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Opinión

Las naciones contra el Estado, ¿posible?

Por: José A. Marimán | Publicado: 10.12.2019
Las naciones contra el Estado, ¿posible? | Imagen referencial
El discurso: “todos somos chilenos” (Estado igual una única nación) comienza a caer en desgracia. El bendito estallido ha logrado poner en boca de todos, lo que parece ya un tema insoslayable en el proceso constituyente, la idea de que Chile es un Estado de múltiples naciones -o pueblos- de facto (solo los más reluctantes devotos de la dictadura resisten). El movimiento ha dejado en evidencia que, al interior de la nación estatal, cubierto por una montaña de silencio u opresión contenida, había gente que no se creía el cuento de la nación única.

Alucinante podría ser calificado lo que está ocurriendo a consecuencia de las movilizaciones en Chile. Me refiero al distanciamiento entre las partes de ese viejo y decimonónico axioma conocido como: “Estado-nación” (Estado de una nación, la nación estatal: los chilenos). Hoy, cuando las estadísticas nos informan que el presidente cuenta con un respaldo en límite de un dígito (4.6% en una 13% en la ‘ultima), que los parlamentarios andan en las mismas con su desaprobación, y que instituciones estatales como los partidos políticos, las policías, militares, la administración de justicia, otros comparten el desprestigio de los “servidores” del Estado, se podría conjeturar que el Estado se encuentra alienado de la nación. Su criatura, la nación estatal (los rotos), se ha rebelado.

Si hubiera que retratar la idea anterior en una pincelada, habría que mostrar a los estadistas (los que habitan en el Estado, lo administran, viven de él a manera de una casta) tratando de mantener la compostura ante un movimiento socio-telúrico (de insospechada magnitud), que no logran entender o bien atender. Mientras la nación, se ha tomado las calles, debate en cabildos, ejerce la democracia directa y practica la desobediencia civil -con algunos brotes de violencia contestataria frente a la violencia del Estado- ignorando a los primeros. En suma, desestimando a quienes creían tenerles domesticados en un contexto de democracia electoral donde los ciudadanos cuentan a la hora de votar, pero después ya nunca más.

A los paliativos, calmantes o migajas económicas que se ofrecen-sacrifican con el propósito de aplacar la irá de los que ocupan las calles, los movilizados responden con más movilizaciones e imaginación perturbadora de la “normalidad”. Y a los acuerdos por la paz y nueva Constitución (parecido a una alianza por miedo a los “rotos” entre viejas elites muriendo y nuevas y exánimes emergentes), responden con llamados a una Asamblea Constituyente emergida desde sus propias entrañas. Toda esa energía rebelde o hastío expresa una toma de conciencia, auto afirmación y confianza en ellos mismos como ciudadanos, que se resume en el eslogan: “Chile despertó” (la nación despertó… los rotos despertaron).

Desde la perspectiva de un profesional mapuche el cuadro no puede ser mejor para las aspiraciones etnopolíticas de las naciones preexistentes. El estallido social no solo ha puesto en cuestión el modelo económico (fantástico para pocos, sueldos de hambre, trabajo precario, pensiones de mier…, salud y medicina para ricos, deudas impagables para muchos), sino también el modelo de sociedad construida (individualista), la ética y valores inculcados/impuestos (robos con impunidad para los de arriba castigos del infierno para los de abajo). Y lo mejor de todo, puso en cuestión la identidad misma de la nación estatal como un constructo que niega la existencia de las naciones preexistentes al Estado.

El discurso: “todos somos chilenos” (Estado igual una única nación) comienza a caer en desgracia. El bendito estallido ha logrado poner en boca de todos, lo que parece ya un tema insoslayable en el proceso constituyente, la idea de que Chile es un Estado de múltiples naciones -o pueblos- de facto (solo los más reluctantes devotos de la dictadura resisten). El movimiento ha dejado en evidencia que, al interior de la nación estatal, cubierto por una montaña de silencio u opresión contenida, había gente que no se creía el cuento de la nación única. Que valoraban la diversidad, la tolerancia y el respeto al “otro”. O bien lo han asumido ahora último con dolor, lágrimas, sangre, ojos, asesinatos. De allí la consideración que profesan al símbolo nacional mapuche: la bandera, que ocupa un lugar destacado junto a la chilena en cada marcha.

