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Opinión

Próspera y fértil crisis para Chile 2020

Por: Dra. María Soledad Ramírez | Publicado: 04.01.2020
Se instala con fuerza la conciencia de clases, se caen los velos, se hacen patentes los privilegios y las vulnerabilidades, la disparidad en las concesiones. Se transparenta quién es cada uno como vecino y ciudadano… eso ha implicado no sólo abrir ojos y sensibilidades, sino abrir heridas, algunas antiguas, transgeneracionales, abrir cajones, develar verdades, sincerar lazos, hacer duelos, reconfigurar amistades que sólo se sostenían en la frágil y somnolienta armonía… se caen tantos castillos de naipes y posturas de cartón.

Para muchos, dentro y fuera de la consulta, el inicio de este año cristaliza y reposiciona varias de las emociones e ideas que deja uno de los eventos más importantes que tuvo el 2019 para nuestro país, sensaciones todas potentes y trascendentes en nuestra vida no sólo como ciudadanos, sino como padres y profesionales y que espero moldee muchos de los esfuerzos y proyectos individuales y globales que vengan este 2020.

La crisis nacional, la explosión social, la manifestación colectiva del descontento, el “despertar de Chile”.

A mediados de octubre se enciende vigorosamente en nuestra tierra un conflicto que llevaba años esperando a las brasas, ya hoy ineludible por todas las vías e imposible de no ver ni sentir, una llama que aún no se apaga y sólo amaina a ratos su fuerza para preparar un nuevo fulgor que sostenga la protesta desde el pueblo que sin miedo clama justicia, igualdad, pero sobre todo dignidad, luego de años de múltiples abusos y malos tratos por tantos frentes.

Y ocurren fenómenos en todos, desde la necesidad imperiosa de un cambio para unos, desde el temor al mismo cambio para otros. Desde el deseo de movilizarse por aquí, pero también desde el congelamiento y amenaza por allá.

Pero nadie se queda indemne a este sismo social que nos remueve y sigue dando réplicas. Un ajuste de energías tan necesario como el que ocurre a nivel de placas tectónicas.

Se instala con fuerza la conciencia de clases, se caen los velos, se hacen patentes los privilegios y las vulnerabilidades, la disparidad en las concesiones. Se transparenta quién es cada uno como vecino y ciudadano… eso ha implicado no sólo abrir ojos y sensibilidades, sino abrir heridas, algunas antiguas, transgeneracionales, abrir cajones, develar verdades, sincerar lazos, hacer duelos, reconfigurar amistades que sólo se sostenían en la frágil y somnolienta armonía… se caen tantos castillos de naipes y posturas de cartón. Se abren diálogos, pero también se abren diferencias que son insondables entre quienes no logran entenderse, se toman distancias, se extreman intolerancias, se rigidizan posturas.

Se cuestiona todo con energía furiosa y creativa, los cuestionados se resisten.

Aparece la dolorosa desilusión, de uno mismo, de las cegueras y escotomas que tanto tiempo portamos, de los aburguesamientos y frivolidades, del hiperconsumo de estímulos frugales y perecederos que tanto copan y nada llenan, del descuido, de la alienación que nos mueve a su antojo.

Y surge la decepción de otros también, de su inclemencia, de la crudeza de su violencia ejercida sin piedad ni reflexión, de la falta de empatía, de la nula disposición a la reparación…la falta de amor en tantos cuerpos y mentes que desde sus particulares historias dañadas deciden hoy por y para muchos, amplificando cadenas de perjuicio.  El daño individual al servicio del daño colectivo. La orfandad y carencias de muchas mentes líderes que tanto cuerpo amoroso parece haberles faltado tempranamente en sus propios procesos de mirarse y ser vistos. Las heridas tanto tiempo disimuladas supuran hoy y amenazan con esparcir contagiosamente su infección.

La violencia estructural hacia afuera y por dentro, víctimas a su vez victimarios y viceversa. Soldados por lado y lado, hijos de las mismas madres y violentados por el mismo sistema, luchando entre ellos.

Brota en algunos la soledad y la incertidumbre de no saber en quién confiar, el desamparo, el desconcierto…

Pero también la luz que encandila y quema luego da la posibilidad de ver, de alumbrarse y alumbrar a otros, de no volver a dormirse, de unirse a compañeros afines, de apañarse, de prestarse ropa, de acompañarse realmente, de mirarse a los ojos quizá por primera vez con los vecinos… aparece la tribu. Aparecen escenas de solidaridad real y ya no desde el merchandising de la caridad ni desde la moralina inculpatoria. Aparecen personajes dando su vida en primera línea por apoyar la causa.

Aparece entre el dolor la esperanza. Entre la rabia el amor.

Aparece la posibilidad de tener un lugar en el mundo para algunos más jóvenes que nunca habían portado bandera identitaria ni por dentro ni por fuera.

Aparece la invitación a sanar para algunos más viejos que nunca antes se atrevieron y que hoy toman nuevos y revitalizantes aires de ilusión.

Aparece el trauma queriendo sanar, en las calles, en las consultas, en las mesas familiares.

Emerge el arte colectivo, el color en las calles, la pintura en las paredes, el baile en la plaza, el canto en esas bocas mudas por tantos años.

Aparece la unión y sinergia entre grupos de mujeres, la coreografía y sinfonía para expresar lo nunca dicho, se desafía la impunidad, se denuncia públicamente y desde los cuerpos cada vez más apropiados lo vivido y padecido. Se gritan y defienden los límites.

Y entre la muerte aparece una nueva posibilidad de vivir.

Entre la ceguera, ojos más abiertos que nunca y para siempre.

Entre el daño, la reconstrucción del pueblo.

Y entre la sangre emerge la sanación. Porque más allá de las heridas, hoy muchos están sanando. Duele, pero a la vez alivia.

Quiero creer que todo pesar vaya teniendo un sentido, que toda inversión una retribución. Y que la cadena dolorosa se invierta y transmute.

Y que por fin nos movamos con amplitud y bidireccionalmente entre la sanadora transformación colectiva y la individu

Dra. María Soledad Ramírez