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Opinión

¿Qué es lo imprescindible?

Por: Sebastián Herrera | Publicado: 28.02.2020
¿Qué es lo imprescindible? | Foto: Agencia Uno
Llama la atención, dos cosas: primero, que el daño a la autoridad provocado por los no autorizados, es menor que el de los llamados a frenar la violencia. Y, en segundo lugar, el amparo y subterfugios utilizados por la autoridad, me refiero por ejemplo, a la censura -caso Moreira con Colón-, la restricción a libertades mínimas -toque de queda-, infiltración ilegal -Matthei y Providencia-, la borradura de la historia -Caso GAM y Centro de Arte Alameda-, las extrañas maniobras contrarias a cualquier tipo de seguridad, -caso camioneta de Carabineros que deja escombros en San Borja-, o la impunidad de quienes trafican armas en nombre del orden -caso AK47-. Esto, no es una interpretación, sino, más bien, información objetivamente concreta.

Pensar y distanciarse -dicen-, ejercer el libre uso de la imaginación -interpretar-, para entablar una operación posible y un mundo posible. Llama la atención el continuo pánico que suscita la violencia en nuestro país. El pensamiento y su distancia, la interpretación y análisis. Aquí, por ejemplo, algo similar: la famosa frase “El enemigo poderoso” articulada por Piñera, mientras lo más cercano al centro de Santiago fue su extraña caminata republicana por Teatinos, a calle cerrada y con cobertura de La Tercera; o su atinada y empática salida a comer pizza con los nietos en la misma jornada de colapso y protesta en el transporte público; o las declaraciones de Checho Hirane, donde describe como delincuentes a los manifestantes de Plaza Dignidad, para luego aseverar que nunca ha ido al lugar; o Iván Moreira hablando de incitación a la violencia, respecto al show de Mon LaFerte, sin hacer un mea culpa sobre el violento y fraudulento financiamiento de las campañas políticas. Pienso esto, para también pensar desde qué lugar, distancia y privilegios se convoca la violencia o su ausencia.

Llegan a la memoria estos hitos luego de leer la carta, firmada por 31 “figuras” políticas, que hicieron eco del llamado a la unidad y a la condena a los hechos de violencia que realizó el Presidente Piñera, y que entre los firmantes se encuentran figuras como: Enrique Correa, Soledad Alvear, Mariana Aylwin, Sergio Bitar, Vivianne Blanlot, José Joaquín Brunner, Osvaldo Puccio, Adriana Delpiano, Mariano Fernández, José Miguel Insulza e, incluso, Clemente Pérez (sí, el mismo del “cabros, esto no prendió”), y cuyo contenido llama a un acuerdo de fuerzas políticas y sociales para, según el senador Insulsa, festejar un plebiscito sin “la cara de bronca y con odio”. El texto lleva por título “Es tiempo de un acuerdo Nacional”, en donde se expresan anhelos como: “Todos unidos para construir nuestra casa común”. Lo que recuerda, al mismo tiempo, una transición en la que Aylwin recibió la banda presidencial, para luego dar la mano a Pinochet o en su discurso, en el Estadio Nacional, en donde invocó la necesidad de “reconstruir la unidad de la familia chilena”. Similitudes. Extrañeza. Pensar y distanciarse. 30 pesos: 30 años. Bronca y odio. ¿qué es la violencia?, ¿qué es lo imprescindible?

