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Opinión

Ni aciertos ni errores: correlación de fuerzas

Por: Juan Pablo Sanhueza Tortella | Publicado: 31.12.2019
Ni aciertos ni errores: correlación de fuerzas | / Agencia Uno
Es evidente que la correlación no es unívoca y tampoco nos condiciona de manera absoluta, de manera tal que en el caso del proceso Constituyente en camino, no debemos encadenarnos a una decisión formal ni descansar en la mera firma de un acuerdo, sino que desde ese piso mínimo seguir una línea de maniobras hacia la Asamblea Constituyente o Convención Constitucional que nos permita avanzar en un órgano que sea representativo de Chile y su diversidad, no de trincheras.

El plebiscito de abril de 2020 donde la ciudadanía decidirá si quiere una Nueva Constitución es, quizás, el avance más palpable que nos ha dejado el Octubre chileno. Fruto de movilizaciones sin precedentes que corrieron los límites de lo posible y le dieron un pase gol a quienes debían jugar en la desigual cancha rayada por la dictadura.

Asimismo, el acuerdo que permitió la posibilidad de plebiscitar una Nueva Constitución ha sido un punto de inflexión para las izquierdas en general y el Frente Amplio en particular.

Más allá de las minucias, me abocaré a una cuestión que considero tan o más relevante tener presente a la hora de analizar esta y otras decisiones políticas que el curso de los acontecimientos exige tomar: la correlación de fuerzas.

Analizar la correlación de fuerzas es fundamental si se quiere tener claridades y evitar el difuso registro moral de “errores o aciertos”, “buenos o malos”, “traidores o leales” que muchas veces nubla nuestras evaluaciones. No porque hablar de errar o acertar esté prohibido, sino porque la fuerza de nuestros deseos es considerablemente menor al peso de la realidad y cuando reconocemos la existencia de adversarios (y/o enemigos) la verdad deja de ser algo de héroes contra villanos y nos vemos en la necesidad de salir de nuestras trincheras para asumir que la verdad es una disputa entre nosotros -que queremos nueva constitución vía asamblea constituyente- y ellos -que no quieren nueva constitución y hasta hace poco se oponían tajantemente a su reforma o derogación-.

Por tanto, reconocer adversarios y enemigos (nosotros v/s ellos) no es un acto formal, tampoco un ejercicio matemático de sumar y restar escaños parlamentarios, sino que excede a las herramientas jurídicas y comprende a la sociedad y sus instituciones en conjunto, con todas las contradicciones que allí se albergan, es en definitiva la esencia de lo político. No por desconocer esta relación polémica entre adversarios (y/o enemigos) estos dejan de existir, condicionarnos, negarnos o incluso constituirnos. ¿Podríamos estar hablando de nueva Constitución si prescindimos del estallido social? Probablemente no. ¿Es la gente copando las calles el único centro de poder? Tampoco.

Siguiendo a Schmitt diríamos que lo político no es una sustancia o un dominio de objetos, sino una relación, una función no delimitable e inagotable. “Si lo político no es nada más que el resultado de semejante sustracción -a objetos o sustancias-, es de hecho igual a cero.”

Reducir lo político a una abstracción de contenidos, a un producto, nos convierte en una suerte de consumidores que buscan satisfacer necesidades, y estas a su vez nos satisfacen o nos resultan insatisfactorias, nada más lejos de la realidad diversa y compleja que afrontamos. Así, la correlación de fuerzas comprendería al menos el factor militar, el dominio de estructuras estatales y de lo público, la movilización social y acciones colectivas, la correlación de sentidos comunes y la correlación cognitiva o de elaboración teórica. Desentendernos de alguno de estos elementos o pretender que sólo algunos son suficientes a la hora de construir contra-hegemonía sería tan inútil como pretender ganar un partido sin jugadores ni entrenamiento.

En sus discusiones con los “comunistas de izquierda”, en relación a la firma de la paz de Brest-Litovsk, con el imperio Alemán, Lenin nos dice que “la cuestión de si es posible, ahora, inmediatamente, librar una guerra revolucionaria, debe ser resuelta considerando sólo las condiciones materiales de su realización (…) tal política respondería, quizás, a las exigencias del hombre en su aspiración a lo bello, efectista y notable, pero no tendría en cuenta en absoluto la correlación objetiva de las fuerzas… ” Lo que planteó en su momento el líder de la revolución bolchevique nos alarma principalmente de la necesidad de contrarrestar la exigencia moral (lo bueno, lo deseable, lo que queremos) con el imperio de la realidad (lo que podemos hacer según nuestras capacidades y en función de nuestros objetivos). Volviendo al hogar, es evidente que la correlación no es unívoca y tampoco nos condiciona de manera absoluta, de manera tal que en el caso del proceso Constituyente en camino, no debemos encadenarnos a una decisión formal ni descansar en la mera firma de un acuerdo, sino que desde ese piso mínimo seguir una línea de maniobras hacia la Asamblea Constituyente o Convención Constitucional que nos permita avanzar en un órgano que sea representativo de Chile y su diversidad, no de trincheras.

El análisis de la correlación de fuerzas nos exige poner la pelota en el piso, dejar de mirar al suelo y levantar la vista para mirar la cancha abierta, evaluar qué jugadores están habilitados e intentar avanzar para construir la jugada que nos permita convertir un gol y conocer nuestros adversarios para que no frustren la jugada. Con todo, eso podría terminar en un gol pero en ningún caso garantiza ganar el partido, eso sólo podremos saberlo cuando suena el pitazo final, luego de los 90 minutos, no antes, por eso es un imperativo dejar de lado las afirmaciones que le exigen a cada jugada, a cada pase, a cada movimiento que asegure el triunfo del partido. Decía Lenin que “la afirmación de que toda huelga puede transformarse en revolución es un absurdo.” Así las cosas, pretender que el estallido es autosuficiente a la hora de ganar una Asamblea Constituyente es poco útil, sin duda es un pase gol pero necesitamos a todos los jugadores para ganar el partido.

Incluso podemos ganar el partido, pero para campeonar requerimos disputar el sentido común y sabemos que el combate es desigual, porque mientras seguimos hablando de quién es más de izquierda, de traidores y leales, de quién tenía la razón, de lo que no fue y lo que pudo ser, los guardianes del status quo hacen su trabajo en silencio. Y, a diferencia nuestra, los dispositivos de poder no luchan por el sentido: lo producen. Por tanto en este estadio la cancha es, de entrada, bastante desigual. El psicoanalista argentino Jorge Alemán, escribía hace poco “las derechas, aun cuando sus diferencias internas sean patentes, nunca se segmentan, más bien saben mantener su consistencia. Son las izquierdas las que en las batallas por el sentido no quedan indemnes, se autoincriminan, se reprochan entre sí, se exigen autocríticas, se fragmentan y dispersan. De allí que cada vez surjan cada vez más interrogantes sobre el destino de las izquierdas después de la hipótesis revolucionaria.” Nada que agregar.

Para un Chile con más derechos y menos necesidades es indispensable construir una nueva normalidad donde todos avancemos sin dejar a nadie atrás. Una Nueva Constitución puede significar una cancha más pareja para una correlación de fuerzas favorable, la pelota está en el área rival, depende de todos que sea gol.

Juan Pablo Sanhueza Tortella