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Con todo, sino pa ké: El costo de oportunidad económico de la revolución chilena

Por: Martin Arias Loyola | Publicado: 05.02.2020
Con todo, sino pa ké: El costo de oportunidad económico de la revolución chilena | Foto: Agencia Uno
A más de cien días, después de miles de violentados, luego de semanas sin dormir por la pena y rabia, pero también por la esperanza acumulada, no creo que sea humanamente posible. Hoy, en medio de esta revuelta histórica que nivela la mesa, que recupera las plazas, las calles, los barrios y nuestro antes privatizado sentido de comunidad, sabemos que es imposible, impensable, dar marcha atrás, el pueblo exige su legítimo derecho a administrar su hogar, a través de una nueva constitución.

Mucho se ha hablado sobre el costo económico del estallido social en Chile. Se lloran edificios y centros comerciales. Complicadas estadísticas son presentadas en power points por ministros, con el fin de advertir sobre el alza del dólar. Las PYMEs se utilizan como chivos expiatorios para condenar a manifestantes pagados por una nueva (e imaginaria) Unión Soviética. Incluso el pasto de la Plaza de la Dignidad sirve como ejemplo de la destrucción de la economía causada por un montón de rotos alabando un quiltro negro con bandana roja, colores de la anarquía tropical marxista lagartista. Sin embargo, los mismos homos economicus tan obsesionados con el devenir productivo nacional, NUNCA hablan del verdadero costo económico de la revolución chilena. Es más, pareciera que ni siquiera entienden de economía.

Es por eso que quiero clarificar tres puntos. 1) economía significa – literalmente – administrar un hogar; 2) se define como una ciencia social que estudia la escasez y; 3) inicialmente se llamó economía política, puesto que se entendía que la ciudad/sociedad (polis) era el hogar de todas y todos, pero el apellido lo perdió gracias al fetiche de la ideología[1] neoliberal en transformarla en ciencia estadística, como parte de un acomplejamiento intelectual. Todo lo anterior puede no sonar muy asombroso, pero es mucho más profundo e importante de lo que aparenta:

Primero, la economía es una de varias ciencias sociales complementarias que tratan de explicar nuestra caótica e injusta realidad social. Esa realidad que ha permitido que hoy los ricos sean más ricos que en cualquier otro tiempo y parte del mundo[2] (si, inclusive considerando el período feudal o el esclavista), alimentados por un creciente ejército de pobres a quienes sus ingresos sólo alcanzan para sobrevivir. Otras ciencias sociales, como la sociología, antropología, historiografía, geografía y ciencias políticas, llevan décadas analizando como revertir estas injusticias, pero han sido acalladas en Chile ante el monopolio académico de la economía neoliberal, instaurado desde la dictadura.

El segundo punto es más importante, ya que la definición de economía como ciencia de la escasez es mucho más amplia que la reducida discusión sobre indicadores y billetes. El término escasez se refiere a una necesidad insatisfecha que debe satisfacerse con recursos finitos o que no están al alcance de todos(as). Las infinitas necesidades que tenemos pueden jerarquizarse según su importancia y urgencia, pasando de las relacionadas con la supervivencia (ganas de comerse un completo para calmar el hambre) a aquellas que surgen una vez que ya contamos con techo, ropa y alimento, tal como el deseo de autorrealización. La economía, entonces, estudia cómo se satisfacen esas infinitas necesidades con los escasos recursos que cuentan las sociedades.

Sin embargo, resalto la importancia de pensar en la palabra recursos. Muchas veces creemos que un recurso es solamente algo físico, como un pedazo de cobre para exportar, un billete de 10.000 pesos para gastar, alguna parte de nuestro cuerpo para trabajar o una cerveza para saciar la sed. Pero también pueden ser elementos abstractos, tales como el amor de una madre, el consejo de un amigo, la estabilidad emocional o la felicidad que da la sonrisa de un hijo. Dentro del segundo grupo hay dos recursos que son extremadamente escasos y fundamentales para todos los humanos, y que pocas veces se ven en los análisis económicos de matinales o revistas: el poder y el tiempo.

