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Opinión

A propósito de la convocatoria del 8M 2020, este es mi feminismo travesti

Por: Claudia Rodríguez | Publicado: 08.03.2020
A propósito de la convocatoria del 8M 2020, este es mi feminismo travesti |
Si quiero transformar el mundo ¿a qué estoy dispuesta? ¿A omitir, olvidar y negar? Solo puedo hablar por mí, envejecí con ansias de ganar a toda costa, pero ¿en qué contribuyo yo al feminismo si no hablo de esto? A mis más de 50 años he aprendido que un acto feminista es poner el cuerpo a riesgo de perderlo todo, y no omitir la voz, no olvidar el cuerpo, no negar la historia.

Cuando me lean, no se imaginen una voz delicada, mi voz no es así.
Comienzo haciéndome una pregunta. ¿Qué pretendo ganar haciéndome parte de esta marcha? Todxs pretendemos ganar algo, lo que sea, nombre, prestigio, poder. Y me pregunto, ¿el ganar es una ansiedad histórica? o ¿el querer ganar siempre es una ansiedad mas bien patriarcal y capitalista?
Todo lo que diga aquí puede ser usado en mi contra.

Mi violencia no es igual, no es la misma, ni parecida, por eso entiendo el separatismo de mis compañeras. No soy mujer, no soy mapuche, no soy negra. Me enuncio travesti con mi voz de hombre y la ética feminista cotidianamente problematiza mi discurso sobre mis experiencias frente a la violencia.

Soy de una generación de travestis cada vez más extinta, todas mayores de 50. Nací niño como si no hubiera podido ser de otra forma y se les encomendó a los hombres de mi familia mi socialización para hacerme igual a ellos, hombre. Nací niño y se me preparó para ser agresivo, violento y cruel; conviví con la experiencia de devolver cada golpe a quien fuera y porque sí. Esa es una experiencia real imposible de omitir frente a una mujer. Duele golpear, pero se olvida. Duden de mí si lo niego u oculto porque no deja de ser un privilegio aprender a defenderse, ser parte de ese mundo que retribuye golpes cada vez peores. Se me enseñó a hablar como los hombres, hablo tan fuerte que mi voz golpea la mesa para que todo el mundo me escuche. Mi voz no ha dejado de usufructuar de este privilegio y eso me hace inconfundiblemente una travesti cómplice. Soy de esa generación de travestis deseantes, que nos construimos hermosas para el deseo de los hombres, aparentemente a su disposición, bromeando sobre la posibilidad de ser violadas por un desesperado campesino, obrero o traficante. En nuestras íntimas conversaciones el sexo con violencia fue un seductor imaginario. A la Claudia de San Bernardo le falló el cálculo y se fue de parranda con los hombres que la violaron y mataron. “A veces pasa”, dijeron mis otras compañeras. Recuerdo una vez que caminábamos por el centro de Santiago acosando a jóvenes, como ellos acosaban a las mujeres. Nos fascinaba descaradamente tocarles el paquete, nosotras, con cuerpos de mujer, obedeciendo sin vergüenza a lo que los hombres naturalizan como su mamífero deseo. Una vez vi a la Myriam Hernández sacarle la mierda a un paco con su propia luma, porque le robó la plata. Cuando les comenté que un weón me había cagado con la plata y me apuntoó con una pistola, mis compañeras se cagaron de la risa y me dijeron
que tenía que ser más vivita porque el mundo nos lleva por delante. Mi violencia no es igual.

Cuento todo esto poniéndome en jaque a mí misma, ¿qué soy, si no una travesti atravesada por el patriarcado?

Es peligroso no ser parecida, semejante, similar, de la misma medida, parejita a a una mujer. Querer dar la impresión de no tener que usar tanto maquillaje para borrar la barba, como que nunca tuvimos barba, como que nunca corrió libremente por nuestro torrente sanguíneo ni
una molécula de testosterona.
Como que se hubiera nacido sin testículos y nunca eyaculamos.
Como que nunca nos masturbamos, como que nunca hervimos de deseo de penetrar, como que nunca nos sangró la tula, ni nos cortamos el frenillo de tanta paja.
Como que nunca fuimos calientes, ni egoístas, ni mal intencionadas, como que siempre fuimos travestis mariconas buenas y bien intencionadas.
Como que siempre rezamos.
Como que nunca nos pesó un gramo ser quienes somos.
Como si no hubiera posibilidad ninguna de ser monstruosa y deseables.

Estos cuentos son parte de mi historia y la maña de la vida me ha hecho perder para sobrevivir, entonces me pregunto, si quiero transformar el mundo ¿a qué estoy dispuesta? ¿A omitir, olvidar y negar?

Solo puedo hablar por mí, envejecí con ansias de ganar a toda costa, pero ¿en qué contribuyo yo al feminismo si no hablo de esto? A mis más de 50 años he aprendido que un acto feminista es poner el cuerpo a riesgo de perderlo todo, y no omitir la voz, no olvidar el cuerpo, no negar la historia.

Entonces por todo esto, doy un amoroso reconocimiento a la lucha de las mujeres y al feminismo por enseñarme a leer y escribir, y reconocernos a las travestis ser parte de la historia de este territorio.

A mí el feminismo me hizo descubrir la posibilidad de describir la geografía de un posible continente travesti.

Claudia Rodríguez