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Opinión

Frente Amplio: Yo no fui

Por: Jorge Morales | Publicado: 12.12.2019
Frente Amplio: Yo no fui | Foto: Agencia Uno
Hace rato que la centro izquierdista concertacionista perdió el aprecio de quienes incluso la votan, votaron o votarán. Del Frente Amplio, todavía se espera (se implora) tengan algo más de coherencia, coraje y asertividad. Pero, hasta ahora, sufren de una bipolaridad insufrible. Hacen y deshacen, actúan y se arrepienten con tanta frecuencia, que hasta Beatriz Sánchez, su reservadísima vocera oficial (no habla nunca), quiere convencernos de que el arrepentimiento es un activo.

El Frente Amplio tiene una cualidad indiscutible: ningún otro conglomerado político puede dar con tanta contundencia testimonio de su capacidad de autocrítica. Tras cada tropiezo, desatino y bochorno, piden disculpas, se flagelan, rompen en llanto, pero siguen de pie, enteros, emocionados y orgullosos de su torpeza. Los ejemplos sobran, pero el miércoles 4 de diciembre se superaron a sí mismos. Hasta ahora sus errores sólo habían afectado su cada vez más feble reputación y amor propio. Hasta ahora sus errores sólo habían arruinado su depreciada fraternidad y unidad interna. Pero este 4 de diciembre, sus errores pusieron en peligro sus principios y, sobre todo, a quienes dicen defender.

La ley Antisaqueos fue presentada titularmente por el gobierno como un agravamiento a las penas ya existentes de «robo en lugar no habitado», pero sus alcances excedían por mucho sólo un aumento de la carga punitiva. La ley Antisaqueos y antibarricadas (el apéndice que se suele olvidar), otorgan, de manera imprecisa pero velada, una amplia licencia a Carabineros para actuar, por ejemplo, frente a «delitos» tan graves y disímiles como la interrupción del tránsito o la paralización en hospitales. En otras palabras, ninguna manifestación en las calles sería legítima, ninguna huelga de los servicios de salud sería permitida. Esa sola prohibición, que aparece claramente reseñada en el primer punto de la ley, era motivo más que suficiente para rechazarla. Pero, para la mayor parte de los diputados y diputadas del Frente Amplio –así como para sus decenas de asesores expertos- no les pareció así y, digamos, cinco minutos después de haberla votado a favor, tuvieron que reconsiderarlo y empezar a «explicarse». Como en ese emblemático capítulo de Los Simpson en que Bart provoca un desastre y pese a ser descubierto in fraganti dice «yo no fui». Se excusaron de que había sido una mascarada del gobierno, de que había cierta ambigüedad en la formulación, de que querían enviar una señal… Lo cierto es que cuando la derecha promueve una medida coercitiva, lo mínimo es actuar con prudencia y leer y analizar lo que se lee. Porque ya se sabe que la discrecionalidad de una ley queda a quien tiene que ejercerla, es decir, Carabineros. Y ya sabemos también que Carabineros se toma esa discrecionalidad sin ningún discernimiento ni moderación ni proporcionalidad. Puede enceguecer a un manifestante pacífico o a una trabajadora que sale de madrugada a trabajar, sin que haya ninguna explicación honesta de tamaña brutalidad. A esa policía insensible y despiadada, es a la que el Frente Amplio le dio más facultades para reprimir.

Desde luego, no es el Frente Amplio el único responsable de que esa ley esté a unos pasos de promulgarse. Diputados y diputadas de la ex Nueva Mayoría votaron en el mismo sentido, pero sin grabar a posteriori ridículos videos de remordimiento, ni recibir el desprecio generalizado de su público objetivo. La razón es obvia: nadie espera nada de ellos. Hace rato que la centro izquierdista concertacionista perdió el aprecio de quienes incluso la votan, votaron o votarán. Del Frente Amplio, todavía se espera (se implora) tengan algo más de coherencia, coraje y asertividad. Pero, hasta ahora, sufren de una bipolaridad insufrible. Hacen y deshacen, actúan y se arrepienten con tanta frecuencia, que hasta Beatriz Sánchez, su reservadísima vocera oficial (no habla nunca), quiere convencernos de que el arrepentimiento es un activo. Por supuesto, siempre es mejor pedir disculpas cuando se cometen errores, pero de ahí a hacer una apología del mea culpa, es una invitación a desconfiar sobre la eficacia de su actuación política. Es una obviedad, pero es mucho más saludable para un conglomerado equivocarse menos que lamentarse después. De hecho, es un rareza total que no parezca importarles que tras cada yerro la coalición se desangre. Independientemente del tamaño real de cada partido que ha renunciado, y de la cantidad de militantes que han desertado (habría que revisar que tantos son de verdad los que se quedan), resulta paradójico que un pacto político que se llama «amplio», no le importe para nada ir angostándose. Es como si actuaran premeditadamente buscando una depuración encubierta para limpiarse de sus detractores internos.

Sin embargo, lo que sí debiera preocuparles es la constatación –como lo han reconocido- de que la gran mayoría de la población que salió a la calle en estas semanas, jamás sintió que el Frente Amplio pudiera encauzar sus demandas, pese a que varias de ellas formaban parte de sus mismas proclamas. Que la poca credibilidad de la clase política haya contagiado tan rápido al Frente Amplio, sólo da cuenta que por más que hayan despeinado, rejuvenecido y ampliado el registro del Congreso, solo se representan a sí mismos, que existe una profunda desconexión con ese pueblo postergado que dicen defender. Pareciera que los dirigentes del Frente Amplio tiene tanto que decir que no se han detenido a escuchar. Ese paternalismo progresista me recuerda unos versos de Jorge Montealegre: «…hay chicos que golpean puertas fastidiando: piden pan y no dejan escribir los mejores poemas sobre el hambre».

Jorge Morales