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Opinión

La peligrosa eterna adolescencia de los llamados “zorrones”

Por: Francisco Mendez | Publicado: 22.03.2020
La peligrosa eterna adolescencia de los llamados “zorrones” |
No hay que olvidar que los eternos adolescentes son criados, por lo general, por quienes no quieren una autoridad sobre ellos al momento de educar a sus hijos; los que se quejan de cualquier normativa que ponga a sus niños en una misma cancha con el resto, porque lo encuentran una ofensa, una imposición, cuando lo cierto es que es una forma de no ver al que está frente a ti como un extraño y, por lo mismo, tener conciencia de él y de su existencia.

En estos últimos días hemos sido testigos de informaciones en las que hay una constante: jóvenes o adultos de cierto estrato social que desobedecen o miran en menos la alerta nacional y mundial que ha habido en torno al coronavirus. Por lo general, son personas que vienen de viajes, de vacaciones, y que han decidido desoír las, reconozcámoslo, tibias voces de la autoridad respecto al tema.

Hombres que chocan en autos caros, otros que deciden viajar en transportes con más gente, más malcriados que escupen a enfermeras en clínicas del barrio alto, sabiendo que hay probabilidad de que tengan el virus, han sido parte de la noticia en estas semanas, dando cuenta de la forma en que se ha educado a ciertos personajes respecto a su relación con el otro.

Si bien no hay tanta información de cada uno de los sujetos que ha desatado esto en Chile, hay algo en común en lo que parece importante poner atención: la libertad con la que miran el presente y el futuro sin que parecieran tener un mínimo resguardo sobre el entorno. ¿Será que creen que nada los podrá derrotar? ¿Será que tienen tantas certezas que ni una circunstancia, ni siquiera una crisis de estas magnitudes, puede hacerlos mirar hacia el lado? Son buenas preguntas. Son buenas interrogantes sobre la eterna adolescencia de quienes parecen ver en sus padres, en su familia y en su proveniencia, una seguridad, un cierto permiso para hacer y deshacer sin que caiga sobre ellos el peso de la ley o el repudio.

Estos eternos adolescentes son hoy los que nos recuerdan que la lucha de clases a la chilena sigue más viva que nunca. Esa lucha de clases en la que la inconsciencia de los de arriba es el martirio de los de abajo; esa en la que la juerga eterna de quienes pueden estar de fiesta por siempre, hace más pesadas las eternas mañanas siguientes, esas en que hay quienes deben limpiar los escombros.

Hoy estamos en una mala situación, en parte, por esa “rebeldía” mal comprendida de quienes solamente se rebelan en contra de quienes no les dan la mesada; por culpa de ese supuesto acto de “liberación” que realmente no es más que una mala pataleta de quienes creen que lo común no les llega, no les toca, no les es cercano, porque ellos no se consideran comunes con nadie.

Es complejo todo esto, sobre todo cuando hay medios de comunicación que los exculpan con titulares poco inteligentes y propios de un sesgo de clase que reina y reinará por mucho tiempo. Y es que sesgos existen y crecen cuando no quieren verse, cuando no se quiere hacer visible que, dependiendo del lugar del que vienes, tienes una cierta relación con el otro, con el que está sin quererlo a tu lado. Y eso no quiere decir que los de abajo y los de arriba sean malos o buenos por el solo hecho de que vivan en uno u otro lugar, ni que ser pobre te haga virtuoso, porque no es así, sino que hay contrastes y formas de entender la sociedad que vale la pena no evitar analizar.

No hay que olvidar que los eternos adolescentes son criados, por lo general, por quienes no quieren una autoridad sobre ellos al momento de educar a sus hijos; los que se quejan de cualquier normativa que ponga a sus niños en una misma cancha con el resto, porque lo encuentran una ofensa, una imposición, cuando lo cierto es que es una forma de no ver al que está frente a ti como un extraño y, por lo mismo, tener conciencia de él y de su existencia. Al no tenerla, no te sientes parte de algo más grande que ti mismo, que tu personalidad y tu particularidad. Te sientes solo junto a los tuyos, a los que comparten tu apellido, tu historia personal y tus juegos encerrado en casas de tus ascendientes. Y así solo logras hacer de tu irresponsabilidad un estilo de vida y, en casos como estos, en un peligro para esa comunidad que no existe en tu cabeza.

Francisco Mendez