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El hombre es la medida de todas las cosas: en la ciencia también

Por: Florencia Tevy y Paulina Pavez | Publicado: 08.03.2020
El hombre es la medida de todas las cosas: en la ciencia también | Foto: Agencia Uno
La consecuencia directa de la investigación y enseñanza de las ciencias sin perspectiva de género es que las decisiones y políticas públicas que se generan en materia de salud se basan en evidencia sesgada que, en vez de contribuir al derecho a la salud de la mujer se tornan en una causa más de discriminación, precarización y sometimiento de la condición de mujer.

El ambiente científico, lejos de ser neutro, es un espacio de poder donde se disputa la igualdad y equidad entre mujeres y hombres, de la misma forma que ocurre en la vida política. Se trata de un asunto de derechos fundamentales, de justicia y que incide directamente en la calidad de la democracia. El feminismo no es solo un movimiento social, que tiene como correlato un grito subjetivo e identitario, es una demanda para que en todos los ámbitos del quehacer humano esté considerada la perspectiva de igualdad de género. En el ejercicio la ciencia también, pues la forma en que se genera la evidencia científica y el conocimiento, incide directamente en las políticas públicas y al no considerar la perspectiva de género puede afectar los derechos fundamentales de la mujer.

El feminismo de corte más “liberal” suele considerar que el asunto de la igualdad en el ambiente científico, se resuelve incentivando a incorporar más mujeres a la ciencia, sin que ello implique alterar las bases sobre las que se construye el conocimiento. Pero lo cierto, es que no sólo se requiere equidad en la conformación de los equipos de investigación, sino cambios en la forma como se genera la ciencia misma. En muchos ámbitos, se genera evidencia sesgada en términos de género, todo ello gracias al modelo androcentrista en la ciencia.

¿Qué significa esto en la práctica?

Tomemos como ejemplo el caso de la salud de las mujeres. Para curar una enfermedad “x” se necesita generar un fármaco. Actualmente, lo que ocurre es que un equipo científico genera una serie de compuestos químicos que se prueban primero en células, sin distinguir si estas poseen una genética femenina o masculina, luego los compuestos que logran curar la enfermedad en las células en cultivo son probados en un animal experimental para verificar que estos sean eficaces contra la enfermedad pero sin matar o producir efectos colaterales a un organismo vivo. En casi el 80% de los casos, estos animales experimentales son ratones machos. Aquel compuesto que tenga mejores resultados de eficacia y seguridad en ratones se prueba en un grupo de pacientes para verificar nuevamente su eficacia y seguridad a una dosis determinada que es, posteriormente recomendada en el prospecto. Este paso se denomina ensayo clínico y hasta hace poco tiempo atrás se reclutaban sólo hombres para estas pruebas. Esto quiere decir que compuestos como la aspirina, el valium, o medicamentos para la hipertensión o los infartos han sido aprobados y recetados para hombres o mujeres indiferentemente, aunque sólo fueron testeados en hombres. Además, los científicos, los médicos, las empresas farmacéuticas y órganos reguladores, en varios casos, asumieron, entre otras cosas, que no había riesgo en aplicar la misma dosis y formulación de un medicamento a un hombre promedio que mide 170 centímetros y pesa alrededor de 70 kg que a una mujer promedio que mide 160 centímetros, pesa 50 kg y pierde 50 mililitros de sangre mensualmente. Los efectos no deseados que estos compuestos tienen en mujeres muchas veces se denominan “efectos secundarios” o “efectos atípicos”, porque el estándar de medida es el hombre promedio (masculino, blanco, de “clase media”, etc.).

Los sesgos de género en el desarrollo de la evidencia para la producción y dosificación de medicamentos provocaron el sufrimiento innecesario y la muerte de muchas mujeres. Parte de este problema también radica en que las ciencias se enseñan desde la perspectiva que el hombre biológico es universal, es decir, desde una perspectiva androcéntrica. Por ejemplo, si tomamos el caso de los ataques cardíacos, vemos que sólo recientemente algunos libros de fisiología y cardiología han comenzado a incluir las diferencias entre los síntomas que tiene una mujer durante un ataque cardíaco de aquellos que tiene un hombre, cuales son los diferentes factores de riesgo de un ataque cardíaco en hombres y mujeres, qué terapia y medicamentos son adecuados para una mujer y cuales para un hombre. Muchos ataques cardíacos en mujeres no son diagnosticados porque el personal tratante no siempre fue entrenado para reconocer los síntomas.

Si a esto sumamos que cerca un 30% de las mujeres en la región no tiene ingresos propios, en un contexto de salud precarizada y privatizada, las posibilidades de tratamiento se ven limitadas. La situación puede llegar a ser mortal, si consideramos que esa pobreza de ingresos y acceso, se le suma la pobreza de tiempo: las labores de crianza y reproducción de la vida social hacen que las mujeres destinen cerca de tres jornadas de trabajo a estas tareas. En un día de 24 horas, donde también es necesario dormir. La salud y el autocuidado no da.

La consecuencia directa de la investigación y enseñanza de las ciencias sin perspectiva de género es que las decisiones y políticas públicas que se generan en materia de salud se basan en evidencia sesgada que, en vez de contribuir al derecho a la salud de la mujer se tornan en una causa más de discriminación, precarización y sometimiento de la condición de mujer.

Las agencias que financian la ciencia en Chile no tienen como requisito la experimentación con perspectiva de género. La implementación de estas normas dentro de las investigaciones biomédicas y otras, deberían incluirse, ser parte del debate y ser una prioridad dentro de la agenda de género del nuevo Ministerio de Ciencia. La epistemología feminista (Harding 1986) viene desde hace décadas construyendo perspectivas de observación y metodologías inclusivas que promueven que los equipos científicos, no sólo sean diversos en su composición, sino también en su forma de entender el conocimiento, una de estas perspectivas es la de “conocimiento situado” (Haraway 1997). Pero en las universidades y centros académicos los estudios de género siguen siendo -en su mayoría- considerados como cursos electivos.

A la fecha, no hay ninguna obligación que las escuelas de medicina y carreras afines a la salud impartan conocimiento incorporando las diferencias biológicas que existen entre el funcionamiento de los órganos femeninos y masculinos más allá de los órganos reproductores. Existe suficiente información sobre estas diferencias para justificar una reforma a los planes de estudio de las ciencias de la salud y que la enseñanza de las diferencias sea un criterio de acreditación por el ente fiscalizador del Estado de forma tal de poder acelerar el alcance de la igualdad en el derecho a la salud.

Las escuelas y Universidades, el Estado como garante y fiscalizador, los centros de investigación privados que desarrollan productos y tecnologías para la salud, deben tomar cuenta de esta situación y debe existir una legislación que así lo garantice. No podemos seguir pensando que el feminismo es cosa de mujeres y que no afecta el quehacer científico. Los estudios de género y la perspectiva epistemológica feminista no deberían ser una materia extracurricular ni un departamento académico aislado. Las investigaciones científicas sin perspectiva de género, a corto o a largo plazo, afectan a la salud y a la vida de miles de mujeres. Incentivar a  las niñas y las mujeres a seguir la carrera científica, no sólo es una cuestión de hacerlas conscientes de sus posibilidades y potencialidades profesionales, si no también de sus derechos fundamentales; hay que aumentar el número de mujeres en las ciencias, ciertamente, pero también se necesita una revolución epistemológica que garantice que las diferencias entre los seres humanos sean consideradas. Es la única manera que los derechos de todos sean garantizados.

Florencia Tevy y Paulina Pavez