En la carta podemos encontrar consignas como “es hora de frenar un lacerante enfrentamiento” y, a propósito de esto, un viernes, a las 18 horas, podríamos hacer un ejercicio: caminar simplemente por los alrededores de Tobalaba, observar su comercio y propuestas gastronómicas, incluso, sentarnos en alguna terraza y disfrutar de una cerveza. Luego de terminar, podríamos ir a la Plaza de la Dignidad (¿ese nombre es una interpretación o un hecho? Bueno, para los más precisos, digamos Plaza Italia), caminar por sus alrededores, tener la necesidad de cubrir el rostro con la polera, para impedir que el gas lacrimógeno haga efecto, observar algunos transeúntes, a los Carabineros concentrados en algunos puntos que ya se han hecho habituales, adelantar a un joven a torso desnudo y cara cubierta, sortear piedras, a veces caminar o, incluso, correr un poco para adelantar al guanaco, el zorrillo y a un par de Carabineros que disparan lacrimógenas al cielo, a pocos metros de los transeúntes, con el supuesto fin de brindar seguridad. Digo supuesto por los modos, pues así como la seguridad de estos últimos tiene directa relación con el tipo de arma utilizada, cada cierta cantidad de metros, podemos observar otras formas: ver a algunos transeúntes ofrecer agua con bicarbonato y limones o, también, mascarillas para evitar el uso de la misma polera. Agua o cerveza se puede encontrar varias cuadras más adelante, lejos de ese perímetro, en el que la Alameda es ocupada por familias con niños, niñas, adolescentes, capuchas y vecinos. No es extraño tener que parar el curso debido a encuentros, amigos, amigas, familiares o conocidos. Parece el romanticismo de los demandantes, sin embargo, un dato objetivo puede avalar esto: los 96 millones de dólares destinados a Carabineros, Ciberseguridad y PDI, el que fue financiado por el Gobierno y el Banco Interamericano de Desarrollo para el Programa de Fortalecimiento de la Gestión Estratégica de la Seguridad Pública, mientras los violentistas se arman de palos, piedras y escombros.

Pensar y distanciarse. El escritorio, el conocimiento, un anaquel lleno de polvo, las palabras que saben a naftalina y se encuentran en reposo a la espera del momento: el acontecimiento. Si escribir es desgarrar, herir una hoja, movilizar el pensamiento, qué es entonces el trayecto de una piedra, la fisura y rotura de los símbolos, qué se escribe ahí, que se ha escrito con eso y qué se escribirá. Muchas veces, se describe un paisaje enalteciendo la objetividad periodística, un paisaje como el anterior, en el que se convocan palabras, pero en el que falta una pregunta: ¿quién las reúne y nombra esa comunión?

El primer acto de violencia fue un salto y asalto a la norma. O quizás me equivoco, primero fueron los 30 años. Luego vino el alza en los pasajes, el torniquete, el incendio, los rallados, pancartas, el desmantelamiento de los espacios y sus costumbres: aquí una primera escritura: Baquedano, ahora, como dije, Dignidad. Hay otras palabras que ya nadie quiere decir, a pesar de algunas cosas, por ejemplo: 208 denuncias por violencia sexual, 400 por torturas y tratos crueles, 884 por uso excesivo de fuerza en detención, 3.649 personas heridas (entre ellos 269 niños, niñas y adolescentes), 405 heridas oculares, 2.063 heridos por disparos. Eso según cifran del INDH sobre su catastro de la persona común, la que está de pie sin tachar la hoja, como yo en este momento, sino más bien observando el trayecto de las piedras, las mismas que, para ser justos ha irrumpido en la propiedad privada, en su inmobiliario (Walmart fue quien acusó al Estado de Chile de no cuidar el derecho de propiedad), efectuado saqueos y daños en la infraestructura policial; cuerpo armado que según su propio registro tiene a 2.421 funcionarios lesionados, 65 por impactos de bala, 22 con traumas oculares, 49 con quemaduras, 85 con fractura, 159 con lesiones graves y 210 del tipo menos grave.

Llama la atención, dos cosas: primero, que el daño a la autoridad provocado por los no autorizados, es menor que el de los llamados a frenar la violencia. Y, en segundo lugar, el amparo y subterfugios utilizados por la autoridad, me refiero por ejemplo, a la censura -caso Moreira con Colón-, la restricción a libertades mínimas -toque de queda-, infiltración ilegal -Matthei y Providencia-, la borradura de la historia -Caso GAM y Centro de Arte Alameda-, las extrañas maniobras contrarias a cualquier tipo de seguridad, -caso camioneta de Carabineros que deja escombros en San Borja-, o la impunidad de quienes trafican armas en nombre del orden -caso AK47-. Esto, no es una interpretación, sino, más bien, información objetivamente concreta.

