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Opinión

El discurso fascista

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 16.01.2020
El discurso fascista | Foto: Agencia Uno
Justamente todos los esfuerzos de la derecha están dirigidos a defender el orden de la dictadura. Justamente, el objetivo fascista hoy es profundizar la situación de crisis (con la promesa en su posible solución) para impedir que se realicen las transformaciones constitucionales, es decir, para impedir que el orden pinochetista (que ya no es dictadura, sino sociedad de control) sea radicalmente modificado. Pero, a diferencia del pasado hoy la derecha devino contención sin proyecto, dique sin propuesta, muro sin imaginación posible.

En profunda solidaridad con Ayelén Salgado, Víctor Chanfreau y la profesora Alejandra Araya.

En “Psicología de las masas del fascismo” el psicoanalista Wilhelm Reich hacía notar que, a diferencia del “economicismo” marxista que sostenía que la conciencia ideológica operaba como un “reflejo” mecánico de la realidad económica, existía una discontinuidad entre la realidad económica y la ideológica, entre los procesos objetivos y los subjetivos. Dicha discontinuidad otorgaba al análisis una autonomía del aspecto ideológico que, permitía explicar por qué las masas obreras alemanas habían terminado por girar hacia el fascismo. Sostenía Reich que frecuentemente el “racionalismo” de la izquierda se burla de los dichos del fascismo por considerarlos “irracionales”, pero no entiende que son esos mismos enunciados los que van creando las condiciones subjetivas (ideológicas) para que las masas terminen deseando al fascismo. La izquierda mecanicista habría sido miope al fenómeno del fascismo precisamente por carecer de una teoría de la subjetividad.

La verdad que releva Reich es que, justamente, el fascismo no funciona como un discurso racional. Pero, lejos de ser una falta, ello constituye el núcleo de su ventaja: los enunciados que usa, los tonos que afirma, la fuerza que imprime, montan un discurso que lleva consigo un “plus” que va mucho más allá del contenido de los enunciados que profiere y que tiene la capacidad de producir una situación, una atmósfera que advierte la existencia de una crisis que sólo un “líder” con una voluntad férrea es capaz de conducir a las masas para superarla.

En dicho montaje, la sensibilidad común es confiscada en una voluntad, la potencia de los cuerpos es separada y un poder soberano se erige como la única fuente de poder capaz de enfrentar la crisis para la que es llamado. El fascismo produce la situación que él pretende enmendar erigiendo la figura de un enemigo que siempre parece haberse enquistado reticularmente al interior de cada uno de nosotros. El enemigo está dentro y no simplemente fuera, nos ha sometido por años y sólo ahora, en virtud del líder que nos conduce, la fuerza auténtica puede salir a la luz.

Hoy día desde el gobierno hasta los medios de comunicación están ejerciendo un discurso propiamente fascista. Pero un fascismo de nuevo cuño que no necesita ser abiertamente “pinochetista” para ejercer su pinochetismo, que no requiere vestirse de militar para militarizar a la sociedad, que no remite a los “obreros” como lo hacía el fascismo clásico, sino a la “clase media” como dispositivo de homogeneización del discurso y gobierno de los cuerpos. Su discurso aparece como “irracional” a las buenas conciencias ilustradas de una izquierda que ríe con sus guiños, pero que no entiende que en ellos se juega una verdadera política.

Que, a propósito del boicot a la PSU por parte de los estudiantes secundarios, el gobierno se haya dirigido contra la educación pública aplicando leyes de excepción contra dirigentes estudiantiles y académicos de la misma Universidad de Chile y, a su vez exigiendo la renuncia del rector Vivaldi, muestra la “bolsonarización” o “kastización” del gobierno, el hecho de que en Chile no necesitamos que José Antonio Kast triunfe en las elecciones para que el discurso fascista asuma su cometido. No debemos temer que el día después del 18 de Octubre (si es que existe algo así como un día después) llegue Kast, sino que su llegada no sea más que el último momento de la democracia transicional cuya agonía, ha sido pavimentada en los últimos años del gobierno de Piñera. Pero, más aún: el atentado fascista se dirige directamente contra los centros de la educación pública del país. Su objetivo es precisamente el mismo que alguna vez realizó la dictadura: convertir la educación pública en un espacio marginal exento de “política”, “purificar” la educación del “adoctrinamiento” como diría Cubillos a través de cuya voz habla el espectro de Jaime Guzmán cuando afirmaba que a la Universidad sólo se va a estudiar.

Justamente todos los esfuerzos de la derecha están dirigidos a defender el orden de la dictadura. Justamente, el objetivo fascista hoy es profundizar la situación de crisis (con la promesa en su posible solución) para impedir que se realicen las transformaciones constitucionales, es decir, para impedir que el orden pinochetista (que ya no es dictadura, sino sociedad de control) sea radicalmente modificado. Pero, a diferencia del pasado hoy la derecha devino contención sin proyecto, dique sin propuesta, muro sin imaginación posible. Ha sido la misma derecha la que sintomatiza ese estado a través de intelectuales como Herrera o Mansuy. Y es la propia derecha política la que, a pesar de Allamand y su singular “matrimonio”, no está del todo alineada.

Al discurso fascista, que territorializa los cuerpos para ahogar cualquier posible subversión, se le enfrenta con política. Ni la criminalización sistemática emprendida por el gobierno, ni la guerra civil propiciada por las fuerzas del orden contra el pueblo, menos aún las peroratas de los intelectuales del orden, podrán neutralizar la situación. “Política” significa aquí, capacidad colectiva de destitución del discurso fascista porque sólo la política pone en disputa la creación de una nueva esfera pública en la que los cuerpos jueguen en una sensibilidad común.

Recientemente en Teatro a Mil se presentó la obra Borborygmus realizada por los libaneses Lina Majdalanie, Mazen Kerbaj y Rabbih Mouré. En ella se expone una escena que desnuda al discurso fascista: un hombre lee un texto que va repitiendo sin detenerse en lo que repite mientras el texto se va convirtiendo en una boleta de supermercado. Podría ser un islamista fanático o bien un empresario contando sus ganancias. La axiomática capitalista no tiene contenido. El fascismo es, entonces, su discurso más decisivo, aquél que gobierna a los cuerpos y profita discursos de manera automática, aquél que los “territorializa” para separarlos del mundo e impedir relaciones con otros y hacer imposible la puesta en común de algo.

Como entendió Reich a su modo (cuestión que fue complejizada más tarde por la Escuela de Frankfurt), apelar a una subjetividad donde tenga lugar la sensibilidad común, implica arrojarse sin miedo contra el poder, analizar el decisivo lugar del discurso fascismo en la época neoliberal y profundizar así la insurrección a través de la articulación de nuevas estrategias que permitan que el pueblo chileno no pierda el nuevo aire que ha comenzado a respirar.

Rodrigo Karmy Bolton