A grandes rasgos, el poder dentro de una sociedad es algo que todos podemos ejercer, cuando influimos en otra persona o grupo de manera directa o indirecta, para que haga algo que de otra manera no habría hecho. Por ejemplo, cuando pedimos a nuestra pareja ayuda con algo, o a un gobierno con 6% de aprobación que saque a su ministro del interior por violaciones a los derechos humanos. Varios dicen que el foco de las ciencias sociales es el estudio del poder y mucho se ha escrito sobre eso, pero ojalá te quedes con la idea de que el poder es un recurso que sólo existe cuando una persona o grupo lo ejerce de manera consciente, y no es algo que se puede almacenar en una bodega. Es decir, es un recurso escaso y relacional, y mientras más personas se junten para ejercerlo en pos de un objetivo, más fuerte se hace sentir.

El tiempo, por otra parte, también es crucial. Poetas, religiosos(as) y filósofos(as) han destacado cómo desde que nacemos empezamos a morir. Es decir, todos(as) estamos en una carrera contra el tiempo, recurso que se nos acaba a cada momento. Algunas(os) se toman esto de manera nihilista y piensan que luego de la muerte no hay nada más, mientras que otros acuden a la fe que promete una extensión de este tiempo en un más allá. Ambos extremos, muy influyentes incluso hoy en día, sirven como guías existenciales a nuestra necesidad de trascender, de encuadrar de qué forma es gastar el precioso tiempo en esta tierra, único, para los nihilistas; o corto, pero posiblemente extensible hasta el infinito “si se portan bien”, para los religiosos. Si lo pensamos bien, los “ricos” no sólo tienen dinero, sino también mucho tiempo: para vagar, comprar, viajar o zorrear. Esto, ya que muchas veces no deben trabajar. Para eso estamos nosotros.

El tercer punto por aclarar sobre la economía es fundamental. La economía pierde su peligroso apellido de política en la batalla de dos bandos. Por un lado, el bando que veía la economía como una de varias ciencias sociales complementarias, enfocadas en dar soluciones políticas a los problemas de aquellas(os) que enfrentan los peores efectos de la escasez más violenta: los(as) pobres y oprimidos(as). Ese grupo de economistas políticos fueron derrotados por los economistas neoclásicos, siendo en Chile representados por los Chicago Boys, quienes han propagado las ideas del libre mercado como única alternativa posible, tal y como les enseñó el padre (reconocido, porque del padre biológico austriaco muchos no conocen ni el nombre) de la ideología neoliberal, Milton Friedman.

Friedman estaba obsesionado con transformar la economía política en una “ciencia dura”[3] y “objetiva”[4], lo que para él significaba “adaptar” conceptos desde las ciencias naturales, tales como las ideas de “fuerzas” (física), “equilibrio” (física) y “evolución” (biología), además de toda la matemática, cálculo diferencial y estadística que hicieran los delicados e irreales modelos económicos más creíbles pero incomprensibles para el vulgo. El problema de este robo irresponsable de conceptos es que las ciencias naturales trabajan con fenómenos replicables bajo condiciones experimentales controladas, mientras que la extrema complejidad de la realidad social hace poco factible esos procesos, por lo que es poco real hablar de que en la realidad social existen “leyes” que se cumplirán siempre, dados unas condiciones determinadas. Basta ver que la ley de la oferta y la demanda descansa sobre una serie de supuesto completamente cuestionables, tales como que productores y consumidores tienen información perfecta, no tienen poder sobre los precios, existe competencia perfecta, los bienes y servicios son exactamente iguales y – lo más irrisorio – ambos grupos son completamente racionales. Chile fue el primer laboratorio para los experimentos de Milton Friedman y hoy – casi 50 años después de que sus alumnos privatizaran el país y se hicieran millonarios, aún lidiamos con las nefastas consecuencias de sus ideas.

