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Opinión

Una propuesta para políticos humildes

Por: Martin Arias Loyola | Publicado: 16.12.2019
Una propuesta para políticos humildes congreso | Foto: Agencia Uno
Érase una vez donde la clase política chilena valoraba el tener una vida frugal y modesta. Eran tiempos distintos, donde presidentes y ministros caminaban al trabajo en La Moneda y sus gustos en sándwiches de sencilla preparación hoy llevan varios de sus nombres (como Barros Luco y Jarpa). Esos políticos murieron y nadie fue feliz para siempre. Entonces, en el actual Chile movilizado por una mejor repartija, ¿cómo “bajar a la tierra” a una clase política tan acostumbrada a la soberbia?

¿Son los políticos chilenos humildes? Extraña pregunta, ya que es poco común que alguien use tal adjetivo para referirse a ese grupo, especialmente considerando su actuación en la reciente revolución social del Chile Despierto. La palabra humildad proviene – a grandes rasgos – de la noción de estar a “ras de suelo” y caracteriza a una persona sencilla y modesta, elementos poco comunes en nuestra fauna política chilena.

Sin embargo, esa misma fauna acostumbra a autodenominarse “humilde” cuando son acusados constitucionalmente; defienden inversiones en paraísos fiscales; piden disculpas en videos mal editados; o salen en defensa de violadores de derechos humanos, ladrones de cuello y corbata y otras amistades. Sus acciones son contradictorias: algunas hacen campaña regalando muñecas de sí mismas. Otros mienten a la prensa sin temor de ser responsabilizados. Corren y dirigen el tránsito sin tener facultades para hacerlo. Traicionan a sus bases en reuniones secretas con ministros o porque no entendieron una ley. Algunas(os) se lamentan por el reciente recorte en su millonario salario. Todo en un clima de creciente distanciamiento con los movilizados rotos(as) poblacionales, alienígenas, patipelaos(as), células cancerígenas, o como se les ocurra llamarnos esa semana.

Sin embargo, esto no siempre fue así. Érase una vez donde la clase política chilena valoraba el tener una vida frugal y modesta. Eran tiempos distintos, donde presidentes y ministros caminaban al trabajo en La Moneda y sus gustos en sándwiches de sencilla preparación hoy llevan varios de sus nombres (como Barros Luco y Jarpa). Esos políticos murieron y nadie fue feliz para siempre. Entonces, en el actual Chile movilizado por una mejor repartija, ¿cómo “bajar a la tierra” a una clase política tan acostumbrada a la soberbia?

En 1729, Jonathan Swift escribió una satírica “Humilde Propuesta” para prevenir que los hijos de pobres, en una Irlanda extremadamente empobrecida, se transformasen en una carga para sus padres y el estado (además de beneficiar a la sociedad): que los padres los alimentaran y vendieran como alimento gourmet a los ricos. En un contexto de extrema pobreza política, alguien podría plantear su adaptación en Chile, donde el estado ya ha cumplido el rol paterno de engordar a sus hijos en la casta política, aunque no parece querer sacrificarlos en aras “del bien común”. A pesar de lo surrealista, existen antecedentes en el desarrollado país de Holanda, donde en 1672 una turba iracunda se comió – literalmente – a su primer ministro.

Posiblemente muchos políticos chilensis sabrían a vinagre y/o momificación; mientras que, en otros, la piel amarilla podría causar hepatitis. Además del bajo aporte nutricional, esto poco contribuiría para terminar la pobreza del manejo político.

Pensando en cómo aterrizar a la clase política en el Chile obligado a vivir modestamente, sin tener que recurrir a la gastronomía política caníbal (imaginaria o real) irlandesa ni holandesa, propongo humildemente:

1. Que los sueldos de cualquier autoridad electa democráticamente sea un múltiplo razonable y acordado democráticamente del salario mínimo. Es decir, por ejemplo, que el presidente, un ministro o una senadora ganen “X” veces el salario mínimo. Si el salario mínimo son 300.000 pesos y la sociedad decide que debe ganar 10 veces ese salario, se llevaría 3.000.000 de pesos para la casa cada fin de mes. Esto implicaría que todos los políticos tendrían incentivos para aumentar el salario mínimo, mientras que los patipelados podrían exigir que la brecha entre salarios sea cada vez menor.

2. Que todas las autoridades electas y trabajadores públicos estén obligados a ser parte de FONASA en lugar de isapres. Al igual que el punto anterior, seguramente esto generaría mejoras sustantivas y milagrosas en la calidad del sistema.

3. Que se eliminen viáticos y fondos para transporte privado, con el fin de que vean más motivados a utilizar el transporte público, la bicicleta o la maratón. También, que se eliminen fondos asignados para alimentación u otros ítems que no sean sus salarios. Básicamente, que paguen almuerzos, cafés y colaciones como todo el resto. Solamente dejar dineros para contratación de un número limitado de personal de apoyo. Además, que el estado les asigne un espacio físico uniforme como oficina.

4. Que las pensiones de personas que hayan tenido cargos de representación pública sean un múltiplo de la pensión mínima, independiente de sus fondos acumulados. Como en el primer punto, esto motivaría a mejoras significativas en el sistema de pensiones junto con dejar fuera personas que vean estos cargos como su manera de asegurarse una vejez de lujo.

5. Eliminar pensiones y financiamiento a expresidentes. En una sociedad justa, recibirán una pensión suficiente por sus años de servicio.

6. Que estén inhabilitados para ocupar cargos de representación pública democráticamente electos hasta cinco años (número que a varios(as) espanta), después que trabajaron en el sistema privado. Esto, con el fin de incentivar la carrera funcionaria, mejora de condiciones laborales de trabajadores estatales, y profesionalización de la carrera política. También para evitar la “puerta giratoria”, donde varios políticos(as) pasan de la gerencia de empresas privadas a cargos públicos.

7. Que no tengan fuero de ningún tipo y, por tanto, sean responsables ante cualquier triquiñuela o contabilidad creativa que quieran hacer desde sus posiciones de poder.

8. Que, en caso de ser encontrados culpables de delitos mientras ejercían como representantes, queden imposibilitados de ejercer otro cargo público de por vida. Delitos de corrupción debieran considerarse traición y debieran ser imprescriptibles.

La lista puede ser modificada e incluso ampliada. Seguramente algunos pensarán que es mucho pedir, pero refleja como la modesta población movilizada de Chile vive cada día. Los representantes de ese pueblo deben ser – justamente eso – representativos de quienes los eligieron y no una casta privilegiada. La representación política del Chile de rotos(as) patipelados(as) no viene de un(a) político “que anda en terreno”, ni de alguien criado, gozado, endeudado y sufrido en ese caótico y desigual territorio, sino de quienes – aún desde su posición representativa – siguen (sobre)viviendo en él. La alternativa es seguir engordando políticos, preparando el inevitable festín a una población cada vez más empobrecida y crecientemente hambrienta (de justicia social).

Martin Arias Loyola