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Otra muerte más en el Sename: La historia del niño ahogado en un paseo en Peñaflor

Por: Diego Alonso Bravo C. | Publicado: 11.02.2020
Otra muerte más en el Sename: La historia del niño ahogado en un paseo en Peñaflor Cristian Ortiz tenía siete años. | Fotos: cedidas.
Cristian Ortiz (7) estaba al cuidado de un hogar que trabaja con el Servicio Nacional de Menores, cuando falleció ahogado durante un paseo a la piscina municipal de Peñaflor. Pese a los trágicos sucesos, su hermano Tomás, sigue aún internado en la misma residencia. Las versiones de los testigos se cruzan con la de la misma Fundación Koinomadelfia, los encargados de su tutela. Leandra Verardi, la madre del menor fallecido, acusa desidia de la institución y pide que se encuentren a los responsables. “Lo único que quiero es que me devuelvan a mi otro hijo”, dice.

El pequeño Cristian tenía una forma para asegurarse que su madre volviera a visitarlo: antes de terminar la visita en la residencia para niños, niñas y adolescentes Koinomadelfia, en Peñaflor; el niño le decía: “Toma, mamá, me lo traes el próximo lunes”. El juguete, un pequeño automóvil de metal, era en el fondo una promesa. Una promesa que Leandra Verardi intentaba cumplir todas las semanas, algunas veces con más frecuencia que otras. La distancia complicaba las cosas.

Leandra vive en Coquimbo desde fines de 2016, o principios de 2017, no recuerda con precisión. Lo que sí sabe es que el cambio desde La Granja, en Santiago, donde vivía hasta entonces, fue después que los Tribunales de Familia le quitaron la custodia de Cristian y Tomás, su otro hijo varón, derivándolos a ambos al hogar preescolar Belén, de la fundación San José, el 27 de octubre de 2016. 

El desmembramiento de su familia es una historia que tiene un punto de inflexión un par de años atrás. En el año 2014, la hija mayor de Leandra, Anaís, fue internada en el hospital Padre Hurtado. Hasta allí llegó el padre de los niños, Cristián, y sin razón aparente golpeó a la mujer en la boca. Los doctores vieron la escena e hicieron la denuncia respectiva. Con el tiempo, los episodios de violencia intrafamiliar se fueron acumulando. La familia había entrado al radar del Servicio Nacional de Menores (Sename).

Leandra decidió abandonar a su pareja. Sin redes familiares sólidas y con ingresos variables por la venta de ropa usada en la feria, comenzó a vivir donde la recibieran junto a sus hijos. Fue así como llegó a una pieza, con piso de tierra, ubicada en el patio trasero de una casa en La Granja. Esa insolvencia, sumado a las precarias condiciones de habitabilidad, encendieron aún más las alarmas del organismo encargado de la custodia de menores en riesgo social. 

Después de pasar por varias casas, en condiciones precarias, terminó viviendo de allegada en la casa de su papá junto a sus dos hijos varones, encargando a Anaís a su abuela paterna. Su situación mejoró, pero ya era demasiado tarde. El Sename ya había decidido despojarla de sus dos hijos. El padre de Leandra entonces decidió oficializar la custodia. Fue con esa intención que acudió hasta los Juzgados en San Miguel y pudo retener a sus nietos durante un mes. Si llegaba a firmar el mes siguiente, la prórroga se extendería por seis meses más. El abuelo, finalmente, no llegó a firmar. La suerte estaba echada. Cristian y Tomás fueron derivados a un hogar de menores en octubre del año 2016.

Leandra recuerda que los niños no entendían por qué la separaban de su madre. Ella se sintió traicionada. Pero siguió viéndolos, visitándolos, llevándoles regalos para ellos y para los otros niños a los que nadie iba a ver. En 2018 cambiaron a Tomás y Cristian de residencia a Peñaflor. El miércoles pasado recibió una llamada de una tía del hogar: Cristian había tenido un accidente durante un paseo recreativo a la piscina municipal. 