Habiendo comprendido esto, queda sólo algo más que explicar antes de revelar el verdadero costo económico de la revolución chilena: el concepto de costo de oportunidad. En economía, el costo de oportunidad es el costo de la segunda mejor opción. Esto se refiere a lo que una persona renuncia y que más siente abandonar, con tal de elegir una alternativa determinada. Es decir, si me encanta dormir, el costo de oportunidad de ir a una marcha organizada temprano por la mañana es aquel que – dentro de las infinitas posibilidades a las que podría destinar mi tiempo en lugar de asistir a la marcha como estudiar, ver televisión, jugar una pichanga, etc.  – sería el estar en casa durmiendo. Esto, ya que es mi segunda mejor opción, lo “que más me duele sacrificar” para ir a la marcha. También se puede tomar como lo que elegiría hacer si decidiera no elegir la mejor opción, es decir, si no fuera a la marcha.

Así, es tiempo de volver a la pregunta inicial: ¿Cuál es el costo de oportunidad económico de la revolución chilena, donde el pueblo movilizado busca emanciparse para recuperar su capacidad de administrar su casa? Es decir, ¿cuál es el costo de no continuarla, la segunda mejor opción en lugar de luchar por la utopía? Esta pregunta implica que el objetivo primario de la revolución es claro:  transformar toda la estructura del país, a través de un nuevo pacto social que asegure la justicia y la dignidad de las personas, recuperar el control democrático sobre la economía. Ese es el premio por el que se está luchando, la primera mejor opción. ¿Cuál sería, entonces, la segunda mejor opción?

Para el pueblo movilizado, el costo de oportunidad (o segunda mejor opción), sería recobrar todo lo que ha perdido en esta lucha como sus ojos y sus derechos humanos, pero también mutilaciones, violaciones y todo tipo de vejaciones. También sería recuperar el tiempo de los asesinados por el estado, de las noches de insomnio, las lágrimas, la rabia, la esperanza acumulada, olvidar los malos ratos recibiendo insultos y amenazas. Para muchos(as), agotados(as) de las movilizaciones, sería el recobrar una tranquila pero opresiva “normalidad”. Sin embargo, gran parte del pueblo movilizado parece estar determinado a no conformarse con el premio de consuelo, continuando la lucha por el gran cambio. Defender los pequeños logros, celebrar las caídas de intocables, el reencuentro con los vecinos, las calles recuperadas, las plazas renombradas, las estatuas colonizadoras derribadas aún merece la pena. Todo eso, muestra del recuperado ejercicio del poder popular, alimenta la creciente – e históricamente insatisfecha – necesidad por alcanzar la deseada justicia social.

Asumir el costo de oportunidad sería decir, entonces, que está bien volver a esa normalidad alienante, a vivir con la bota encima y la cabeza gacha, a callar nuevamente a Los Prisioneros y Victor Jara; y ver a quienes nos dispararon, mataron, insultaron, torturaron, robaron, mintieron y mutilaron, reír tranquilamente mientras vuelven al shopping mall más cercano al ritmo de los nauseabundos jingles publicitarios. Volver a verlos poner a sus familiares en cargos públicos, robar coludiendo o acaparando estatuas, extorsionar y vender su alma para sólo recibir clases de ética. Sería decir que todo lo que sacrificamos no vale tanto como la alternativa, el retorno a la “pax social”, “normalidad made in Chile”, “la estabilidad política que nos hace lucir bien en los rankings”.  Es decir, conformarse con cualquier cosa menos que un nuevo y mejor país, sería reconocer que nada de lo anterior valió la pena, que todos nuestros escasos recursos: tiempo, emociones, sangre y esfuerzos, fueron malgastados para nada. Ese es el verdadero costo económico para el pueblo de Chile de no continuar. De allí que, rebelándose en su sabiduría popular y con toda la fuerza de su historia, este pueblo consciente y luchador, haya acuñado la frase “con todo, sino ¿pa ké?”.

