Avisos Legales
Opinión

Sobre la “credibilidad”

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 10.03.2020
Sobre la “credibilidad” | Foto: Agencia Uno
Crisis de “credibilidad”, “confianza” o de “prestigio” de la política devino el cliché de una oligarquía imposibilitada de explicar su propia crisis. De un discurso que se repite impotente a modo de un pretendido diagnóstico pero que, no es más que la demanda por un nuevo Pacto Oligárquico que permita renovar la relación de sujeción instaurada por el poder establecido.

Hace más de una década el discurso del orden se obsesiona con un pequeño término: “credibilidad”. Invocado como aquello de lo que partidos políticos e instituciones de la extinta república carecen, el término “credibilidad” circula entre los grandes salones para caracterizar diagnósticos acerca de la situación política que terminan por concluir lo que deberían explicar: “es por la falta de credibilidad de las instituciones”-dicen. Los más agudos, han intentado explicaciones un poco más complejas, pero sin quererlo, respondiendo a las lógicas del “matinal”.

No me interesa aquí explicar lo que no explican y hacer la tarea que no hace el sociologismo dominante, sino mas bien, preguntarme ¿qué designa la noción de “credibilidad” y por qué el discurso dominante la ha convertido en su cliché favorito? Si bien, el término fue popularizado desde la literatura anglosajona bajo la noción de “trust” (“confianza”) a principios de los años 90 (cuestión que sintomatiza el carácter colonial en la producción del conocimiento en el discurso de cierta academia dominante diseñada por las cartografías del Banco Mundial), no es menos cierto que el término lleva consigo una historia jurídica y política que remite a la noción romana de “fe” (fides).

Propuesto por Cicerón y, posteriormente apropiado por el cristianismo la “fe” designaba una relación de obediencia de un ciudadano para con las instituciones del imperium. Si el cristianismo retomó la noción de “fe” para producir obediencia del sujeto a los preceptos eclesiásticos, su fuerza sigue vigente en la actualidad para concebir la relación de sujeción para con el poder establecido, no sólo respecto de las instituciones del Estado, sino también, y sobre todo, respecto de los modos de acumulación por los que se aceita el   Capital.

Baste recordar la frase que adorna el dólar estadounidense (“In God we trust”) y que muestra con una temible evidencia cómo la fase financiera del capitalismo neoliberal no deja de operar como una “religión”. El capitalista “especula” (como antes el filósofo) justamente porque tiene “trust” (confianza) de que todo irá a su favor, aunque nunca pueda garantizarlo del todo. Porque la fe designa un abandonarse al poder de otro. Pero de manera ciega, sin la garantía racional de porqué, sin la posibilidad de que un saber pueda predecir del todo lo que pueda suceder.

Crisis de “credibilidad”, “confianza” o de “prestigio” de la política devino el cliché de una oligarquía imposibilitada de explicar su propia crisis. De un discurso que se repite impotente a modo de un pretendido diagnóstico pero que, no es más que la demanda por un nuevo Pacto Oligárquico que permita renovar la relación de sujeción instaurada por el poder establecido.

Es por eso que, en su Anticristo, Nietzsche sostenía que Cristo no había sido quien traía una “nueva fe” (como lo interpretó el cristianismo a través de Pablo), sino aquél que había propuesto una nueva forma de vida: “no necesitamos una nueva fe –decía- sino una nueva forma de vida”. Quizás, en eso resida nuestra situación y el tenor de su crisis: el discurso dominante de nuestra alicaída oligarquía pretende seguir la vía imperial que, como planteaba Eusebio de Cesarea, exigía la instauración de una “nueva fe” para un imperio con su gloria debilitada.

Pero la insurrección popular que no deja de acampar en Plaza Dignidad no demanda una nueva “fe” que aceite la relación de sujeción, sino una nueva forma de vida que libere los afectos de la docilización gubernamental provista por el capitalismo neoliberal. No quiere abandonarse más al poder de otro, sino restituir su propia potencia: devenir otra forma de vida y no instaurar una nueva fe, otro modo de existencia, antes que otra forma de dominación.

El fascismo hará todos sus esfuerzos para hacer pasar la fe del nuevo Pacto Oligárquico en una forma de vida gracias a la “sugestión” por la que las propias masas podrían terminar deseando su propia miseria. Por eso los marcadores rítmicos de la revuelta, los estudiantes secundarios y los movimientos feministas, la han sustraído de volverse fascista manteniendo abierta su infinita potencia del deseo.

El discurso del orden intenta que el pueblo “crea” nuevamente en él. La revuelta lleva al dispositivo de la fe a su implosión creando nuevas formas de vida. No necesitamos instituciones que destruyan las formas de vida, sino de instituciones que hagan crecer la imaginación popular y se mantengan abiertas a la invención múltiple de formas de vida democráticas. No necesitamos pastores que nos ofrezcan una nueva fe. Necesitamos cuerpos que dancen otros ritmos.

Rodrigo Karmy Bolton