Mancha negra

El jefe del local donde trabajaba Leandra en Coquimbo, conmovido por la historia, le dijo que se tomara todo el tiempo necesario, que viajara, que se fuera en avión, que él le compraba el pasaje. Y eso hizo. Lo único que sabía hasta entonces era que su hijos estaba en urgencia del hospital de Peñaflor. Cuando llegó a Santiago, Cristian ya había sido derivado al hospital Félix Bulnes. “Mamita, tiene que prepararse para lo peor”, dice Leandra que le dijeron. 

Allí se enteró que el pequeño Cristián, junto a otros tres niños, habían estado jugando a quién duraba más bajo el agua. Una testigo de los hechos le escribió después por WhatsApp explicándole que, alrededor de las 15:20 decidió ir a bañarse con su marido, observando qué tan onda era la piscina. “De repente mí marido me dice ‘qué fea la mancha negra que está al fondo de la piscina”, escribió la mujer. 

Luego agrega que, al observar con detención, se percata que no se trata de una mancha. “Rápidamente le grito al salvavidas que estaba del otro lado de la piscina que hay un niño en el fondo. El salvavidas se tira a rescatarlo. Cuando lo sacaron del fondo, el niño ya estaba morado. Tiene que haber estado hace rato ahí, lo empezaron a reanimar. El salvavidas llamó a los paramédicos que estaban allí”, continúa describiendo.

La mujer asegura que una niña comenzó a gritar: “¡Es Cristian, es Cristian!”. Al finalizar el mensaje concluye: “Me preguntó yo qué hacía un niño de siete años en ese lado de la piscina, donde hay tres metros y algo, mientras las tías estaban sentadas en el pasto. Yo esa noche no pude dormir, veía a Cristiancito y lo escuchaba que me decía: ‘gracias, tía”.

Los testigos

“Los mismos funcionarios no me daban mayor explicación, ni más datos, ni siquiera en la piscina en la que se había ahogado. Estaba totalmente desorientada. Ellos saben el cagazo que se mandaron con mi hijo”, acusa Leandra. Cuenta también que no hubo quién le explicara nada mientras esperaba el deceso de su hijo.

La Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones llegó a eso de las cuatro de la mañana del jueves. Ellos se harían cargo de las pesquisas.

Al otro día, y ya en el Servicio Médico Legal, a Leandra le dijeron que la causa de la muerte había sido asfixia por inmersión. Hasta allá también llegaron la directora del hogar, la asistente social y la sicóloga. “Básicamente me dieron el pésame”, resume. Durante la noche, en la página en Facebook de Koinomadelfia publicaron un comunicado en el que detallaron que fueron con 31 niños a ese espacio de “entretención y esparcimiento”, con ocho trabajadores del hogar (uno por cada tres de ellos, según precisaron); y luego se cruzan las reacciones.

“Yo hablé con otros niños que estaban ahí y que fueron testigos. Me dijeron que estaban sin supervisión y sin un salvavidas cerca, que habían tres tías de espaldas a la piscina, comiendo y conversando. Los mismos niños que estaban jugando con él me dijeron: ‘Tía, no lo pude sacar’. Se sentían súper culpables”, cuenta Leandra sobre lo que pudo recavar.

Desde el hogar, en tanto, señalaron: “En circunstancias que son materia de la investigación en curso, las personas a cargo se percataron de que el pequeño se estaba ahogando, por lo que fue sacado de inmediato de la piscina, sometido a un intenso proceso de reanimación”.

Con todo, la preocupación de Leandra está concentrada en dos temas: primero, en encontrar las responsabilidades por lo de Cristian; y segundo, en sacar de allí a Tomás, su otro hijo.

“Mis hijos son susceptibles de adopción. Quedan cuatro meses para terminar el proceso de búsqueda. No puedo esperar tanto, si ahora no tengo motivos para confiar en ese hogar. La siquiatra (con la que se atiende el niño por el mismo hogar) dice que la única forma de que él se recupere es conmigo. Yo ahora tengo estabilidad laboral y en Coquimbo vivo en una casa grande con mi mamá”, cuenta la madre, sin comprender todavía porque el Estado le arrebató a su hijo y se lo devolvió de la peor de las formas posibles. 

Ahora comienza su otra otra lucha: recuperar al pequeño Tomás. 

El Desconcierto intentó conocer la versión del Servicio Nacional de Menores, sin éxito.

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