Avisos Legales
Opinión

La juventud siempre: el fin del sueño de la neutralidad

Por: Eduardo Pozo Cisternas | Publicado: 04.02.2020
La juventud siempre: el fin del sueño de la neutralidad | Foto: Agencia Uno
Años y años de abusos y las denegaciones que pasa a estar presente en toda la gama de los grandes poderes posibles: lo sexual, lo comercial y lo corporal-laboral. ¿Será suficiente solo la palabra que denuncia? ¿Qué lugar el acto? ¿Qué sería de nuestro país sin la radicalidad de los jóvenes?

“Con la autoridad que nos da el buen juicio/ Y en pleno uso de nuestra razón /Declaramos romper de forma oficial/ Los lazos que nos pudieron atar alguna vez/ A una institución o forma de representación/ Que nos declare parte de su total.

No necesitamos banderas, año 1984, Los prisioneros

 

Seguíamos rindiendo con los ojos achinados de sueño, como alienígenas a sabiendas que el bienestar o la “alegría ya viene” del progreso de la autosuficiencia de aquella libertad individual no llegarían jamás. Continuábamos el paso del sonámbulo durmiente, gracias a la anestesia de la psicología positiva, la ideotización del coaching para la autoayuda (subrayo el auto) y la publicidad de la idealización de la vida en sí que rechaza a la muerte. Aguantábamos tal vez porque este sueño neoliberal nos caló tan adentro, por tanto tiempo y se instaló con una tal cantidad de miedo en nuestros cuerpos (con sangre en la dictadura) que hacíamos del agobio y la precariedad laboral una distorsión onírica que tendría que acabar o mutar espontáneamente en algún momento. A lo mejor, paradójicamente. soportábamos el malestar con un par de clonazepan porque en lo más profundo estábamos al tanto que la devoración silenciosa de la termita neoliberal nos arrojaba a una solitaria fragilidad estructural que el firme pisar del despertar derrumbaría.

Ha sido difícil, para unos más que otros, pero no nos derrumbamos.

(No nos olvidemos lo difícil que es para algunos soportar la Plaza Dignidad “indigna”, sin verde. Tampoco del dolor de otros por ver el suelo de la ciudad rota o las paredes con crudos mensajes, ahora en vigilia, inevitable. Una mención especial para el sufrimiento de aquellos que añoran el orden de las señalética, la humillación del “si baila, pasa” o aquellos que ven en el fake news algo central…)

Bueno, y el despertar fue “con todo”, con fuerza y también con la violencia popular necesaria como para derrocar viejas estructuras, separándola por supuesto de la violencia nihilista de destruir sin proponer, por descarga oportunista, que por lo demás, siempre está presente. No fue un despertar tranquilo con olor a café, diario y frutas para incorporarse lentamente a la dulce rutina. Es un despertar del pueblo furioso; de la trabajadora que se despierta a las 6 am para tomar un transporte público lleno (si es que pasa), mientras escucha en la radio la violencia de un agente del Estado que goza diciendo que hay que despertarse más temprano aún para obtener las bondades del sistema. Es un abrir de los ojos rojos, rabiosos, del estudiante que trabaja y estudia con CAE, y acepta la ayuda de un padre o una madre que reciben violencia laboral mientras se entera en redes sociales como un viejo guatón en calzoncillos echa de “su” lago a unas trabajadoras donde ve reflejada a su madre, su tía o a su hermana. Es un despertar con la insolencia del escolar que vive en la periferia que evade el metro dando la primera señal, y que arrastra con la ira e impotencia de ser testigo de la conversación al almuerzo de su abuela jubilada con la vecina cotorra de que no llegan a fin de mes, que se cagan de hambre juntas, que no alcanza para los remedios, mientras de fondo la tele muestra como grandes empresas se han coludido con políticos, y la justicia solo los hacen pagar con clases de “ética”. Indignación.