Quien decide, decide desde el polvo, desde la hoja, desde la herida en el papel, por quien tiene el tiempo y ánimo de abandonar la calle, el malestar y su marcha. Quien llama al apaciguamiento y el cese a la calle, lo invoca desde afuera, un afuera que es una burbuja como este privilegiado escenario en el que escribo estas palabras. Mientras, afuera, existe la intemperie, el frio olvido de los no privilegiados e indignados, sujetos anónimos y sin nombre, a quienes se procura cuidar en función a consideraciones y posibles pérdidas, pero ¿qué pérdidas?, ¿qué se pierde? Para no caer en romanticismos sería importante pensar en el caso de Baltazar, el niño de nueve meses que murió en octubre, producto de una bala loca en La Pintana, comuna cuya alcaldesa, Claudia Pizarro, en entrevista con el The Clinic expresó lo siguiente: “Las muertes acá no tienen que ver con el estallido social, no culpemos al estallido social. El problema es que vivimos en un entorno violento que nos invita a ser violentos y eso no ha cambiado nada porque no encontramos respuesta de parte del Estado”. Más adelante, la alcaldesa continúa con lo siguiente: “No se va a solucionar todo con un cambio de Constitución creo que vienen a continuación esos cambios y hay que jugársela. No tenemos nada que perder, lo hemos perdido todo”.

Una consigna se ha hecho cotidiana: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, su naturalidad radica en su frecuencia, en las voces que la pronuncian, en las calles que ven su grafía, en la reescritura de ciertos vocablos que han resignificado espacios, y donde la oficialidad ha quedado alejada de este llamado y al contrario ha encontrado su propia sinonimia, el uniforme armado que también se ha llenado de condecoraciones: escupos, culiaos varios, mal nacido, mierdas y muerte, que penden tintineantes y rítmicos, cuando corren tras quien ya no huye. En los muros hoy existe cierta corporalidad, la pintura se asemeja a la mano cubierta de cayos; una cachetada feroz cuando ya ha pasado tiempo desde ese 18 de octubre. Mientras acá, en esta hoja, se discute el oficio y la faena, la continuidad y su costumbre; en tanto allá, en el afuera, se escribe la subjetivación de la podredumbre; un cuento que aún no acaba, pero del que todos quieren usufructuar cierta épica: libros, encuentros, opiniones, y columnas como éstas.

Ahora, quizás, la lucha será más descarnizada, veremos en qué trinchera se encuentra cada cual: el sentido de clausura, para algunos, cuando aún nada acaba; la posibilidad de enunciarse, para otros, en las calles, y así decir un posible nombre a eso que no se nombra. Sin embargo, lo importante: ¿qué es lo imprescindible? Las escasas muestras de afectividad ausentes en la intimidad hoy se hayan en lo múltiple, en la sensación, que antes anacrónica, hacía idealizar una cotidianidad, porque si la consigna de los últimos tiempos fue: “En la medida de lo posible”, es decir, 30 años de perpetuidad hacia la nada, entonces, realmente, ¿qué es lo imprescindible? Todo esto podría terminar, dejar que el curso imponga su orden, podría suceder, por ejemplo, que un Rechazo triunfe en el plebiscito. En ese escenario seríamos testigos de la persistencia de la norma violenta, que por 30 años ha imperado de forma democrática. Sin embargo, también podría ocurrir que triunfe el Apruebo. En ese caso, en esta hoja llena de privilegios, levanto una pregunta: ¿la violencia ejercida terminará? Recuerdo una frase de Brecht: “Los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”, quizás ahí una respuesta.

Sebastián Herrera