Quienes hoy cacarean hablando del costo económico desde la vereda del gobierno sólo se refieren a cosas materiales, pero a nada remotamente humano, porque sus privilegios los han deshumanizado. “No es necesario demoler la casa para hacer cambios” dicen, cuando en septiembre del 73 la hicieron volar en pedazos con misiles y tanques, para luego reconstruirla usando como cimiento una constitución maldita sostenida por miles de huesos y muertos. Hoy otra vez nos exigen que asumamos el gigantesco costo de mantener la casa “ordenada”, pero ¿realmente estamos dispuestas(os) a asumirlo? ¿realmente alguna(o) de nosotras(os), de los que aún nos horrorizamos con los videos de violaciones de derechos humanos, de criminalización insensata, quiere darle en el gusto a estos falsos e inhumanos (pseudo) economistas?

A más de cien días, después de miles de violentados, luego de semanas sin dormir por la pena y rabia, pero también por la esperanza acumulada, no creo que sea humanamente posible. Hoy, en medio de esta revuelta histórica que nivela la mesa, que recupera las plazas, las calles, los barrios y nuestro antes privatizado sentido de comunidad, sabemos que es imposible, impensable, dar marcha atrás, el pueblo exige su legítimo derecho a administrar su hogar, a través de una nueva constitución.

Así, el verdadero costo de renunciar a la revuelta por la dignidad es algo que el pueblo de Chile ya no está dispuesto a transar. El pago lo harán los otros, esos antes privilegiados, antes intocables y hoy muertos de miedo. Ellas y ellos, agresores, abusadores, violentistas, mercenarios, inhumanos e inmorales tiemblan porque el tiempo les juega en contra; e intuyen – aterrados – el costo de oportunidad que deberán asumir por dejarnos rehacer el país de manera justa y a nuestra pinta: el término de los privilegios que aún concentran, porque el poder ya lo tomamos.

Hoy, históricamente, el pueblo de Chile se rehúsa a pagar. Hoy, históricamente, el pueblo de Chile se da cuenta en realidad lo que se le adeuda. Se acerca a los morosos en las Condes, Vitacura y Huechuraba y cada día les toca la puerta con más fuerza. Ellos saben y nosotros también: no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, principio básico de introducción a la economía y las finanzas que tanto les gusta. La economía sin apellido ha muerto. Larga vida a la economía política revolucionaria, humana, antipatriarcal, emancipadora, justa y solidaria del pueblo chileno despierto y movilizado, que avanza con todo, sino ¿pa ké?

[1] ideología en el sentido que es un conjunto de ideas para explicar el mundo y actuar en él.

[2] https://thinkprogress.org/the-wealth-gap-between-rich-and-poor-is-the-widest-ever-recorded-6e9579966adf/

[3] Concepto ridículo que asume implícitamente la existencia de ciencias “blandas”. Esta discusión no tiene sentido cuando se considera que el conocimiento científico se define por el generado a través del método científico. Los métodos cuantitativos son sólo uno de una miríada de métodos posibles para responder preguntas de investigación. Esta discusión fue zanjada por la filosofía de la ciencia (epistemología de la ciencia), hace más de 50 años. Hoy en día varios “científicos” chilenos siguen utilizando esta división para hacer parecer algunas ciencias hiper-cuantitativas como más “verdaderas” o “válidas”, lo que demuestra su nulo conocimiento de epistemología o rama de la filosofía que estudia cómo se producen los distintos tipos de conocimiento.

[4] Esta es otra discusión anacrónica. Las ciencias sociales son subjetivas por definición, ya que el investigador es un sujeto cargado de valores lo que hará siempre subjetivo el análisis. La única manera de ser “objetivo” es que el investigador se transforme en objeto (como un terminator). Esto aplica tanto para las ciencias naturales como sociales y también fue zanjado por la epistemología décadas atrás.

Martin Arias Loyola