Freud en su teoría de los sueños señala que el despertar repentino se produce cuando el trabajo del inconsciente falla y esos elementos que se estaban expresando de una manera camuflada, con la intensidad de la bizarrería, desfigurados en el escenario, simbolizados por cuerpos y nombres disfrazados creativamente para la ocasión, caen del montaje y aparecen de manera cruda, directa, de golpe, sin metáfora produciendo el grito del candidato a la paz. ¿Analógicamente, cuáles son esos ruidos que de un garrotazo nos hicieron despertar sudando?

El estallido actual aún está en un modo inicial, estamos en un momento de ver lo que sucede no de concluir, pero si podemos hacer historia, aunque dañemos el alma del neoliberal. Es un proceso iniciado desde la revolución pinguina del 2006, del movimiento estudiantil del 2011, del movimiento regionalista y ambientalista 2012, del movimiento en contra de las AFP el 2016, del movimiento feminista 2018, entre otros, y han producido un sedimento de saber popular. Esos elementos, siempre articulados entorno al abuso bajo la frase del no + “algo”, llámese: Lucro, privatización, AFP, hidroeléctricas, violencia de género (Ni una menos), ISAPRES, SENAME, TAG, etc…lograban despertarnos por momentos, pero los dispositivos neoliberales los volvían a camuflar en letras chicas somnolientas, con sus tóxicos gases de artilugios en gestión o con el bostezo contagioso de sus diarios y noticias en tv.

Evidentemente algo hizo que estas demandas populares se condesaran y tomaran una fuerza inesperada e incalculable. Detrás de este anudamiento no estuvo el alza al transporte público en sí, más bien un/a actor/actriz: los y las jóvenes. Ellos invitaron ya no solo desde la demanda del no + algo, sino desde la acción catalizadora EVADE, y luego de que todo explotara, la palabra central; DIGNIDAD “hasta que valga la pena vivir” dice uno de esos carteles ¿Qué es la dignidad?

Han matado e intentado frenar, violentando los cuerpos; el ojo (que graba, registra, denuncia y desnuda una violencia de aquellos agentes del Estado que ha existido siempre), la cara, la piel, el oído, la vagina, el ano violado. Los orificios más íntimos y básicos con los cuales nos relacionamos con los otros y luego creamos, en el mejor de los casos, un lazo. Y no han podido frenar ese deseo de colectividad e ir más allá del sentido común post-dictatorial.

No sé bien a que me refiero por jóvenes; podría ser un rango etario o caer en el cliché del alma joven. No sé, quizás quiera decir, los escolares, estudiantes de educación superior y también aquellos jóvenes que producto de la violencia segregatoria no han ingresado a la educación formal y trabajan o han sido institucionalizados por el Estado. Algunos participan en la llamada “primera línea” y otros integran la gran masa detrás de ellos. Ponen el cuerpo en distintos niveles. Sin el miedo que paraliza a algunos de las generaciones más grandes que van cayendo en las garras de la producción subjetiva neoliberal, la cual nos hizo dormir por tanto tiempo bajo la banda sonora brillante de la Concertación (una obra de arte).

Digo lo de los distintos niveles porque esa soledad que si bien es propia de todo sujeto, puede jugarse en la experiencia por segregaciones extremas: territoriales, laborales, educacionales, culturales, artísticas, etc. e incluso a través de la violencia ejercida concretamente contra el cuerpo por agentes del Estado y más aún, de una manera cotidiana como ocurre en sectores periféricos. Hay otra intensidad puesta en juego ahí que en aquellos que hemos sido violentados (y que muchas veces tenemos que hacer un esfuerzo psíquico para poder darnos cuenta, es decir, es mucho más simbólica) con un nivel de transgresión del pacto social evidentemente distinto. (Un llamado a la reflexión a los de la salud mental antes de preguntarnos si fue un acting o un pasaje a un acto o peor aún enjuiciar toda violencia sin hacer distinciones, ubicarlos como víctimas, héroes, o traumarlos a  prori).

