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Opinión

Carabineros debe resguardar el orden social, no crearlo

Por: Alejandro Navarro | Publicado: 11.03.2020
Carabineros debe resguardar el orden social, no crearlo | FOTO: HANS SCOTT/AGENCIAUNO
Carabineros quedó en una especie de offside, un fuera de juego, en el que los defensores del orden social, ya no tenían orden social que defender. De ahí en más, una escalada cíclica de desastres. La violencia policial dejó de contar con la fuerza del consenso, y sin la fuerza del consenso, la violencia solo ha podido recurrir a más violencia.

Los estados, en todo el mundo, se fundan sobre una mezcla de represión y consenso. No hay estado que no guarde en su interior las huellas de una guerra, que haya dado a una de las clases en pugna la victoria y la capacidad militar para someter a los demás grupos sociales, desde ese momento, subalternos.

Fue lo que sucedió en Chile el 73, cuando las clases dominantes nacionales y transnacionales, dieron un golpe de Estado al Presidente Allende, y a su gobierno, en el que los sectores populares adquirían cada vez más protagonismo; inauguraron así, por la fuerza, una nueva forma del Estado: la neoliberal.

Por poner otro ejemplo, es lo que sucede hoy en Bolivia, donde las burguesías rentistas, aliadas con la Organización de Estados Americanos (OEA) y su Secretario General, Almagro, dieron un golpe de Estado contra el gobierno del Presidente Morales. Por la fuerza, han intentado restaurar el neoliberalismo, que había comenzado a tambalear con las políticas de soberanía y de redistribución del poder indígena y popular.

Pero tan cierto como lo anterior, es que no hay estado en el mundo que se base solo en la fuerza, para mantener el orden social. Toda clase dominante necesita, a la vez que ganar la guerra por las armas, generar condiciones de consenso que permitan el normal desarrollo de la vida cotidiana. Es lo que la tradición liberal ha llamado “contrato social”.

No hay que ser ingenuos, a la firma de ese “contrato social” no llegan todas las partes en igualdad de condiciones, siempre llega una parte derrotada, o al menos en desventaja. Sin embargo, con todo, de lo que se trata ese “contrato” es de fijar un cierto consenso y un sistema de recompensas, que haga llevadera la cotidianidad de los derrotados.

De esa forma, por ejemplo, al triunfo del neoliberalismo por las armas en Chile, le siguió la generación de un consenso, de un nuevo sentido común, que lo expresa muy bien el personaje que encarna Alfredo Castro en la película No: “el neoliberalismo es un modelo en el que cualquiera puede ser millonario, no todos, cualquiera”.

Ese fue el consenso, el sistema de recompensas que instauró el neoliberalismo, para legitimar, para dar estabilidad y viabilidad social al modelo: “si usted se esfuerza, puede ser millonarios” (meritocracia), “si sabe las respuestas, puede ser millonario” (Don Francisco), “si usted tiene talento, puede ser millonario” (Rafael Araneda) y así, un largo etcétera de eslogan que prometían el ascenso social sin límites, no para todos, pero si para cualquiera.

Fue ese consenso social el que permitió a Carabineros de Chile llegar a ser una de las instituciones mejor evaluadas del país. Era la institución encargada de mantener el orden público, que prometía ascenso social. Por ello, fue procesable para el sentido común una institución que contra toda norma internacional, procesara a civiles por el código de justicia militar, o que contara con autonomía financiera y que decida ella misma, sobre quien debe o no ascender o ser dado de baja, con absoluta independencia del poder civil. Una institución que se mandaba sola, pero que podía, porque resguardaba un orden social que querían todos (o casi todos).

La operación fue la siguiente: Una vez instaurado el orden por la fuerza y logrado el consenso, esa guerra abierta contra el pueblo que fue la dictadura de Pinochet, se trasladó a la periferia social. Derrotado el campo popular y atrincherado en las poblaciones, los gobiernos de las post dictadura, lo que hicieron fue mantener una guerra solapada, de baja intensidad en las poblaciones, utilizando el narcotráfico como excusa, para mantener un tejido social-popular desgarrado por la droga y las policías militarizadas.

Pero ese consenso, que permitió llevar esa guerra de baja intensidad en las periferias urbanas, comenzó a romperse. Primero en 2006, con los pingüinos; después en 2008, con los universitarios; luego en 2011, con la gran rebelión estudiantil; de 2012 a 2016, con incontables levantamientos territoriales; y en 2018, con las luchas feministas. El consenso social comenzó a tambalear, hasta que el 18 de octubre pasado, estalló.

Carabineros quedó en una especie de offside, un fuera de juego, en el que los defensores del orden social, ya no tenían orden social que defender.

De ahí en más, una escalada cíclica de desastres. La violencia policial dejó de contar con la fuerza del consenso, y sin la fuerza del consenso, la violencia solo ha podido recurrir a más violencia.

Al romperse el consenso, el modelo muestra su verdadera cara, y no le queda más remedió que pasar de la guerra de baja intensidad en la periferia, a una guerra de mediana intensidad contra una población civil desarmada, que protesta porque al final, era mentira que cualquiera podía ser millonario, los millonarios siguieron siendo los mismo de siempre. No importó los méritos, no importó el saberse las respuestas, no importó el talento.

Hoy hay un cierto acuerdo, en que es necesaria una reforma radical a Carabineros, mayor formación en derechos humanos, mayor control civil, etcétera. Pero hay algo tanto o más cierto que eso: si no se logra un nuevo consenso social, basado en la justicia, no habrá fin a la violencia, porque Carabineros está para resguardar el orden social, no para crear el orden social.

Alejandro Navarro