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Mañalich versus Cathy Barriga y el despelote de un gobierno que pelea por TV

Por: Francisco Mendez | Publicado: 30.03.2020
Acá hay dos problemas: el primero sería las ganas de figurar de ciertos rostros municipales entre los que, claramente, está Cathy Barriga. Y el segundo es la poca fuerza política que tiene esta administración para llegar a cabo una tarea tan enorme como es tranquilizar a la población y, además, evitar de cometer el más mínimo error posible. Esto último se logra tratando de establecer un vaso comunicante con las autoridades comunales, las que deben entender su rol y no tratar de asumir otro que no tienen.

El coronavirus sigue asustando a los ciudadanos, pero también poniéndolos alerta ante las políticas del gobierno al respecto. Ya no se cuestiona la forma en que toman o no una medida, ni la tardanza en anunciarlas, sino algo bastante más preocupante: si es que los datos que da la autoridad son reales.

Este domingo, y con su soberbia habitual, el ministro Jaime Mañalich desacreditó la información de la alcaldesa de Maipú, Cathy Barriga, quien decía que había un nuevo muerto por el virus en su comuna y que no se había informado. Para seguir con el conventilleo mediático, Barriga mostró un certificado de defunción para tratar de validar su versión de los hechos. Ante esto, luego se supo que había habido dos exámenes, uno rápido y otro definitivo para comprobar si la persona tenía la enfermedad que hoy nos tiene vueltos locos. El primero, el rápido, dio positivo, sin embargo el definitivo habría dado negativo.

¿Cuál es la verdad? Todo parece indicar que es lo que dice el examen final, pero esa no es la pregunta más importante, según creo. Es, ¿cómo es posible que esto pase? ¿Acaso el gobierno no sabe que, aparte de todo lo que requiere hacerse cargo de una crisis de tales dimensiones, hay que saber hacer política y ordenar a las filas o solucionar los problemas de una forma que dé menos señales de ingobernabilidad?

Acá hay dos problemas: el primero sería las ganas de figurar de ciertos rostros municipales entre los que, claramente, está Cathy Barriga. Y el segundo es la poca fuerza política que tiene esta administración para llegar a cabo una tarea tan enorme como es tranquilizar a la población y, además, evitar de cometer el más mínimo error posible. Esto último se logra tratando de establecer un vaso comunicante con las autoridades comunales, las que deben entender su rol y no tratar de asumir otro que no tienen.

¿Pero cómo lo hace un gobierno que escucha cuando le conviene? ¿Cómo puede desplegarse políticamente una administración cuando no cree en la política, y cuando no entiende que toda situación, incluso las de crisis sanitarias como estas, debe manejarse inteligentemente, con una autoridad que no solo pida que le obedezcan, sino que también fundamente en la práctica las razones por las que hay que obedecerle? Esto es de suma importancia, porque los dirigentes comunales han desoído a un gobierno que tampoco tiene muchas ganas de hacerse oír por ellos; y resulta peligroso, porque cuando hay pequeños gobiernos que toman medidas y no se articulan por una decisión principal y fundamental, entonces se produce el desorden de estos días.

En tiempos como los actuales parece importante ponerle atención al asunto, más aún cuando los alcaldes creen ser rockstars y quieren convertir su ejercicio comunal en algo más grande, no solo en un trampolín para llegar otros cargos de poder, sino también en una forma de ver y entender el quehacer político, como si su relación con parte de la ciudadanía fuera la “política del futuro” o algo así.

El problema entre Mañalich y Cathy Barriga es la muestra más evidente de que el gobierno central no tiene control ni siquiera sobre los suyos, los que supuestamente debieran cuadrarse con sus decisiones. Hoy cualquiera puede salir a desmentir a La Moneda aunque ese desmentido sea falso; cualquier persona puede decir que este gobierno está mintiendo y, aunque no sea verdad, se le creerá. Es tan baja la credibilidad de quienes nos gobiernan, y tan evidente la nula articulación en torno a una idea o una medida, que algunos ciudadanos buscan certezas afuera, lejos de la información oficial, seguros de que algo están haciendo mal quienes se pasean por los pasillos de Palacio.

Esto es el despelote total. Es la política rebajada a un nivel ordinario en el que hay solo chimuchina y nula determinación de Estado. Nula conciencia real del ejercicio del poder.

Francisco Mendez