A todas luces hoy hay mejores condiciones que antes del 14-18 de octubre del 2019, para avanzar al pluralismo etnonacional en Chile (ejemplo, los constituyentes no pueden soslayar y retroceder respecto de Convenciones que Chile ya ha firmado como la C169). En la coyuntura presente se impone una alianza entre las naciones contra el Estado (de la gente de todas las nociones contra los estadistas huérfanos de empatía ciudadana), si queremos un futuro plurinacional de reconocimiento y convivencia en el respeto a las diferencias etnonacionales, lingüísticas y culturales (entre los mapuche algunos ya trabajan esa perspectiva, mientras otros se mantienen reluctantes, cautelosos o insisten en caminos propios). Dos horizontes se vislumbran en la ruta hacia ese futuro.

El primero, que el movimiento en su permanencia y combatividad logre imponer sus condiciones a los representantes del poder-gobierno y otros poderes, validando su propia Asamblea Constituyente (y eso se traduzca en una representación proporcional al peso sociológico de cada nación en la Asamblea). Es una batalla titánica y cuesta arriba por la cultura patronal, autoritaria y fascis/nazistoide de las elites (que ahora agrega a su repertorio supremacista mono/simio para referirse a los que antes ha llamado y no ha dejado de llamar indio y roto). El segundo, y mal menor (solo eso), que los estadistas impongan a los que consideran su clientela electoral (a los que nunca ha respetado como sociedad civil), unas representaciones a su gusto/criterio dentro de su Convención, enmarcados en las reglas del juego de la propia y cuestionada Constitución presente y sus leyes electorales hechas a su medida (en otras palabras, es quedar a su merced y gracia).

Las cartas están echadas. El éxito de cada propuesta-salida es un enigma. Será resuelto, como siempre en la historia, por quien acumule más fuerza social, porfíe más y se imponga al otro, o bien por la intervención del músculo (por el que claman desde hace rato termocéfalos de derecha). En todo caso, en cualquiera de las salidas constituyentes se vuelve ineludible participar si se quiere un Chile plurinacional, con autonomías y posibilidades de autogobierno mapuche. En el primer caso desde ya ayudando a empujar ese carro a buen destino, con inmersión plena en el movimiento, sus discusiones y acciones. En el segundo, como convidado de piedra ya que no abra representación proporcional al peso poblacional de los pueblos indígenas en la Convención. Ello impone intensificar la movilización-presión política, para impedir que los mismos que hicieron la Constitución anterior terminen poniendo trampas que impidan avanzar al pluralismo nacional. Asegurar que al menos, como mínimo, los contenidos del C169 y la Declaración de Derechos de los PP.II. del 2007 queden consagrados, requerirá mucho escándalo, movilización y lucha.

Al cerrar, en cualquier caso -ojalá el primero- y en la limitada democracia de Chile, una nueva Constitución no será nunca ideal, perfecta (eso solo ocurriría si un bando aniquila al otro como ya pasó en Chile). Hay que verla siempre como una expresión de la lucha por el poder en un momento dado. Por ello la cuestión en mente al trabajar el “nuevo pacto” (expresado en forma Constitución), es cuanto poder se puede arrebatar a los que lo han ejercido desde la dictadura al presente. Debilitar ese poder cuanto más se pueda. Y en esa perspectiva abrir espacios de poder para nuevas ideas, para las naciones históricamente excluidas, y para otras causas igual de importantes. Esa lucha, por sus dimensiones, no se gana solos. Requiere el concurso de todas las naciones y sus nacionales (sus hijxs). La solidaridad y unión de todas las naciones es condición para lograr el objetivo. De ahí que construir esa fuerza de cambio a través de un relato sólido es la tarea del momento, bajo el lema yo por ti, tú por mí, juntos por el bien de un país para todos.

José A. Marimán