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Nunca más la PSU: Crónica de un egreso en Argentina

Por: Tomás Calderón, economista (UBA), Mg (c) Desarrollo Económico (UNSAM). @tcalderon92 | Publicado: 11.01.2020
Nunca más la PSU: Crónica de un egreso en Argentina |
La Universidad de Buenos Aires está dentro de las tres mejores de Latinoamérica. Para entrar a ella, el autor de esta crónica prescindió de los resultados obtenidos en la Prueba de Selección Universitaria; los mismos que le impidieron ingresar a la Universidad de Chile. Además, desembolsó no más de 10 mil pesos en trámites; diametralmente menos que los millones que tienen que gastar los postulantes a este lado de la cordillera. Su testimonio da cuenta de la nula relación entre el actual sistema de medición para el acceso a la educación superior y la calidad de ella.

Comenzaba el año 2011, con resultados en mano y la posibilidad de estudiar lo que en Chile se conoce como «ingeniería comercial, mención economía», se limitaba a muy pocas universidades, siendo la U. de Chile mi principal objetivo. No quedé y me fui a estudiar licenciatura en Economía o «Economía» a secas, en la Universidad de Buenos Aires (UBA). A través de un cupo consular, gestionado en la embajada de Argentina en Santiago, comenzaba la travesía. 

Una vez arribado a la Ciudad de la Furia a comienzos de marzo, los objetivos eran dos: encontrar hospedaje y presentar la documentación para inscribirme. Lo primero, luego de un recorrido por la ciudad, logró sortearse con relativa facilidad, encontrando un hostel de 30 personas y habitaciones compartidas, ubicado en el barrio de Villa Crespo, cerca de la estación de tren Chacarita. Lo segundo, en cambio, comenzaba a tomar forma de a poco, siempre con la preocupación y el miedo de que algún papel falte, o con el temor natural hacia una burocracia desconocida de otro país, potenciado por la débil información que circula. Finalmente, luego de una jornada de horas con largas esperas y filas –dada la enorme cantidad de estudiantes que se inscriben– y después de concluir el papeleo en el otro extremo de la capital –Ciudad Universitaria–, el proceso de matrícula a la carrera de Economía había terminado. 

En ese momento no me ponía a pensar sino recién al cabo de unos días, ¿en qué consistió el proceso de inscripción? En primer lugar, el miedo terminó siendo exagerado y el trajín de ese día fue normal. Es decir, en ningún caso todo se iba a resolver en 2 o 3 horas. Pues bien, luego de presentar mi licencia de cuarto medio, la concentración de notas, el cupo consular, más los clásicos certificados de nacimiento y fotocopias del carnet de identidad, el último paso consistió en rellenar con un lápiz una planilla con tus datos personales, la carrera que elegiste, el turno (mañana, tarde o noche) y la sede en la que te gustaría cursar. Esto último, porque existían varias sedes repartidas en toda la capital federal, buscando cuál te acomodaba en función de donde vivías, con una opción principal y otra secundaria. En suma, un par de papeles, alguno que otro pago simbólico por un sello o timbre, y ya estabas adentro. Tal como se lee. 

Enseguida, para finales de marzo vendrían las fechas en las que el sistema te asignaba las materias y los horarios del primer año. En total, seis anuales, tres por cuatrimestres, de las cuáles dos tienen relación estrictamente con tu carrera, dos son materias complementarias y por último, dos eran de formación general y común a todas las carreras. Es lo que se conoce como el «Ciclo Básico Común» (CBC), considerado como una especie de «bachillerato», el cual debe aprobarse íntegramente por todos los ingresantes como requisito para entrar al segundo año de carrera. Algunos también lo llaman «el filtro», debido a que muchos estudiantes abandonan o se complican en el camino, por las desigualdades pre-existentes de la sociedad argentina en la formación escolar previa, o bien porque hay materias que pueden sonar un tanto extrañas en tu formación. Por ejemplo, los estudiantes de psicología deben aprender matemáticas del CBC como formación general, cuyos contenidos incluyen elementos de álgebra lineal, límite diferencial, derivadas e integrales. No obstante, lo cierto es que el objetivo siempre es el mismo: aprobar las materias. 

Pero no sólo es el acceso irrestricto el nudo fundamental de la cuestión. En Argentina, la universidad pública no arancelada cumplió recientemente 70 años, inaugurada bajo el gobierno del General Juan Domingo Perón en 1949, cuya tradición es compartida como una conquista de la sociedad entera. Según datos del Ministerio de Educación (2017), actualmente existen 57 universidades públicas estatales distribuidas a lo largo y ancho del país, con un total de 1.584.392 estudiantes, de los cuáles 46.561 son extranjeros. En 1950 –un año después de la sanción del decreto N° 29.337 de la mencionada gratuidad universitaria– la matrícula totalizaba la suma de 80.445 estudiantes, incrementándose casi 20 veces hasta la actualidad. Sólo en la Universidad de Buenos Aires, de la cuál egresé, existe una población de más de 350.000 personas, con un record de inscripción al CBC en el año 2019 de 61.700 estudiantes. 

Finalmente, la carrera de economía me iba a ofrecer otra posibilidad más: la de aprender distintas escuelas de pensamiento, además de la doctrina neoclásica erigida como única forma de pensamiento en todas las universidades del mundo, y que presenta serias limitaciones a la hora de explicar la realidad. Porque, además de gratuita e irrestricta, la UBA es de excelencia, ubicada en el top 3 del ranking latinoamericano y dentro de las 100 mejores del mundo. No sólo eso, mi universidad también cuenta con 3 premios nobel en ciencias duras como medicina y química, en los años 1947, 1970 y 1984. En mi caso, para completar la carrera debía elegir 2 optativas dentro del plan de estudio, una de las cuáles fue «Economía marxista», dictada por docentes que se especializaban en dicha literatura, con la obra «El Capital» como columna vertebral de los contenidos. Si bien no es común que esto suceda, tal posibilidad no es ajena a lo que ha sucedido este último tiempo con nuestra ciencia. Actualmente existe una gran red de economistas organizados en todas partes del mundo promoviendo nuevas formas de pensamiento para encarar nuestra disciplina, como el «Institute For New Economic Thinking» (INET), con los nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen, entre otros; o la economista italiana especializada en innovación, Mariana Mazzucato, o el autor de best seller Ha-Joon Chang, que visitó Chile en agosto del año pasado. De esta manera, la malla curricular plural de la carrera de Economía en la UBA, con lecturas sobre economía de género, el estructuralismo latinoamericano, la teoría de la dependencia, la escuela keynesiana y otras vertientes, confirmaba en mí la magnífica, certera e imborrable experiencia de haber estudiado en Argentina. 

Lo que pretendo demostrar es simplemente una foto. Dicha foto es, como resultado de un proceso, la de un egresado bajo un sistema diametralmente opuesto al modelo educativo chileno, tanto en acceso como en financiamiento, cuyo obstáculo final es la Prueba de Selección Universitaria (PSU). Un egresado que, a fin de cuentas, posee los mismos conocimientos en promedio, que su par «ingeniero/a comercial – mención economía» y que no gastó más de $5.000 chilenos en trámites administrativos, como certificados de alumno regular o el diploma del título.

Al calor de las protestas de hoy en día, con la funa masiva a la Prueba a la cabeza, y de cara al proceso plebiscitario en abril de este año, es momento de discutir, ahora sí y en serio, otro sistema para Chile. Bienvenido los expertos en la materia, sin sesgos ideológicos. Por mientras, con los ojos bien abiertos (porque como sabemos, Chile despertó), veamos otras experiencias.

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