O también arrastran con cicatrices de otras historias recientes que por supuesto los atraviesa; familiares torturadas, desaparecida o exiliadas en dictadura. Lo tienen presente, lo recuerdan. Lo que no se puede recordar se repite en acto dice Freud, y esta generación (quizás acá gracias al trabajo de las más antiguas) tiene consciencia de su historia política familiar o territorial que los hace no querer seguir sometiéndose a la violencia.

Diversidad de violencias neoliberales impactan los cuerpos (y de todos): la violencia de agentes del Estado y sus fuerzas armadas, de la violencia estructural neoliberal segregatoria y abusiva comandada nuevamente por el Estado, sus políticos y los grandes empresarios y por último, la violencia denegatoria y perversa protagonizado nuevamente por el Estado (tripleta) y del actor que brilla por su ausencia (que bueno que así sea) de la institucionalidad de la iglesia católica; hoy y antes sufrido en los cuerpos abusados de menores, entre otros. Años y años de abusos y las denegaciones que pasa a estar presente en toda la gama de los grandes poderes posibles: lo sexual, lo comercial y lo corporal-laboral. ¿Será suficiente solo la palabra que denuncia? ¿Qué lugar el acto? ¿Qué sería de nuestro país sin la radicalidad de los jóvenes?

La juventud para la política chilena es como una función, como el “real visceralismo” de aquellos jóvenes poetas mexicanos para la literatura de Bolaño. Se encarnan por supuesto en cuerpos y nombres específicos, pero se va renovando y en esa transmisión se va generando un conocimiento popular y una forma de resistir y escribir la memoria de la historia frente a estos tres tipos de violencias tan bien ficcionado por Bolaño en sus novelas y poesía. Literatura que nos hace también despertar llorando. Y riendo: música en vivo, mensajes, cánticos, bailes, performance, disfraces, conversaciones, vida de una colectividad que baila el baile de los que sobran. Festividad y esperanza también. No nos olvidemos de esto. Tal vez alojar lo vivificante (sin olvidar ni perdonar) debe ser la resistencia interna de cada cual para continuar.

Jorge González, músico y un gran analista político, lo dijo en los 80 “sangre latina necesita el planeta, roja furiosa y adolescente” es la que ha podido sacudirse de ese “sentido común”. Sin una ideología que los anude, sin un centro organizador (como por ejemplos lo que se da en redes sociales), habilitando lo heterogéneo del grupo, y también con diversidad de género y sin miedo a la orientación sexual. Una relación a la imagen muchos más radical y sufriente que las generaciones anteriores. Sin un centro fijo, sin líderes claros, pero con símbolos (de Victor Jara al matapacos) y una decisión notable. Una forma de hacer política nueva sin miedo a la autoridad masculina y que se sale de “la familia es lo único y más importante”. Quizás no necesiten para organizarse una función paterna, se ordenan psíquicamente de otra manera, con las libertades, excesos y sufrimientos que esto conlleva. Esta es su forma de hacer política, más desde una posición femenina (en jerga lacaniana), que de la ya aburrida, obsoleta, e ineficiente viejas estructuras viriles, pasada a una violencia patética. Resuena con esto la canción citada al comienzo de esta columna que se contrapone al argumento de la explosión pulsional adolescente desorientada como insinuaron Capponi o Peña…

Orientémonos por esta nueva ética de la cooperación y colectividad, sin miedo, con fuerza para derrumbar el mito de la objetividad de la ciencia dura, del equilibrio del moralista de las almas o la neutralidad detrás de la que se esconde el temerario y el cobarde. No vaya a ser que la brisa del mar, la lectura aburrida de una mala novela bajo el sol atontante, o que los amores de verano nos vayan hacer dormir una vez más con el sábado gigantes comunicacional de fondo a un volumen que nos cierra los ojos: la ley antisaqueo, la criminalización estudiantil, el rechazo a la constituyente, el cansancio frente a “los violentistas”, boicot, PSU,…shhhhtt…zzzz.

A NO DORMIRSE! SE NOS VIENE EL 8M!!!

Eduardo Pozo Cisternas