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Opinión

Calle destituyente y burocracia cognitiva

Por: Mauro Salazar Jaque | Publicado: 20.01.2020
Calle destituyente y burocracia cognitiva |
A la luz de la velocidad del capital financiero, «el rey está desnudo». Y es bueno precisarlo: el Piñerismo se encuentra impedido de elaborar un discurso programático, y no por falta de voluntad, sino porque hoy todo se encuentra sometido a la velocidad exponencial del capital y esto pone en jaque el imaginario contumaz de nuestra siniestrada oligarquía hacendal. Inclusive el argumento prudencial de proteger la institucionalidad republicana carece de todo sentido como contención de movimientos disruptivos.

En la provincia de Santiago «chilla» la descomposición de los mitos portalianos, el tiempo histórico de la dominación ha sido suspendido, abunda la degradación de los «formatos públicos» y resuena la tragedia de un campo político-intelectual diezmado (precarización de la creatividad) por la renta infinita del capitalismo académico que se ha comportado como la «burocracia cognitiva» de la acumulación ciega. Nuestros mandarines cognitivos con sus eufemismos explicativos han puesto en tensión unos modos institucionales del conocimiento y la investigación. Y así plegados a la usura categorial del terror indexado -en desmedro del ensayo y la relación entre escritura y conocimiento- afincados en una asediante cultura concertacionista, recusan a la calle desde diversas tecnologías, a saber, anómicos, violentos, torpes, invertebrad@s e indomables -a veces como «algo lírico» más complejo de analizar- y con ello no pueden superar el clivaje orientalista entre civilización y barbarie: allí los sustantivos carecen de todo verdor y así festinaron hasta antes del 18/0 su pertenencia a los relatos visuales de una modernización galáctica. En suma, en plaza dignidad también circulan los silogismos de una sociología conservadora -un alevoso «apartheid cognitivo»- que informa un sistema decisional que ha contribuido a lacerar la esfera pública y blindar el modelo de comunicación política que la oligarquía tecnocrática pretende monopolizar.

Hasta antes de la «purga», y bajo el zoom de nuestra fallida modernización, ningún acontecimiento era posible, menos si arriesgaba el mérito de una «promesa» que pudiera desbordar «tímidamente» el presente enfermo. ¡Retención, abstención, prudencia, y retroceso ante el  murmullo de los mundos posibles¡ Así rezaba el oráculo de nuestro economía informal hasta el 18/0. Por estos día el tropel de balines ha sido la demencia de los reyezuelos ciegos. Y es que a la sombra de un Estado policial ha existido un afán por hurtar la mirada de su fracaso. Mutilar la iris ha sido la forma de apagar una cognición alternativa: de aquí en más, gracias a la purga, los sujetos de calle no estarán sometidos -al menos temporalmente- desde las reglas onerosas de un orden decadente.

Tisis y epilepsia, diría Emil Cioran. De allí los heraldos negros: banqueros, especuladores y políticos convertidos en una pesadilla ambulatoria. Grupos de pandilleros (SQM/PENTA) dados al «capital buitre» -siniestrados y expiados por la producción de una jurisprudencia negociada- y llenos de hedores inclasificables que no hacen más que agudizar la conflictividad diluviana del capital. La promesa obesa de la modernización hoy se asemeja a una «rosa rota» en medio de febriles coloquios manageriales donde conspicuos politólogos se mantienen aferrados al viejo orden. Hoy, el enigma de las élites es cómo anudar analfabetismo funcional («indigencia simbólica») con el texto roto de la segunda modernización. Todo ello en medio de una calle destituyente-derogadora que mediante nuevos ritos (Matacapos y el lugar vacío del liderazgo) nos recuerda su carácter post-representacional -sin rostro, ni vanguardias- cincelada desde una yuxtaposiciones de subjetivaciones que se sustraen a todo hermenéutica. En lo folklórico por qué será que un kiltro que solo deviene en otro alfabeto y que camina sin paraderos, resulta urticante para nuestra oligarquía. La ficción hasta antes del estallido era administrar pobreza millennial y anestesiar los nuevos procesos de subjetivación. La elite y sus funcionarios cognitivos -pastores letrados y cuatreros ideológicos del progresismo neoliberal- manufacturaron durante dos decenios un nuevo «pipiolaje simbólico», es decir, un rebaño de alto consumo, goce y conectividad. Todo ello fue posible por unos pastores letrados cuyo único merito consistió en invisibilizar la insurgencia, sustituyendo «lo social» por «lo estadístico» y haciendo del narcisismo tecno-político la emergente episteme de un orden post-social. Pero hoy la clase política está impedida de institucionalizar conflictividad, mejorar su capacidad de cooptación, estimular procesos de re-elitización y abultar la competencia política. En suma, un progresismo constituyente sin proyecto podría pasar a un segundo plano y el primer semestre estará marcado por diversas formas de destituir a Piñera.

Pero a la luz de la velocidad del capital financiero, «el rey está desnudo». Y es bueno precisarlo: el Piñerismo se encuentra impedido de elaborar un discurso programático, y no por falta de voluntad, sino porque hoy todo se encuentra sometido a la velocidad exponencial del capital y esto pone en jaque el imaginario contumaz de nuestra siniestrada oligarquía hacendal. Inclusive el argumento prudencial de proteger la institucionalidad republicana carece de todo sentido como contención de movimientos disruptivos.

