del Portal La Dehesa

Por: Francisco Mendez | Publicado: 26.11.2019
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La clase alta de siempre, la que tiene conciencia de lo que su apellido puede mover, no es tan gritona como la de La Dehesa. Es más bien silenciosa. Su clasismo es soterrado, oculto tras gestos de caridad social y de cariño hacia una servidumbre que considera casi “parte de la familia”. Ellos son más paternalistas, más seguros del lugar que vienen y del lugar hacia el que van, aunque no tengan los recursos económicos de antes. No todos tienen fortunas, sino el llamado “capital social”, ese con el que se mueven por las calles quejándose no porque los “molesten” en un centro comercial, sino por la destrucción de avenidas que llevan nombres de sus antepasados.

En el Portal La Dehesa hubo un enfrentamiento entre manifestantes y quienes no querían que estos se manifestaran. Insultos del tipo “roto de mierda, ándate a Venezuela”, gritaban unos, mientras los aludidos respondían con cacerolazos más fuertes y cánticos que más enervaban a los molestos. Era la lucha de clases a la chilena entre los enojados habitantes de ese privilegiado sector de la ciudad y sus vecinos del Cerro 18. Un lugar cercano y lejano al mismo tiempo. A pocas cuadras, sin embargo, bastante distante en asuntos materiales.

La gran diferencia de clases no se veía en el color de piel o en los modismos,  sino en cómo algunos los ocultaban y otros no. Porque si afirmamos que lo que se observaba fue un encuentro entre la clase media baja y la vieja clase alta chilena, estaríamos en un gran error. Era más bien la pelea entre quienes exponían sus carencias, bien o mal, y quienes querían aferrarse a lo conseguido en estas últimas décadas escapando de lo que alguna vez fueron.

Estos últimos eran gente asustada con su pasado o con lo que podría ser su futuro. Personas que pagaron o se endeudaron con tal de adquirir la tranquilidad de no ser ellos, de ser otros. Quienes entendieron que la movilidad social chilena consistía en dejar de ser lo que se fue. O al menos tratar. Por eso se quejaban de lo que estaba pasando como buenos consumidores, buscando a encargados del mall, para alegarles que esto no era parte del contrato. Que si se fueron para allá, para esos lugares, fue para escapar de “roterías” como las que estaban presenciando.

La clase alta de siempre, la que tiene conciencia de lo que su apellido puede mover, no es tan gritona como la de La Dehesa. Es más bien silenciosa. Su clasismo es soterrado, oculto tras gestos de caridad social y de cariño hacia una servidumbre que considera casi “parte de la familia”. Ellos son más paternalistas, más seguros del lugar que vienen y del lugar hacia el que van, aunque no tengan los recursos económicos de antes. No todos tienen fortunas, sino el llamado “capital social”, ese con el que se mueven por las calles quejándose no porque los “molesten” en un centro comercial, sino por la destrucción de avenidas que llevan nombres de sus antepasados.

Son nostálgicos de los triunfos del pasado más que otra cosa. Recuerdan con gracia cuando protestaron contra la Unidad Popular, tal vez la parte de la historia reciente chilena en que más gritaron su clase, siempre vistiéndola de otra cosa, o cuando echaban a los “nuevos ricos”, casi todos inmigrantes árabes, de sus balnearios, por encontrarlos rascas, “medio pelo”. Pero esto último nunca lo hicieron dando la cara, sino dejándoles mensajes en sus autos, ensuciándolos. Todo muy discreto para que no se supiera el nombre específico de los que lo habían hecho. Hubiera sido de “rotos” haber sido pillados en esas jugarretas infantiles.

Ya no lo hacen. Ahora aceptan a los “nuevos” en los clubes de polo a los que ellos ya no entran por pagar membrecía, sino por haber entrado toda la vida. Los que pagan ahora son esos que compran símbolos, los que buscan entrar a un lugar poniendo la plata.

Los del domingo eran los inseguros, los que no quieren ser estorbados en el lugar al que no siempre pertenecieron y hoy pertenecen. Los que ven en el acto de “rotear” en público casi una muestra de sus “logros”. Los que hicieron de la acción aspiracional una forma de vida, un lugar más seguro, más propio. Son los que creen que el mercado resulta siempre y cuando hagas ciertas concesiones. Los que saben que nunca serán del todo de ese lugar, pero prefieren eso a ser otra cosa.

Francisco Mendez