En suma, si la transición con su teoría de la gobernabilidad fue una fase hiper-institucionalista que recreaba la ficción narrativa del crecimiento con la igualdad, hoy irrumpe un «capitalismo transparente», «al descampado», que no reclama ninguna retórica de validación, a saber, un «neoliberalismo desnudo» que no cultiva estrategias discursivas. Esta es la zona cero del aceleracionismo bursátil. De allí la desgracia de los funcionarios del capitalismo cognitivo que centrados en un modelo de  sumisión, acceso y consumo cincelaron una «modernización fantasmal» que devela su vocación por validar un poder que ahora se revela anárquico. De tal suerte nos encontramos frente a una elite cautiva de la voracidad expansiva del capital (especulación, rentismo y oligopolios) librada a la velocidad suntuaria de la gestión financiera que genera las condiciones de su propia crisis hegemónica, pero que no encuentra los modos de su restitución normativa. Se trata de dos tiempos contrapuestos. De un lado, la velocidad de la acumulación medida en una economía mediática y, de otro, la trabajosa reconstitución de relatos, construcción de sentidos, prácticas institucionales y simulacros de participación.

En nuestro presente post-hegemónico (post-social) ha tenido lugar una confluencia entre políticos afásicos, líderes de matinales, reyezuelos de tono liberal y una histeria sacerdotal que en nombre de la probidad representa el goce voluptuoso de un «decadentismo elitario».  Ante la evidencia del pacto oligarquizante es más necesario que nunca reflexionar sobre la irrupción del new rich en pleno shock anti-fiscal (1981). Desde el Clan de Ponce Lerou, con su voluptuosa dimensión fáctica, pasando por la teología  Daválos-Piñera hasta feñita Bachelet. Quizá lo que se ha develado en los últimos tiempos es que la «vieja república» (1938-1970) ha sido siempre un retrato fallido, un relato inacabado que el movimiento de calle ha venido a interpelar, por donde se intentaba sublimar nuestra inexorable «modernidad oligárquica». La perpetuación de un «chile de huachos» quizá nos obliga a entender el carácter expansivo de nuestra conflictividad, a saber, la «cuestión social» sólo pudo cesar temporariamente bajo Arturo Alessandri, luego el ciclo se extendió hacia 1938. Y es bueno advertir que estos desplazamientos tectónicos no se agotan en el «breve horizonte», sino que son parte de una «transición» con tiempos inestables, a ratos muy violentos y acompañada de conflictos estacionarios, emergentes y estructurales (e hibridados a la vez). El quid es cómo se va a recomponer el nihilismo en los años venideros. A diferencia del siglo XX, ahora en tiempos de orfandad, no tenemos ninguna filosofía de la historia que nos provea de optimismo. Quizá es mejor que así sea y el verdor responda a una nueva teoría de la emancipación que la izquierda debe repensar.

En medio de una colosal devastación del campo político, acanallados en una gobernabilidad sin texto, Piñera se ha constituido en un estadista siniestrado que persiste en hacer coincidir -homologar- el diferido relato con el discurso económico. Con todo, en medio de la feroz crisis el fetichismo del crecimiento implica que la economía (los malogrados indicadores del PIB) resultaría igual a un proceso histórico-natural que habla por sí mismo ¡donde las cifran hablan¡ como sí las mercancías rompiesen a bailar por su propio impulso.

Y si de oráculos se trata, el infranqueable Rectorado semiótico de Carlos Peña, verdadero «panóptico cognitivo», ha recreado un mecanismo deliberativo-consensual donde la modernización -y sus desilusiones- es el dispositivo que administra los antagonismos. A decir verdad, tal Rectorado, de virtud, Diosa fortuna y desgaste coyuntural, se ha constituido en un «ángel de la guarda» del poder oligárquico por cuanto se ubica como el médium de la crítica posible. Y como Rectorado no hace más -pero tampoco menos- que aggiornar creativamente, merced a la «alta academia» y la «alta indexación», la reconstitución de un poder soberano, flexible y capilar, sobriamente cincelado, donde se produce el «laissez faire» entre oligarquía y modernización.

En sus implicancias más extenuantes la propia modernización pinochetista ha devorado la apropiación concertacionista del término en cuestión. En los años 70′ tuvo lugar la proyección de una «vanguardia fantasmatica» que ha derogado las apropiaciones progresistas de nuestra modernidad. Hoy tal concepto ha sido vaciado de todo contenido.

Por fin contra el Rectorado semiótico -el principio de realidad y su teología del progreso- todo migra bajo la mirada auto complaciente de una elite hacendal sin retrato de futuro (pre-moderna) que, más allá de la performatividad de los mercados abiertos, aún no se suma a  ningún proyecto nacional. De allí que los movimientos ciudadanos siguen alertas hasta el plebiscito de entrada. Por fin aquí no hay esperanza, la modernización es un recurso ancestral basada en el sueño de un cristiano alevoso que despertó el hambre homicida de la hacienda.

Mauro Salazar Jaque